La crisis terminal del modelo neoliberal que se propaga rápidamente por el mundo ha vuelto a ceñir a los Estados del poder de la mano visible para encarar el problema. Tras tres décadas de imperio absoluto del llamado “libre mercado” o laissez-faire a ultranza en que los Estados minimizaron su injerencia en la actividad económica (para Hayek y Friedman la presencia del Estado en la economía inducía a un camino de servidumbre) se ha demostrado que el mercado no es el mejor asignador de los recursos y que la ideología de la mano invisible no tiene nada de realismo.
Hasta el país del norte –propulsor del modelo- ha debido salir al socorro de entidades quebradas para evitar, o al menos dilatar, la inminente crisis global. Los bancos Bear Stearns, Indymac y las hipotecarias Freddy Mac y Fannie Mae son algunos ejemplos. Lo mismo está ocurriendo en otros países donde el modelo económico que defiende el FMI está haciendo agua y sumergiendo en la miseria a decenas de millones de personas.
En Argentina han vuelto a las manos estatales Aerolíneas Argentinas, el Correo Argentino, el ferrocarril San Martín, Yacimientos Carboníferos de Río Turbio (YCRT), Aguas Argentinas, Tandanor y la empresa que operaba el servicio de control del espacio radioeléctrico, además de la adquisición de una parte de las acciones de Aeropuertos Argentina 2000, entre otras. Por eso no deja de ser relevante que las empresas rusas Gazprom y Rosatom estén en manos estatales, así como las más importantes empresas de China. Y este es el mayor dolor de Bush: no haber metido a la Standar Oil Company en la propiedad de estas compañías. Los gobiernos de Rusia y China no lo permitieron.
Si bien todavía se está lejos del proceso de reestatizaciones masivas que impulsa el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y el de Bolivia, Evo Morales, la tendencia avanza. Sólo los más ortodoxos insisten en que el libre mercado se la puede.
Por cierto que el libre mercado –en su teoría pura- podría ser eficiente. Pero esta eficiencia se anula cuando el capital financiero multiplica por mil veces el capital real de la economía, hasta asfixiarlo en la especulación. Tema sobre el cual el FMI guarda cómplice silencio.
La nula regulación financiera tiene al mundo en bancarrota, mientras unos pocos se han enriquecido con los intereses. Y los que lo pierden todo son siempre los mismos: los más pobres del mundo, sometidos como esclavos en esta irracionalidad del capitalismo neoliberal que amparan y nutren los propios gobiernos.
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