El único túnel en el que Israel ha conseguido penetrar es en el que entró solo. Y no se ve ninguna luz en el fondo. Hace seis meses, la Resistencia palestina lo cambió todo de verdad; y aunque el precio pagado sea muy alto, nada podrá volver a ser como antes.
Enrico Tomaselli, Tomaselli-Substack
Hace seis meses, al desencadenar la operación Tormenta de Al-Aqsa, la Resistencia palestina desencadenó un proceso destinado a cambiar no sólo el equilibrio político y militar en la región, sino a añadir una pieza importante a la confrontación geopolítica mundial, no por parte de una potencia alternativa al hegemón estadounidense, sino de una nación del hemisferio sur. Porque el conflicto israelo-palestino es ante todo una lucha anticolonial y de liberación nacional, y esto no debe olvidarse nunca.
En estos seis meses, y especialmente en las primeras etapas, la atención se centró primero en la sorpresa militar, con la que la Resistencia cogió desprevenidas a las defensas de las FDI, y después en la desproporcionada reacción israelí.
Lo que no se señaló, o al menos no se subrayó, es que la falta de preparación israelí era mucho más política que militar -y lo segundo, en todo caso, es consecuencia de lo primero. Israel estaba tan seguro de sí mismo, y del apoyo incondicional de Estados Unidos, que se concentró en lo que eran sus objetivos territoriales más codiciados, a saber, Cisjordania.
Es aquí donde se concentran los asentamientos coloniales y la base electoral de la extrema derecha que apoya al gobierno de Netanyahu, y es aquí -por una serie de razones históricas, pero también extremadamente prácticas- donde se concentran los apetitos expansionistas. Gaza se consideraba un cruce entre Alcatraz y una reserva india.