Gonzalo Saavedra y Claudia Torrijos, The Clinic
El movimiento social que han impulsado los pescadores en Chiloé tiende a reproducir, en una escala mayor, respuestas que ya se han dado en conflictos similares en la zona sur-austral.
Los gobiernos de la posdictadura, todos sin excepción, han equivocado las políticas de desarrollo de la pesca artesanal. Han aplicado soluciones estandarizadas sin siquiera entender la lógica social y cultural de los problemas, incluso creando problemas donde no los había. En una especie de obsesión liberal, vieron emprendedores por todas partes, potenciales microempresarios que algún día competirían exitosamente en los mercados nacionales e internacionales. Con ello han negado la condición heterogénea, diversa y diferenciada de las comunidades de pesca artesanal, en nombre de una idealización basada en una visión estrecha y dogmática de la economía.
Los pescadores artesanales son productores asociados a sistemas de vida tradicional, inmersos en instituciones y organizaciones locales que combinan lo individual y lo colectivo, como los buzos que trabajan en el erizo en faenas colectivas y se resguardan unos a otros en las adversas condiciones del clima sur-austral, o como las señoras que desconchan centollas en Calbuco y las venden a intermediarios que luego distribuyen en restaurantes de Santiago. Ellas trabajan en sus casas, piden ayuda a sus vecinas o van donde su comadre y devuelven el favor (le llaman vuelta de mano). En esas tardes de trabajo se conversa, se matea, se idean soluciones a problemas comunes o se acuerda cómo mejorar algunos asuntos que a todos importan.