miércoles, 11 de diciembre de 2019

Crisis política y social en Latinoamérica: límites y posibilidades del poder popular


Luis Nitrihual Valdebenito, Público

Chile no se desmoviliza. Colombia, Ecuador y Bolivia están en llamas. El poder popular se abre paso entre las escopetas policiales y los anhelos de una ciudadanía asqueada por la desigualdad aplastante. El mundo se agita aquí y allá y pone de cabezas a un modelo neoliberal que se aferra con dientes y uñas a un caballo salvaje que lo intenta expulsar. También la democracia, al menos en la forma en la cual ha sido administrada por la clase política, se encuentra en entredicho. Vamos hacia un recrudecimiento de modelos autoritarios que buscarán asegurar la estabilidad y permanencia de la élite económica que recorre el mundo mediante el flujo de mercancías. Hay que sacudirse pronto y trabajar en un proyecto colectivo que nos permita construir un mundo ecológicamente sustentable, económicamente igualitario, democráticamente radical y que responda a la pluralidad de pueblos que habitan en los territorios de los desgastados Estados monolíticos.

Hay varios mitos construidos por el pensamiento común sobre la crisis en el caso chileno, pero aplicable a muchos otros lugares y contextos. El primero es aquel que dice que nadie fue capaz de prever lo que finalmente ocurrió. Incluso entre la gente de izquierdas ronda esa expresión. Esto es mentira. Sin duda el momento del estallido social es difícil de anticipar, pero esto es así siempre. Sería como intentar conocer la fecha exacta de explosión de un volcán y sabemos que eso de difícil de lograr. Sin embargo, el malestar, la desigualdad, la fragmentación social, la violencia, el extractivismo salvaje del modelo económico, las brechas de género, etcétera, todo eso ha sido tematizado, problematizado y denunciado por numerosos grupos de izquierda, por el mundo indígena desde hace siglos, por las feministas, por lo/as estudiantes y por una parte de la academia. Latinoamérica, España y el mundo tienen su tradición de pensamiento crítico y me parece de mínima decencia reconocerlo pues nos permite avanzar sobre los logros y fracasos de los que antes que nosotros lucharon, murieron y persisten en la memoria.

Lo segundo es observar, con toda frialdad, los caminos que siguen las crisis sociales. El neoliberalismo, como es sabido, emerge en una situación de crisis de capitalismo durante los años setenta y ochenta. Es un proyecto económico, que como señalan entre otros David Harvey, es también un proyecto de clases, de reestructuración de estas. La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿cómo buscará regenerarse el capitalismo luego de este memento mori? Hay varias evidencias en el camino que nos permiten, sin hacer grandes juegos de futurismo, observar con preocupación el futuro inmediato.

El comunista chileno Orlando Millas (1918-1991), dirigente histórico del PC, amigo de Salvador Allende, ministro durante la Unidad Popular, poco amigo de Fidel Castro, crítico de la Unión Soviética real y, por supuesto, autocrítico del periodo popular, destruye en sus memorias personales lo que el denomina “izquierdismo”. Millas califica las acciones violentas como contrarrevolucionarias en la medida que modifican las correlaciones de fuerza en “favor de la reaccio?n, al agrupar junto a ella a las clases y capas desorientadas” La paradoja que resulta de esto es que mucha ciudadanía que estaba a favor del gobierno de Allende es ahuyentada por un infantilismo que favorece los intereses de los grupos de derecha que buscaban afianzar la polarización, explotando la necesidad de una intervención militar restauradora del orden; hecho que finalmente ocurrió.

Esto pone en tensión, me parece, los límites y proyecciones de movimientos históricos como el que pienso vive Chile y otros lugares de Latinoamérica. La dura realidad es que muchos ejércitos, y pongo la duda sólo por desconocimiento de particularidades locales, responden a los intereses de la clase dirigente. Esto debe tenerse en cuenta a la hora de pensar proyecciones del movimiento social actual. No podemos ir a ciegas hacia una dictadura fascista, lo digo aún más claramente.

La democracia está en problemas y es necesario repensarla. Secuestrada por una clase política que se reproduce a sí misma, su regeneración desde adentro parece un anhelo infantil. Tan infantil como suponer que el violentismo irracional cambiará las cosas de súbito. Nuestra participación se limita a votar cada cierto tiempo en un escenario plagado de mentiras. Cambribge Analytica es la revelación global de la manipulación a la cual estamos sometidos. La democracia parece estar atrapada en un callejón sin salida y es necesario rescatarla al menos en su sentido general.

Con sus lógicas limitaciones, como cualquier forma de gobierno, los pueblos indígenas nos enseñan mucho sobre formas de ponerse de acuerdo, delegar responsabilidad, decidir sobre cosas trascendentes de sus comunidades y regresar el poder constituyente a su comunidad. Evo Morales, el indígena presidente Aymara, sucumbió en la política institucionalizada boliviana. Eternizado en el poder, terminó derrocado por los mismos de siempre: la élite militar que lo “invitó amablemente” a dejar el poder. Hoy Bolivia sufre el precio de la lucha de una izquierda que no aprende las lecciones de la historia.

Me parece que el movimiento feminista, con sus lógicas de organización, muestra que las formas de la democracia patriarcal, tiene limitaciones insalvables, por ejemplo, en la forma del líder que representa por un largo tiempo a su comunidad. La estrategia de voceras rotativas que devuelven al movimiento los resultados de las negociaciones, para volver a un ciclo de trabajo político que no deposita su soberanía en la forma de la democracia clásica, es algo que debe pensarse seriamente pues es un aspecto crítico de la democracia actualmente existente.

Claramente nos encontramos en un nuevo momento histórico. Cuando lo miremos desde el balcón de la historia veremos si aprendemos las lecciones que nos dejó el siglo XX.

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