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jueves, 29 de abril de 2021

¿La mano invisible o la intervención estatal?

Julio Gambina, Rebelión

Interesante debate se transitó en una reunión virtual de ministros del Mercosur el pasado lunes 26. La polémica la protagonizaron los titulares de Economía de Argentina y de Brasil.

Se trató de un debate teórico y político que trasciende la preocupación relativa a la institucionalidad del Mercosur y se proyecta sobre el orden cotidiano. El tema es que Paulo Guedes, en defensa de la liberalización de la economía, aludió en su intervención a Adam Smith y a la “mano invisible” como organizador de la actividad económica. La respuesta de Martín Guzmán no se hizo esperar y en tono académico respondió “que la mano invisible de Adam Smith es invisible porque no existe”. La réplica del ministro de Brasil se sustentó como criterio de verdad en que más de la mitad de los “Premios Nobel” obtenidos fueron para economistas referenciados en la Escuela de Chicago, obviando la caracterización de la entidad que ofrece los galardones.

Hay que recordar que desde 1969 se otorga el premio del “Banco de Suecia en homenaje a Nobel”, intentando un símil a los galardones otorgados por la Fundación Nobel desde 1901. Tal como sostiene el ministro del Brasil, por abrumadora mayoría fueron beneficiados por el Banco de Suecia, referentes de la corriente principal en la disciplina, o sea, neo-clásicos o liberales y entre ellos destacan los ortodoxos. Solo en momentos muy especiales de crisis económica mundial, recibieron los galardones referentes de la heterodoxia. A modo de ejemplo puede citarse en plena crisis del 2001 estadounidense, a Joseph Stiglitz, con quien trabajó Guzmán en el equipo de investigación de la Universidad de Columbia en Nueva York hasta su designación en el Ministerio de Economía de la Argentina. Stiglitz es conocido como ex directivo del Banco Mundial y crítico de los organismos internacionales y las políticas de ajuste ortodoxo. Últimamente se lo ve cercano al Papa Francisco y convergen en visiones críticas del orden hegemónico, con especial dedicación en el tema del endeudamiento externo, asunto al que se asoció Guzmán como investigador y ahora como funcionario del gobierno argentino. También fue premiado por los banqueros suecos en 2008 el estadounidense Paul Krugman, columnista del “demócrata” New York Times. El año de la premiación remite al apogeo de la gran crisis desplegada entre 2007 y 2009, la que aun condiciona la perspectiva de recuperación de la economía mundial. Ni en 2001, ni en 2008 se podía premiar a ortodoxos y por eso era el tiempo de premiación de la heterodoxia.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La "mano invisible" del orden social

Mucho se ha escrito sobre la mano invisible y mucho se la ha criticado también. Y en esta época crucial que marca el colapso del modelo neoliberal de laissez-faire, vuelve a ponerse en el centro del debate. El economista español Diego Guerrero -autor de Economía no liberal- tiene un capítulo llamado Marx y la mano invisible, donde contrapone ideas de Smith, Marx y Polanyi:

Lo que el Smith filósofo y moralista entendía por Mano invisible puede describirse como el mecanismo oculto (la busca del interés privado por cada particular aisladamente) que conducía a la sociedad desde las esferas privadas individuales a la satisfacción del interés general. Lo que en realidad Smith descubrió fue la tendencia a la igualación de las rentabilidades sectoriales como el mecanismo específico explicativo de las pautas de movimiento de los flujos de capital “libre” que no se enfrentan a barreras políticas ni de otro orden.

Albert Hirschman demostró el paralelismo entre esa fórmula y su famosa “tesis de la perversidad”, el argumento preferido que utilizan los conservadores para justificar que es mejor abstenerse de intentar políticas públicas bien intencionadas (por ejemplo, políticas keynesianas de demanda para luchar contra el desempleo), ya que, por lo general, los buenos propósitos suelen ir acompañados de malos resultados efectivos, por lo que la mejor política sería, según los conservadores, la que no existe. De ahí, la consigna de la desregulación (aunque no se caiga en la cuenta de que, para desregular, o sea, para eliminar una norma positiva, hace falta otra nueva, y esto requiere la persistencia, si no el incremento, del aparato burocrático).

Mi idea es que Marx distinguía en Smith dos contenidos de la famosa metáfora, aceptando el primero y rechazando el segundo; y no sólo eso, sino que llevó la defensa del primero de ellos tan lejos que, convertida en “mano invisible de la sociedad” (más que en la mano invisible del mercado), esta idea constituye una de las estructuras centrales del edificio teórico de Marx.

Para Marx, Smith había descubierto uno de los mecanismos económicos centrales de la sociedad capitalista, mostrando cómo era posible la reproducción indefinida de un orden social que, en principio, se sustenta primariamente en el “mercado autorregulado” (en el sentido de Polanyi), aunque ni Marx ni Polanyi eran unos ignorantes que desconocieran que los mercados generalizados, y mucho menos la sociedad de mercado, nunca han funcionado sin el apoyo (por decirlo de la forma más discreta) del Estado. Este lado “positivo” de la mano invisible también está en Marx, quien elogia a Smith por haber sido, si no el descubridor (ahí están Mandeville y varios otros), sí el racionalizador y autor de la fórmula (la metáfora) exacta necesaria para el triunfo de la idea.

martes, 26 de febrero de 2008

EL ORIGEN DE LA "MANO INVISIBLE"

Adam Smith debe revolcarse en su tumba en la pequeña iglesia de Canongate, Edimburgo, cada vez que se le achaca el lema de la “mano invisible” para sostener que el mejor mecanismo de equilibrio de mercado es dejar que se regule solo, sin injerencia de ningún tipo. Lo cierto es que la idea de la mano invisible tiene un origen completamente distinto y nada menos que un siglo antes, de la mano de Isaac Newton.

En 1667, en sus Principios Matemáticos, y mientras plantea la relación de los astros, planetas y estrellas en el Universo, Newton escribe “parecen estar ordenados por la mano invisible de Dios”.

Newton, resumidor de la teoría euclidiana del espacio y creador del cálculo diferencial e infinitesimal y de la Teoría de la Gravitación Universal, no puede dar otra respuesta –para la época- a la infinidad del Cosmos y atribuye un principio deísta el concepto de la sostenibilidad de estrellas y planetas.

Tal fue el golpe intelectual en el mundo de las ciencias y la filosofía que cuando Smith (en La riqueza de las naciones, 1776) intenta responder a la inquietante pregunta que sacudió a Hobbes sobre el egoísmo humano y cómo los hombres no terminan matándose unos a otros, es que acoge la metáfora newtoniana de la “mano invisible”. Según Smith, el mercado es un dispositivo social que permite coordinar los planes de individuos egoístas sin que se llegue a requerir la intervención del Estado. En esta metáfora, el mercado no solo hace compatibles los planes individuales de agentes egoístas sin que éstos se percaten de ello (de ahí lo “invisible” del mecanismo) sino que esta articulación es la que permite alcanzar la prosperidad. Aunque Smith nunca pudo proporcionar la prueba científica de que esto es lo que efectivamente ocurre en el mercado, los economistas posteriores tomaron dicha idea como la principal Ley de la economía.

Junto a la alegoría platónica del mito de la caverna, la alegoría de Smith se ha convertido en uno de los elementos más enigmáticos de la ciencia. Y transcurridos 230 años desde aquello, la teoría económica aún no sale de esta prueba de fe. Es la fe y no la ciencia la que está tras la idea de la “mano invisible”.

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