Andy Robinson, La Vanguardia
Ante una foto tamaño pared de las afiladas torres medievales y los puentes de acero soviético de Riga, Christine Lagarde se dirigía a una sala llena de ejecutivos y funcionarios de traje gris. El eslogan Letonia: against all odds (contra todos los pronósticos) que anunciaba la conferencia recordaba una película de Rambo. Y, efectivamente, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) había venido a Letonia para anunciar misión cumplida tres años después de acordar el rescate de la economía letona. “¿Quién se habría imaginado en el 2009 que estaríamos aquí celebrando el logro de Letonia, tras un viaje tan duro? –dijo–. Es un tour de force; habéis enseñado el camino a la zona euro…”.
¿Por qué tantos elogios a un pequeño país postsoviético de dos millones de habitantes en el mar Báltico, cuya principal exportación es madera talada en los bosques oscuros que se extienden desde la capital hasta la frontera con Rusia? Pues porque “somos el experimento en el laboratorio de la devaluación interna”, ironizó Serguéi Acupov, ex asesor del Gobierno que, tras gestionar la transición relámpago a la economía de mercado en 1990, parece ya mucho menos convencido por la ideología del short, sharp shock. “Quieren un ejemplo para Grecia, Portugal… España”. Con devaluación interna, Acupov se refiere a la política de ajustes mediante recortes de salarios y del gasto público. Aunque Letonia no es miembro de la zona euro, rechazó devaluar su divisa, el lats, y se convirtió en el conejillo de indias de la terapia shock, un poco como Chile en los años anteriores a la llamada revolución neoliberal en el Reino Unido y Estados Unidos . “Hemos escrito un nuevo capítulo en los libros de texto”, dijo un participante en la conferencia del FMI.
Tras el pinchazo de su propia burbuja inmobiliaria y una crisis de financiación de la deuda , Letonia firmó un acuerdo de rescate en diciembre del 2008 con la Unión Europea y el FMI. A cambio de recibir créditos por 7.500 millones de euros, el gobierno puso en marcha la madre de todos los ajustes presupuestarios, equivalente al 17% del valor de su economía, en sólo dos años. Letonia se sometió a la peor recesión económica registrada jamás en Europa, igualando la Gran Depresión estadounidense con un desplome del PIB del 23% en dos años. Los salarios se recortaron entre el 25% y el 30%. Mientras el paro subía del 5% a 20%, se recortó la prestación por desempleo hasta sólo 40 lati (57 euros) mensuales. La pobreza alcanzó a cuatro de cada diez familias, pero se amplió el impuesto plano sobre la renta (el 25%) hasta incluir las rentas de 60 euros al mes.
Ni tan siquiera Grecia había aniquilado una cuarta parte de su economía como hicieron los letones. Pero ahora la devaluación interna da sus frutos, sostienen Lagarde y los diseñadores del ajuste. Letonia crece el 6% este año, más que ninguna otra economía europea, y ha eliminado sus déficit exteriores. Ahora Letonia es el role model europeo. “Hicimos lo que debimos –dijo Ilmars Rimsevics, el severo gobernador del Banco de Letonia–. Diría que hemos desrabado al perro, pero mis asesores me aconsejaron hablar de podar el árbol”, añadió con un sentido del humor muy letón.
A unos 12 kilómetros del centro de Riga, Diana Vasilane entiende lo que se siente uno al ser podado“Mi hija se fue a Roma hace tres meses cuando su empresa Statoil (Noruega) le cortó el salario de 600 a 400 lats al mes; mi hijo se ha ido a Suecia; el hijo del vecino se marchó para Australia; aquí estamos rezando para no vivar hasta muy viejos porque nadie nos va cuidar”, dijo. La marcha de jóvenes al extranjero ya había empezado tras la caída del comunismo. Pero desde el inicio del llamado rescatedel 2009 se ha convertido en una hemorragia. Un 10% de la población en general (230.000 de una población de 2,2 millones en el 2008) se ha marchado. El 30% –uno de cada tres– de los letones menores de 30 años se fueron, la mayoría para jamás regresar.
Hasta las ciudades británicas más pobres han sido destino para letones en busca de trabajo. El vuelo de Ryanair Liverpool-Riga iba abarrotado de jóvenes letones que visitaban a sus familias, y cada vuelo de vuelta la semana pasada estaba completo. Esto se suma a los graves problemas demográficos en Letonia, debido a una tasa de fecundad baja y a una esperanza de vida baja (un problema agravado por un sistema de sanidad en crisis presupuestaria). “La población envejece rápidamente; y la gente que se va en esta última ola son principalmente jóvenes con estudios”, dijo el demógrafo Mihail Hazans. Esto “ya amenaza el desarrollo económico y la seguridad social”.
