sábado, 23 de noviembre de 2024

Advertencias


Nahia Sanzo, Slavyangrad

En esta guerra en la que la escaladas siempre son reactivas, el último -o quizá penúltimo- paso de Joe Biden ha causado ya consecuencias. La noticia del levantamiento del veto de Washington al uso de misiles occidentales contra el territorio de la Rusia continental no llegó en boca de la Casa Blanca, sino por medio de una filtración mediática que molestó notablemente al Gobierno de Kiev. Como afirmó Zelensky, lo importante no son las palabras, sino los actos y los misiles deben “hablar por sí mismos”. Lo han hecho a lo largo de esta semana, primero los ATACMS en Briansk y posteriormente los Storm Shadow en Kursk. Ambas armas habían sido ya utilizadas en esta guerra, aunque siempre en territorio que, según sus fronteras internacionalmente reconocidas, forma parte de Ucrania. Es el caso, por ejemplo, de Crimea, lugar en el que han tratado de minar el control ruso a base de atacar los centros de mando y bases militares, obligando a Rusia a reorganizar la presencia de sus tropas y especialmente de todo aquello relacionado con la flota, principal objetivo de uno de los aliados más importantes de Kiev, el Reino Unido.

La medida se ha justificado de dos maneras: la defensa de las tropas ucranianas en Kursk, en la que se ha destacado hasta la saciedad el papel de las 10.000 tropas norcoreanas que supuestamente se disponen a luchar en esa región rusa, y la necesidad de dar a Ucrania la posibilidad de mejorar su posición en la negociación. Desde el lado ucraniano, siempre se ha entendido la prohibición de atacar territorio ruso con las armas occidentales como una forma de luchar con las manos atadas a la espalda, una percepción que no es excesivamente diferente a la que manifestó Michael Waltz, futuro Asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, que horas antes de las elecciones afirmaba en una aparición en NPR que era preciso “quitar las esposas de las armas de largo alcance” a Ucrania. Pese a las quejas de varios miembros del equipo de Trump, que han condenado la medida de Biden por provocadora, al menos una parte del círculo de política exterior del presidente electo también pretendía utilizar la cuestión de los misiles como herramienta de presión para ablandar la posición negociadora de Moscú. Es posible que sea la sorpresa y no la medida en sí la que más haya molestado.

Los ataques con ATACMS y Storm Shadow en regiones de la Rusia continental suponen cruzar otra línea roja más en esta guerra. Por medio de la táctica de la escalada progresiva, Washington y Moscú han conseguido dar pasos hacia la guerra total sin arriesgarse, al menos de forma inminente, al enfrentamiento directo que ambas capitales trabajaron durante mucho tiempo por evitar y para lo que perduró, pese a todo, la comunicación directa entre los dos países. El momento actual, sin embargo, supone un peligro notablemente superior. Como desveló hace meses Olaf Scholz, los misiles occidentales implican, no solo inteligencia y material occidental, sino soldados de esos países para operar los sistemas. Ese es el motivo principal por el que, pese a las súplicas de Ucrania y la presión de sus homólogos occidentales e incluso miembros de su Gobierno y de su partido como Boris Pistorius, el canciller alemán se ha mantenido firme y ha rechazado repetidamente “suministrar misiles capaces de alcanzar Moscú”. Esa es precisamente la razón por la que Ucrania lleva más de un año exigiendo misiles Taurus.

El cambio que suponen los bombardeos de Kursk en comparación, por ejemplo, con los de Crimea, no se limita únicamente al territorio y al derecho internacional, que sigue viendo la península como territorio ucraniano. Crimea ha sido siempre la principal línea roja de Rusia en esta guerra. Internacionalmente reconocido como ruso o no, el territorio es parte integral de la Federación Rusa desde hace una década y solo una derrota militar severa podría devolverlo bajo control ucraniano. No hay, como ahora afirma Zelensky, una forma diplomática de recuperar su control. El ataque al puente de Kerch, principal aunque no única gran obra rusa en Crimea, o los bombardeos de infraestructuras de la flota con misiles occidentales provocó las famosas palabras de Dmitry Medvedev, que amenazó con “el juicio final” a Ucrania en caso de atacar Crimea. Son muchas las líneas rojas rusas que se han atravesado de forma progresiva en esta guerra. En cada ocasión, la advertencia de Moscú alertando de que su paciencia no es ilimitada ha sido ignorada por Occidente y ha recibido las burlas de Kiev. Ucrania invadió Kursk y Rusia no ha hecho nada fue durante semanas el argumento de la Oficina del Presidente, que destacaba la debilidad que ponía de manifiesto, para alegar que no había ningún peligro en continuar escalando la guerra llevándola a territorio ruso. De la misma forma reaccionaron los aliados de Ucrania en el extranjero, que insistían en que, pese a los miles de millones de constante asistencia militar, Kiev estaba siendo abandonada a su suerte ante la indecisión occidental. Convenientemente, el discurso cambió rápidamente en cuanto comenzó a hablarse de la presencia de tropas norcoreanas, que nadie ha visto aún, que supuestamente se disponían a ser entrenadas y enviadas a Kursk, territorio soberano ruso.

