En Gaza no queda ningún sistema sanitario eficaz. Los bebés están muriendo. Los niños están sufriendo amputaciones de miembros sin anestesia. Miles de pacientes con cáncer y quienes necesitan diálisis carecen de tratamiento. El último hospital para pacientes de cáncer de Gaza ha dejado de funcionar. Alrededor de 50.000 mujeres embarazadas carecen de un lugar seguro para parir. Se están realizando operaciones de cesárea sin anestesia. Los abortos espontáneos han aumentado un 300% desde el inicio del ataque israelí. Los heridos mueren desangrados. No existe sistema de saneamiento ni agua potable. Los hospitales han sido bombardeados. El hospital Nasser, uno de los últimos activos en Gaza, se encuentra a punto del colapso. Las clínicas han sido destruidas, así como multitud de ambulancias (79 en Gaza y 212 en Cisjordania). Han sido asesinados alrededor de 400 médicos, enfermeras y trabajadores sanitarios, más del total de trabajadores de la salud muertos en conflictos en todo el mundo desde 2016. Otro centenar más ha sido detenido, interrogado, golpeado y torturado, o desaparecido por los soldados israelíes.
Las tropas israelíes penetran rutinariamente en los hospitales para realizar evacuaciones forzosas (el pasado miércoles, entraron en el hospital al-Hamal de Jan Yunis y expulsaron a los médicos y pacientes) y acorralan a los detenidos incluidos heridos, enfermos y personal médico. El martes, disfrazados de trabajadores sanitarios y civiles, soldados israelíes entraron en el hospital Ibn Sina de Yenín (Cisjordania) y asesinaron a tres palestinos mientras dormían.
Los recortes en la financiación de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés) –un castigo colectivo por la presunta implicación en el atentado del 7 de octubre de 12 de sus 13.000 trabajadores- acelerarán el horror, convirtiendo los ataques, el hambre, la falta de atención sanitaria y la propagación de enfermedades infecciosas en Gaza en un maremoto de muerte.
Los cargos sin pruebas, que incluyen la acusación de que el 10% de todo el personal de UNRWA en Gaza tiene vínculos con grupos militantes islamistas, aparecieron en el Wall Street Journal. La reportera, Carrie-Keller Lynn, sirvió en el ejército israelí. Dadas las numerosas mentiras que Israel ha empleado para justificar su genocidio, incluidos los «bebés decapitados» y las «violaciones masivas«, es razonable suponer que puede tratarse de otra invención.
Las acusaciones, de las que apenas hay detalles, se basan al parecer en confesiones de detenidos palestinos, con toda seguridad después de haber sido golpeados o torturados. Estas acusaciones bastaron para que 17 países, entre ellos Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia, Australia y Japón, recortaran o retrasaran la financiación de esta agencia vital de la ONU. La UNRWA es lo único que se interpone entre los palestinos de Gaza y la hambruna. Un puñado de países, entre ellos Irlanda, Noruega y Turquía, mantienen su financiación.
Ocho de los empleados de la UNRWA acusados de participar en el atentado del 7 de octubre en el sur de Israel, donde murieron 1.139 personas y 240 fueron secuestradas, fueron despedidos. Dos han sido suspendidos. UNRWA ha prometido una investigación. Representan el 0,04% del personal de esta agencia de la ONU.
Israel pretende destruir no sólo el sistema sanitario y las infraestructuras de Gaza, sino también la UNRWA, que proporciona alimentos y ayuda a 2 millones de palestinos. El objetivo es hacer que Gaza sea inhabitable y limpiar étnicamente a los 2,3 millones de palestinos que allí viven. Cientos de miles ya se mueren de hambre. Más del 70% de las viviendas han sido destruidas. Más de 26.700 personas han muerto y más de 65.600 han resultado heridas. Hay miles de desaparecidos. Alrededor del 90% de la población de Gaza de antes de la guerra ha sido desplazada y muchos viven a la intemperie. Los palestinos se han visto obligados a comer hierba y beber agua contaminada.
Noga Arbell, ex funcionaria del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí, declaró durante un debate en el Parlamento israelí el 4 de enero: «Será imposible ganar la guerra si no destruimos la UNRWA, y esta destrucción debe comenzar inmediatamente».
El Primer Ministro Benjamin Netanyahu reiteró el miércoles el llamamiento a cerrar la UNRWA, al afirmar que estaba «totalmente infiltrada por Hamás».
Si se suprime la UNWRA se pone en cuestión la condición de refugiados de los palestinos, lo que pone en peligro el «derecho al retorno«, la exigencia, rechazada desde hace tiempo por Israel, de que se permita a los palestinos regresar a sus hogares en lo que ahora es Israel.
