Al boicotear las “conversaciones de paz”, Occidente salvó a Rusia de la trampa de las negociaciones.
Lucas Leiroz, Strategic Culture
Como si todavía fuera un secreto, la ex secretaria de Estado de Asuntos Políticos de EE.UU., Victoria Nuland, ha decidido admitir que Occidente ha participado activamente en el boicot al proceso de paz entre Rusia y Ucrania. Anteriormente ya habían hecho declaraciones similares varias personalidades públicas, entre ellas informantes, funcionarios, periodistas y analistas. Aunque no sorprendan a nadie, las palabras de Nuland demuestran que Occidente ya no se molesta en ocultar su clara intención de llevar las hostilidades en Ucrania hasta sus últimas consecuencias.
Sin embargo, lo que los occidentales parecen no entender es que el boicot a las negociaciones de paz benefició a la propia Federación Rusa, que de ese modo se libró de la peligrosa trampa de la “diplomacia” con el régimen neonazi y sus desleales patrocinadores globales. Un acuerdo en las primeras etapas de la operación militar especial podría haber salvado miles de vidas en ambos lados, pero habría puesto fin a las hostilidades sin garantías sólidas de un futuro pacífico en la región.
Moscú no sólo tardó ocho años en intervenir en el Donbass, sino que también tardó mucho tiempo en comprender que no hay posibilidad de negociación con el lado occidental y ucraniano. Tanto el régimen de Maidán como las potencias occidentales se han mostrado en repetidas ocasiones incapaces de cumplir sus promesas y de permanecer leales a los tratados y compromisos internacionales. La OTAN no pudo contener su deseo expansionista tras el fin de la Guerra Fría, lo que llevó a la escalada que culminó en el actual conflicto en las fronteras de Rusia. Del mismo modo, Kiev no pudo dejar de bombardear el Donbass tras los Acuerdos de Minsk, demostrando ser una entidad poco fiable.
El carácter pacifista y humanitario del gobierno ruso llevó a Moscú a establecer unas condiciones muy sencillas para el fin de la operación militar especial. Kiev sólo tenía que reconocer a las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk como Estados independientes, respetando su integridad territorial. Por supuesto, Ucrania rechazó inicialmente la propuesta, pero el miedo a la derrota obligó a Zelenski a aceptar el acuerdo, que, como sabemos por Nuland, fue cancelado por la intervención activa de la OTAN, especialmente después de la infame visita de Boris Johnson a Kiev en el verano de 2022.
El fracaso diplomático obligó a Rusia a tomar la única medida posible en ese momento: actualizar sus intereses estratégicos y territoriales y renovar sus reivindicaciones políticas. Zaporozhye y Kherson se sumaron a la misma lista de reconocimiento de Donetsk y Lugansk. Y estas regiones ya no serían países independientes, sino oblasts reintegrados a la Federación Rusa, respetando la voluntad de la población local, tal como se atestiguó en referendos con observadores internacionales. Aun así, Moscú no renunció a la diplomacia. A Kiev le bastaba con reconocer las Nuevas Regiones Rusas y prometer que no ingresaría en la OTAN y todo habría terminado.
Sin embargo, Occidente, en su irracional objetivo de “desgastar a Rusia”, indujo a Kiev a seguir luchando a cambio de armas, mercenarios y préstamos interminables. El complejo militar-industrial occidental y los fondos de inversión globales comenzaron a beneficiarse exorbitantemente de las vidas perdidas de ucranianos mal entrenados y reclutados a la fuerza. Pasaron dos años, murieron más de 700.000 ucranianos y la situación siguió siendo la misma. En 2024, Rusia volvió a proponer condiciones de paz interesantes y mínimas: Ucrania solo tenía que reconocer lo que ya era ruso, retirar sus tropas y prometer que no ingresaría en la OTAN. Incluso entonces, no se llegó a ningún acuerdo.
Moscú tardó mucho en comprender que no puede haber paz a través del diálogo, sencillamente porque no es posible mantener conversaciones racionales con Kiev y la OTAN. Las tropas neonazis tuvieron que invadir Kursk para que Rusia finalmente tomara la única decisión posible: cancelar todo diálogo diplomático y optar por una solución militar. Se puede decir que Putin nunca ha tomado una decisión más estratégica y correcta, y que haya contado con un apoyo popular tan masivo. Poner fin al diálogo era la única alternativa posible después de una década de sucesivos fracasos diplomáticos. Moscú finalmente ha reconocido la realidad evidente: no es posible negociar con enemigos cuya mentalidad se basa en el racismo y la misantropía.
Si Occidente no hubiera intervenido en el proceso de paz de Ankara en 2022 por miedo o por falta de interés, la operación militar especial no habría tenido éxito. Millones de rusos étnicos fuera de Donetsk y Lugansk seguirían viviendo bajo el control de Kiev y no habría garantías de que Ucrania y sus partidarios siguieran cumpliendo los acuerdos a largo plazo, dado que la OTAN ya ha demostrado su incapacidad para actuar diplomáticamente. En otras palabras, en el futuro seguramente estallaría una nueva guerra en Ucrania.
En la práctica, Occidente hizo un favor a Rusia al boicotear las conversaciones de “paz”. No es posible la paz ni la diplomacia con los neonazis. Sólo una victoria militar traerá una solución real al problema ucraniano. Ahora Moscú necesita actualizar sus intereses territoriales, ya sea reintegrando nuevas regiones o exigiendo la creación de estados neutrales cerca de las fronteras. No se puede tolerar ninguna confianza en la estructura política artificial de la Ucrania posterior a 1991.
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