Esa presencia, muestra de internacionalización de la guerra, era la escalada y no el inicio de los bombardeos de territorio ruso con misiles e inteligencia occidental. En términos aún más exagerados se ha mostrado Valery Zaluzhny, embajador de Ucrania en el Reino Unido, que ayer afirmó que ya ha comenzado la tercera guerra mundial, ya que, “en 2024, Ucrania ya no se enfrenta a Rusia. Soldados de Corea del Norte están frente a Ucrania. Seamos sinceros. En Ucrania, «Shaheds» iraníes ya están matando civiles absolutamente abiertamente, sin ninguna vergüenza. Misiles de producción norcoreana ya vuelan hacia Ucrania, y lo declaran abiertamente. Proyectiles chinos estallan en Ucrania, piezas chinas se utilizan en misiles rusos”. Los dos años y medio de suministro contante de armamento occidental no ha conseguido lo que los drones iraníes, utilizados fundamentalmente para saturar a las defensas ucranianas, están logrando con éxito.

Horas después del primer ataque con ATACMS, Estados Unidos y algunos de sus aliados incondicionales como España, anunciaron el cierre inmediato de sus embajadas en Kiev en previsión a un bombardeo masivo que iba a producirse el miércoles a modo de represalia rusa. Las elevadas dosis de orientalismo que ha aplicado el discurso occidental para describir a Rusia como atrasada, ajena a la vida y los valores europeos y, sobre todo, irracional, contribuyeron deliberadamente a dar credibilidad a la posibilidad de que Moscú pudiera realizar un ataque muy superior a los que ha realizado hasta ahora contra la capital ucraniana. Ayer, las embajadas reabrieron con la normalidad que permite la guerra sin que los países que habían alertado del peligro explicaran si disponían de algún tipo de dato de inteligencia que sugiriera un ataque o las medidas se habían debido únicamente a la especulación sobre qué haría Rusia para vengarse de Occidente.

Todas las partes, incluido el Pentágono, admiten que el uso de misiles occidentales en territorio de la Federación Rusa, como ya sucediera con los bombardeos de Crimea, no va a cambiar el desarrollo de la guerra. El paso busca minar las dificultades de defensa de Rusia, que tendrá que proteger decenas, si no centenares, de bases militares que se encuentran en el rango de esas armas, y causar daños que ralenticen el esfuerzo bélico ruso. Sin embargo, esta línea roja era demasiado grave como para que no se produjera una respuesta mínimamente rápida por parte de Moscú, que finalmente se dio ayer. Los misiles balísticos rusos no atacaron Kiev sino Dnipropetrovsk, un objetivo militar y simbólicamente importante para Ucrania. Ciudad militar en tiempos de la Unión Soviética, esta capital regional es también industrialmente clave para el país. Los objetos atacados no fueron, como afirma The Kiyv Indepent “unas infraestructuras industriales” cualquiera, sino la antigua Yuzhmash. Como recordaba el medio ucraniano Strana, la fábrica producía los misiles balísticos intercontinentales (ICBM por sus siglas en ingles) en la era soviética.

Esas siglas se repitieron ayer a lo largo del día a causa de las fuertes explosiones que se habían producido y la rápida acusación ucraniana de que por primera vez se había utilizado en combate un misil balístico intercontinental, alegación de la que dudan los expertos occidentales. “Por naturaleza, los misiles balísticos intercontinentales no tienen cabezas nucleares convencionales. Si se hubiera lanzado uno desde un silo operativo, Estados Unidos habría entrado en alerta temiendo que se tratara de un ataque nuclear”, afirmaba un experto militar citado ayer por la BBC sin manejar siquiera el escenario de que Washington hubiera sido advertido previamente. A lo largo del día, Washington negó que Rusia hubiera utilizado misiles balísticos intercontinentales y apuntó a misiles de alcance medio, de menor potencia y alcance. Según Tass, Washington fue avisado antes del lanzamiento, lo que explica el cierre de las embajadas el día anterior.

Al final de la tarde, Vladimir Putin dio la versión oficial de la Federación Rusa y afirmó que Moscú había utilizado un misil balístico hipersónico sin carga nuclear. “En respuesta al uso de armamento de largo alcance estadounidense y británico el 21 de noviembre de este año, las fuerzas armadas rusas llevaron a cabo un ataque combinado contra uno de los emplazamientos del complejo militar-industrial de Ucrania. En condiciones de combate, se llevó a cabo una prueba de uno de los últimos sistemas rusos de misiles de alcance intermedio. En este caso, con una versión hipersónica no nuclear de un misil balístico”, afirmó para precisar que “el test fue exitoso, el objetivo fue alcanzado”.

“A partir de este momento, como hemos subrayado repetidamente, el conflicto en Ucrania, anteriormente provocado por Occidente, ha adquirido elementos de carácter global”, añadió el presidente ruso, que insistió en que Rusia se reserva el derecho a atacar objetivos militares en los países que permiten que sus armas sean utilizadas contra objetivos militares rusos. El objetivo de ayer no solo era alcanzar unas infraestructuras militares concretas, sino lanzar una advertencia más a Kiev y sus aliados occidentales. El gesto deja claro que aún hay escalones con los que escalar la guerra o responder a los pasos occidentales. Entre el "Rusia no ha hecho nada" y la guerra nuclear hay aún muchos pasos intermedios.


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