«Es hora de que la comunidad internacional y la propia ONU comprendan que la misión de la UNRWA debe terminar», dijo Netanyahu a los delegados visitantes de la ONU, según un comunicado de su oficina. «Pretende preservar la cuestión de los refugiados palestinos. Si queremos resolver el problema de Gaza como pensamos hacer, debemos sustituir a la UNRWA por otras agencias de la ONU y otras organizaciones.»
Más de 152 empleados de la UNRWA en Gaza -entre directores de escuela, profesores, trabajadores sanitarios, un ginecólogo, ingenieros, personal de apoyo y un psicólogo- han sido asesinados desde que comenzaron los ataques israelíes. Más de 141 instalaciones de la UNRWA han sido bombardeadas hasta quedar reducidas a escombros. La cifra de muertos es la mayor pérdida de personal durante un conflicto en la historia de la ONU.
La destrucción de instalaciones sanitarias y los ataques contra médicos, enfermeras, auxiliares y demás personal sanitario es especialmente repugnante. Significa que los más vulnerables, los enfermos, los lactantes, los heridos y los ancianos, y quienes los atienden, están a menudo condenados a muerte.
Los médicos palestinos piden a los médicos y organizaciones médicas de todo el mundo que denuncien el asalto al sistema sanitario y movilicen a sus instituciones para protestar.
«El mundo debe condenar los actos contra profesionales médicos que están ocurriendo en Gaza», escribe el director del hospital Al-Shifa, Muhammad Abu Salmiya, que fue detenido junto con otro personal médico por los israelíes en noviembre de 2023 mientras evacuaba el hospital con un convoy de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y que permanece bajo custodia. «Este mensaje es un llamamiento a todos los seres humanos, a todas las comunidades médicas y a todos los profesionales de la salud del mundo para que pidan que cesen estos ataques dentro y alrededor de los hospitales, tal y como lo corrobora el derecho internacional, la ONU y la OMS». Pero estas instituciones -con algunas excepciones notables como la Asociación Americana de Salud Pública, que ha pedido un alto el fuego- han permanecido en silencio o, como en el caso del Dr. Matthew K. Wynia, director del Centro de Bioética y Humanidades de la Universidad de Colorado, han intentado justificar los crímenes de guerra israelíes. Estos médicos -que de algún modo consideran aceptable que en Gaza se mate a un niño cada 10 minutos de promedio- son cómplices de genocidio y violan la Convención de Ginebra. Defienden la muerte como solución, no la vida.
Robert Jay Lifton, en su libro «The Nazi Doctors: Medical Killing and the Psychology of Genocide» (Los médicos nazis: el asesinato médico y la psicología del genocidio) escribe que «los proyectos genocidas requieren de la participación activa de profesionales educados -médicos, científicos, ingenieros, mandos militares, abogados, clérigos, profesores universitarios y otros maestros- que se combinan para crear no sólo la tecnología del genocidio sino gran parte de su fundamento ideológico, clima moral y proceso organizativo.»
En noviembre de 2023 un grupo de 100 médicos israelíes defendió el bombardeo de hospitales en Gaza, alegando que se utilizaban como centros de mando de Hamás, acusación que Israel no ha podido verificar.
Los decanos de las facultades de medicina de Estados Unidos y las principales organizaciones médicas, especialmente la Asociación Médica Estadounidense (AME), se han unido a las filas de las universidades, las facultades de derecho, las iglesias y los medios de comunicación para dar la espalda a los palestinos. La AME cerró un debate sobre una resolución de alto el fuego entre sus miembros y ha pedido «neutralidad médica», algo que abandonó para denunciar la invasión rusa de Ucrania.
Denunciar este genocidio tiene un coste, un coste que no piensan pagar. Temen ser atacados. Temen destruir sus carreras. Temen perder financiación. Temen perder su estatus. Temen la persecución. Temen el aislamiento social. Este miedo les hace cómplices.
¿Y qué ocurre con quienes sí se manifiestan? Se les tacha de antisemitas y defensores del terrorismo. La profesora de psicología clínica de la Universidad George Washington, Lara Sheehi, fue despedida de su trabajo. Al ex director de la ONG Human Rights Watch, Kenneth Roth, se le denegó una beca en el Carr Center for Human Rights Policy de Harvard por su supuesto «sesgo antisraelí». El profesor de San Francisco Rabab Abdulhadi fue demandado por apoyar los derechos de los palestinos. Shahd Abusalama fue suspendido de la Universidad Sheffield Hallam del Reino Unido tras una feroz campaña de difamación, aunque la institución resolvió posteriormente su demanda por discriminación. El profesor Jasbir Puar, de la Universidad Rutgers, es un objetivo permanente del lobby israelí y sufre un acoso constante. Los estudiantes y profesores de medicina de Canadá se enfrentan a la suspensión o expulsión si critican públicamente a Israel.
