viernes, 28 de febrero de 2025

La clase trabajadora debe luchar para que la IA la beneficie

Los trabajadores no pueden detener la introducción de nuevas tecnologías como la IA. Pero pueden y deben luchar para asegurarse de que las ganancias por productividad los beneficien a ellos y no a los directores ejecutivos y accionistas.

Hamilton Nolan, Jacobin

La inteligencia artificial (IA) es un problema laboral. Quizá tengamos suerte y resulte ser una cuestión laboral marginal. O quizá resulte ser existencial y trascendental, pudiendo compararse con la industrialización o la globalización, fenómenos que revolucionaron su propia era laboral. Sin embargo, antes de sumergirnos por completo en la batalla sobre cómo afectará la IA a los trabajadores, es importante delimitar correctamente el campo de juego. No se trata de una lucha entre un movimiento obrero retrógrado por un lado y el progreso tecnológico por el otro. Más bien, se trata de una cuestión de hacia dónde fluirán las ganancias de riqueza y eficiencia creadas por la IA.

Es fácil considerar a los trabajadores que hoy en día se rebelan contra las intrusiones de la IA como la última versión de una historia muy antigua. Serían los míticos luditas que destruían telares por ignorancia, los artesanos gruñones desplazados por la maravillosa productividad de las fábricas, los conductores de carruajes que se resistían a reconocer la supremacía de los automóviles. Esta es una historia atractiva desde la perspectiva del capital porque considera al cambio tecnológico como un proceso casi biológico, una marcha hacia el progreso impulsada por los útiles empresarios que reorganizan la sociedad para lograr una mayor eficiencia y cosechan las justas recompensas por su inteligencia.

En ese esquema, los trabajadores son los desafortunados subproductos que deja atrás la destrucción creativa inherente al capitalismo. Es comprensible que le teman el cambio, claro, pero no hay que atender a su primitivo interés particular. La marca de un líder pasa por aumentar la productividad total, incluso si eso significa relegar a la pobreza extrema a sectores específicos de la fuerza laboral de ayer. Este fue el triunfo del neoliberalismo, y todos estamos viviendo sus consecuencias.

Esta historia, como la mayoría de los cuentos de hadas, contiene una pizca de verdad y una mucha mayor parte de engaño. Es cierto que los trabajadores de todo un arcoíris de industrias (medios de comunicación, marketing, derecho, arquitectura, entretenimiento, hostelería, transporte y más) están nerviosos por lo que la IA significará para sus carreras. ¡Y tienen razón! Esta es una tecnología que combina un alto grado de incertidumbre sobre cuáles sus potencialidades con un alto grado de certeza de que los empleadores utilizarán estas capacidades, sean cuales fueren, para intentar deshacerse de los empleados humanos. Las huelgas llevadas a cabo por guionistas y actores de Hollywood en 2023 fueron impulsadas en gran medida por este cálculo de sentido común. Nadie está seguro de lo que las empresas podrán hacer exactamente con la IA, pero sí están está claro que, si se les deja el campo libre, harán cosas que perjudicarán a los trabajadores y beneficiarán a los propietarios.

En mi propio sector, el periodismo, por ejemplo, la diferencia entre «la IA como herramienta para ayudar a los periodistas a hacer mejor su trabajo» y «la IA como sustituto barato, de mala calidad y poco ético de los periodistas humanos» se reducirá a la cuestión de si la fuerza laboral puede obligar a las empresas a seguir el camino correcto. En los sectores sin sindicatos fuertes, la única esperanza puede ser una regulación gubernamental sobre los modos de implementación de la IA. En cualquier caso, es hora de actuar. El Fondo Monetario Internacional afirma que el 40% de los trabajadores del mundo tienen empleos que «se verán afectados por la inteligencia artificial». Son muchas las personas cuyos temores están perfectamente justificados.

Los trabajadores y el movimiento sindical que los empodera deben contar una historia diferente. Una historia que contenga el realismo implacable que el mundo empresarial se complace en reivindicar, junto con una preocupación por la humanidad de la que él carece. Es increíblemente difícil detener la propagación de los cambios tecnológicos que aumentan la eficiencia. Internet, la globalización y las aplicaciones de transporte compartido son prueba de ello.