Los hijos no son la única parte de la vida de Vasilane que ha sido podada. Hasta hace año y medio era directora de la oenegé Risk Berni (Riskchild.org) que prestaba apoyos a niños de familias marginadas (casi todas) en el barrio destartalado de etnia rusa de Moscow Worstadt en el centro de Riga. Moscow Worstadt era antes un distrito industrial de la economía soviética. Ahora es un foco de prostitución, drogadicción y actividades delictivas.
En el centro infantil de Riska Berni daban de comer a entre 20 y 30 niños al día y repartían ropa. Organizaban actividades –remar en el río, patinar, partidos de fútbol– para adolescentes. El Estado letón les pagaba una ayuda de 2.000 lati (2,400 euros) al mes. El hotel Radisson aportaba las sobras de su cocina, quizás de las cenas del mismísimo equipo de la UE y del FMI que llegaban a Riga de cuando en cuando. Pero luego el mega ajuste llegó a Riska Berni. El gobierno podó la subvención hasta la mitad y Riska Berni cerró el año pasado en muy mal momento. “Con tanta emigración se han ido las madres de muchos niños al extranjero y muchos niños ahora viven con sus hermanos mayores o sus abuelos”, dijo. Durante una parada en Moscow Worstadt, un joven de cabeza rapada irrumpió en el bar donde hombres con cara de pocos amigos tomaban cerveza en silencio. “Acabo de pegarme con uno; él me pegó primero”, dijo. Fuera en la calle, jóvenes prostitutas –quizás de 17 o 18 años– esperaban.
Exceptuando Moscow Worstadt, la crisis brilla por su ausencia en el centro de Riga, recorrido por manadas de turistas nórdicos que interrumpen sus giras de las iglesias para tomar sopa de remolacha en las terrazas donde un grupo toca Knocking on heaven’s door. Pero en el extrarradio donde vive Diana, las puertas no son del paraíso sino de cientos de infraviviendas, habitadas en muchos casos por familias desahuciadas tras el pinchazo. “Muchas de las casas buenas ya pertenecen a los bancos, y sus ex habitantes acaban aquí”, añade Vasilane mientras el coche sube por una carretera sin asfalto. Nos adentramos en una urbanización de chabolas de madera que se extiende hasta el río, muchas de ellas con parcelas cultivadas que los nuevos pobres de Letonia combinan con la pesca para sobrevivir. No tienen electricidad, pese a temperaturas invernales de 20 grados bajo cero. “En tiempos soviéticos, la gente tenía su pequeño huerto aquí para los fines de semana con un cobertizo para guardar las herramientas –dice el conductor–. Ahora la gente vive en los cobertizos”.
Konstance Bondare, de 80 años, es uno de los residentes del distrito de infraviviendas . Vive en una cabaña destartalada de madera sin luz y sin agua, tal vez uno de esos cobertizos que los hortelanos de Riga usaban en tiempos soviéticos para almacenar las herramientas. Konstance dice que vino a vivir aquí hace año y medio tras ser desahuciada por un banco que tomó posesión de su apartamento en Riga. Había avalado la hipoteca del piso que compró su hija unos años antes, pero cuando esta perdió su trabajo el banco embargó los dos pisos. Siguiendo los pasos de uno de cada tres jóvenes letones que han emigrado desde el inicio del ajuste, la hija se marchó. Konstance se vino a vivir aquí con su perro. Recibe una pensión de unos 180 euros al mes. Baja todos los días a por agua al río y dice que la bebe. Ante la incredulidad de quienes la entrevistaban, dijo que paga alquiler por esta infravivienda de unos 12 metros cuadrados, aunque no dice a quién se lo paga. “El banco me echó a la calle y me dijeron que debería envenenar a mi perro; prefiero envenenarme a mí misma –dice–. ¡Miren cómo los letones vivimos en nuestro propio país!”
Hay cientos de viviendas como esta en este extrarradio rural de Riga abierto por las víctimas del ajuste. Curiosamente muchas de las callejuelas entre las infraviviendas lucen candados antirobo. “La gente tiene muy pocos bienes, pero hay muchos robos y tiene miedo”, dice. Una señora de la edad de Konstance fue asesinada a hachazos hace unas semanas en una barriada cerca de aquí. Le robaron su pensión de unos 100 euros.
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