El peligro no es sólo que se denuncien los crímenes israelíes. El peligro más importante es que se ponga de manifiesto la bancarrota moral y la cobardía de las instituciones y de sus dirigentes.
Esto me remite a la Dra. Rupa Marya, profesora de medicina de la Universidad de California en San Francisco (UCSF), cuyo llamamiento a dejar de bombardear hospitales y a examinar el impacto del sionismo como ideología racista desató un torrente de ataques vitriólicos contra su persona, ataques respaldados tácitamente por la facultad de medicina en la que trabaja.
La Misión Canaria, organización sionista que trata de difamar y destruir las carreras de los estudiantes y profesores que critican a Israel y defienden los derechos de los palestinos, la ha calumniado como antisemita y la ha convertido en blanco de sus ataques. Se le han cancelado compromisos para dar conferencias y ha recibido amenazas de muerte y mensajes como: «Suicídate, subnormal negra asquerosa», «Perra acosadora de judíos» y «Los blancos son el mejor pueblo de la Tierra. Tú lo sabes».
Existe un sorprendente contraste entre el trato dispensado a la Dra. Marya y el de los médicos que vitorean el genocidio. A Matt Cooperberg, médico de la UCSF y titular de la cátedra Helen Diller de urología, le «gustaron» mensajes en las redes sociales como «ELIMINAD A LOS PALESTINOS DEL MAPA» y una cita de la ex primera ministra israelí Golda Meir: «Somos capaces de perdonar a los [sic] árabes por matar a nuestros hijos. Somos incapaces de perdonar a los árabes por obligarnos a matar a sus hijos».
«La cátedra de Cooperberg está financiada por la Fundación de la Familia Helen Diller, el mayor donante de la Universidad de San Francisco, que hasta la fecha ha asignado unos 1.150 millones de dólares al campus sanitario», escribe la doctora Marya. «En 2018, debido a un error en un formulario de impuestos, salió a la luz que dicha fundación financiaba la Misión Canaria. La fundación intentó borrar su conexión después de esta exposición pública».
La doctora continúa explicando:
“Como miembro de la facultad de la UCSF, el dermatólogo Howard Maibach, caído en desgracia, expuso e inyectó productos químicos a más de 2.600 personas negras y mestizas encarceladas, en experimentos que se hacían eco de los experimentos denunciados en el Juicio a los Médicos pocos años antes de que él ingresara en la facultad de medicina de Pensilvania. Allí estudió con Albert Kligman, quien le enseñó a explotar a los negros para experimentos médicos, documentados ampliamente en el libro de no ficción de terror, Acres of Skin. Maibach también promovió nociones de diferencias raciales en la piel, fomentando ideas racistas de la pseudociencia de la eugenesia. La raza es una construcción social que consagra el supremacismo. No es una realidad biológica”.Y no solo eso.
“La mayoría de los experimentos de Maibach se llevaron a cabo sin consentimiento informado, y aunque la UCSF emitió una disculpa, Maibach sigue contratado por dicha universidad. Su familia apoya a los Amigos del Ejército Israelí, y él está representado por Alan Dershowitz, que también defendió el bombardeo de hospitales en Gaza. Dershowitz intentó impedir que yo presentara una ponencia en la primera Jornada Nacional sobre Equidad Sanitaria de la AMA, en la que la académica Harriet Washington, que estudia la experimentación médica con negros, puso de relieve las prácticas racistas de Maibach. Tras el asesinato de George Floyd, profesores, estudiantes y alumnos de color de la UCSF sacaron a la luz la historia de Maibach, y muchos han expresado su horror por tener que seguir sentándose en la misma sala que este hombre durante las Jornadas de Dermatología. Pero el problema no es sólo un hombre. Es un sistema que permite que alguien con estos valores y acciones siga estando presente en nuestra comunidad de aprendizaje y práctica”.La deshumanización de los palestinos está sacada del manual de todos los proyectos coloniales basados en el asentamiento de colonos, incluido el nuestro. Este racismo, que tacha a las personas de color de «animales humanos», está codificado en el ADN de nuestras instituciones. Infecta a los elegidos para dirigir estas instituciones. Se encuentra en el núcleo de nuestra identidad nacional. Por eso los dos partidos gobernantes (Demócratas y Republicanos) y las instituciones que los sustentan están del lado de Israel. Alimenta la lógica pervertida de canalizar armas y miles de millones de dólares en ayudas para mantener la ocupación y el genocidio de Israel.
La historia no nos juzgará con amabilidad. Pero ensalzará a aquellas personas que, sometidas a asedio, encontraron el coraje para decir no.
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Fuente: https://chrishedges.substack.com/p/the-silence-of-the-damned
Chris Hedges es un periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer. Fue durante 15 años corresponsal en el extranjero para The New York Times, ejerciendo como jefe para la oficina de Oriente Próximo y la de los Balcanes.
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