El capitalismo se encargará de que las cosas que aumentan la productividad se propaguen rápidamente. La IA (sea cual sea la parte útil que termine consolidándose) entrará en esta categoría. Como ocurre con todas las nuevas tecnologías, los sindicatos pueden estar atentos para asegurarse de que su implantación no sea una carrera descuidada y abusiva hacia el abismo. Pero esa es solo una batalla secundaria. Lo más importante que debe hacer el trabajo organizado es garantizar que los beneficios producidos por la IA (beneficios económicos, de eficiencia, de productividad) se compartan con los trabajadores en lugar de ser acaparados por la dirección y los inversores.

Imagina, por ejemplo, que la IA le permite a una empresa hacer la misma cantidad de trabajo con la mitad de los trabajadores en la mitad de tiempo. ¡Las maravillas de la ciencia! Ahora imagina dos caminos diferentes para esta transición: en uno, la empresa despide a la mitad de los trabajadores, reduce los costos laborales a la mitad, duplica la productividad por hora y todos los beneficios creados por ese cambio van hacia los inversores de la empresa y los ejecutivos que alegremente ejecutaron los despidos.

En otro escenario, cada trabajador cuyo puesto de trabajo es sustituido por la IA recibe formación para desempeñar otro papel interno, lo que permite a la empresa expandirse (o recibir una cuantiosa indemnización por despido y una formación para otra carrera), mientras que los trabajadores restantes pueden trabajar menos horas a la semana por el mismo salario gracias a la mejora de la eficiencia y los aumentos de beneficios se reparten entre la plantilla, ya sea a mediante una participación en los beneficios o por la propiedad de los empleados de la empresa.

En el primer ejemplo, la IA exacerbó la desigualdad e hizo más precaria la vida de los trabajadores. En el segundo, hizo lo contrario. En este momento inicial de vida de esta tecnología todavía ambos caminos están abiertos para nosotros.

Esta es la verdadera batalla que tenemos entre manos. Cuando los guionistas de Hollywood se declaran en huelga para evitar guiones escritos por IA, o cuando los trabajadores de la hostelería de Las Vegas alertan sobre las desventajas de los baristas robot, no se trata de ignorantes primitivos que no comprenden las ganancias netas de productividad que generará esta nueva tecnología. Al contrario, comprenden perfectamente que si no ejercen su propio poder, todas esas hermosas ganancias irán a parar a los de arriba, y ellos se quedarán sin nada.

Cuidado con cualquiera que se haga rico utilizando la IA y que caracterice a los trabajadores como tecnófobos retrógrados y anticuados. Esto recuerda desagradablemente a los brillantes economistas que explicaron que el libre comercio globalizado produciría ganancias globalizadas, sin tener en cuenta el hecho de que todas esas ganancias irían al 1% de la población. No se trata de un debate sobre tecnología sino sobre economía política: ¿Nos salvarán los avances en automatización del trabajo pesado y nos facilitarán la vida? ¿O simplemente se eliminarán puestos de trabajo, haciendo más difícil la vida de millones de personas?

En la medida en que la IA resulte ser real, debe considerarse como un bien público y no privado. (Estados Unidos tiene un historial pésimo en esto, pero nunca siempre es buen momento para cambiarlo). Los sindicatos no lograrán mantener a la IA fuera de sus industrias, pero sin duda pueden tener éxito en obligar a las empresas a compartir los beneficios de la IA con todos.

Ya sea produciendo grava o semiconductores, cada empresa toma una cierta cantidad de trabajo y genera una cierta cantidad de ganancias, que luego divide entre trabajadores, gerentes e inversionistas. Si las líneas de producción, los acuerdos de libre comercio o la inteligencia artificial generan más ganancias con menos trabajo, está bien, pero los trabajadores tienen más derecho a esas ganancias que cualquier otra parte interesada. Los conductores de carruajes no estarán tan molestos si saben que tendrán trabajo manejando los nuevos y elegantes camiones. La tecnología trabaja para las personas, no al revés.

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