jueves, 7 de febrero de 2019

La economía del saqueo


Antonio Lorca Siero, Rebelión

Algunas empresas se crean para ser saqueadas por el aventajado de turno aprovechando un nicho de dinero a explotar hasta que se agota el filón, mientras que otras ultiman el saqueo cuando el negocio está a punto de agotarse, especulando sobre los restos del patrimonio por algún profesional del desguace empresarial. En ambos casos hay perjudicados, a menudo se trata de los incautos inversores que han confiado su dinero a una realidad empresarial falseada. Así vienen jugando la llamadas corporaciones especuladoras, que algunos llaman capitalistas, pero que, salvo dedicarse al asunto del dinero, poco tienen que ver con el capitalismo real, porque solo están a repartirse el botín entre los partícipes. Aunque en el capitalismo la actividad ha de dirigirse en mayor o menor medida a la especulación sobre la base del capital, las empresas dedicadas al saqueo utilizan esa otra especulación basada en la simple obtención de riqueza particular y no de la empresa, arrasando con todo lo que encuentran a su paso dejando el terreno baldío. Tal forma de operar pudiera ser vista como la economía del futuro, pero solo es del presente, porque no tiene futuro si prosigue el avance de un mundo realmente capitalista.

Los personajes de la especulación muy propios de la actualidad, aprovechándose del espíritu del capitalismo, no solamente arrollan cuanto se pone a su alcance sino que lo hacen con total impunidad, destruyendo empresas e inversiones y dejando innumerables afectados. Los gobernantes de aquí y allá atraídos por inversores de tres al cuarto, pero que ayudan a dar buena apariencia al panorama económico de los Estados, les dejan hacer a su antojo permitiendo el espolio y los controles sobre los que se dedican a esta ocupación son sencillamente una pantomima. Entre los muchos ejemplos de especulación agresiva que están de moda pueden señalarse como más habituales y llamativas las actividades de los llamados fondos buitre, los capitales golondrina o los inversores bajistas .

Considerado como fondo de inversión abiertamente especulador, el fondo buitre —que al igual que ave carroñera se alimenta de piezas muertas o permanece a la espera de su muerte—, como su nombre coloquial indica, a menudo está dedicado a realizar el último saqueo a la empresa de la que en apariencia ya no se pueden extraer beneficios porque ha sido previamente saqueada por sus gestores. Estas empresas en quiebra o cercanas a ella, se adquieren a precio de derribo con todo su patrimonio y deudas, al objeto de extraer lo aprovechable. Lo que seguramente todavía será viable dada la especial preparación técnica de los operadores, que han visto la posibilidad de apurar el negocio un poco más. A veces intentan reflotar tales empresas para revenderlas, pero lo habitual es desguazarlas. Funcionando al margen de todo compromiso social, aprovechan las leyes locales y sus vacíos para rematarlas y salir al paso de una nueva víctima. El hipotético riesgo de la operación siempre está previsto y arreglado de antemano. En cuanto a las eventualidades legales, disponen de los medios para solventarlas. Habida cuenta de que, como incluso se dedican a la compra de deuda soberana de los Estados, son profundos conocedores de la situación económica general y de toda la problemática que puede afectar al país y a una empresa concreta, por lo que operan con la ventaja de la información privilegiada y la contribución de sus amplios conocimientos. Del lado de los Estados, solo se aprecia impotencia, un dejar hacer sin el menor sentido de la rentabilidad económica.

Al amparo de la globalización, utilizando su relevante nombre comercial, ciertas multinacionales acuden a la llamada de las subvenciones o las ayudas económicas, es decir, a aprovecharse del dinero público que se da a fondo perdido, para hacer como que invierten en un país —supuestamente dinero y tecnología avanzada—, instalando en él una agencia nominal. Junto a ellas, también se mueven los capitales golondrina atraídos por la perspectiva de rentabilidad para sus inversiones, que deshacen tan pronto obtienen los beneficios previstos, recogiendo el capital y las ganancias para repetir el proceso una y otra vez y seguir especulando en cualquier lugar. De otro lado, el país explotado no ha llegado a obtener resultado positivo alguno de la especulación, que solo ha beneficiado al inversor, quien toma los frutos de la actividad especulativa sin aportar riqueza alguna al país donde se han generado. Sobre la base del todo gratis, exenciones de impuestos, dinero a fondo perdido, bonificaciones y otros privilegios, buena parte de esa inversión procedente de la globalización está a los beneficios rápidos, que se llevan sin que apenas haya conciencia de ello ni se tomen medidas eficaces a nivel local ante la nueva forma de saqueo legalizado.

Pese a que la inversión bursátil a la baja no pueda decirse que sea práctica exclusiva de los fondos internacionales, ya que en ella se ven implicados cualquiera que busque la rentabilidad a costa de que caiga la cotización de una empresa, son aquellos los que en mayor número actúan y generalmente se llevan la parte del león del negocio. No obstante los supuestos controles bursátiles, dirigidos a evitar la manipulación del mercado, se muestran en plena vigencia las operaciones a corto sin demasiadas limitaciones. A veces suponen una estafa legal flagrante a los accionistas, porque la compra a la baja responde a otros fines ocultos, como poder adquirir la empresa a precios simbólicos. Los bajistas juegan a la quiebra bursátil de ciertas empresas invirtiendo poca cosa real, utilizando no la propiedad, sino el simple préstamo de acciones. En este caso no se trata de inversores que están a la espera de que el valor caiga por su propio peso, sino que se habla de fondos de inversión o similares que, ante la pasividad de los llamados reguladores de los mercados, especulan para forzar la caída y obtener mayores beneficios. El prestamista de los bajistas suele ser el claro ejemplo de un saqueador empresarial que a menudo dispone de acciones de una empresa mediante operaciones de ingeniería financiera, es decir, utilizando artificialidades y apenas efectivo, con la finalidad de cederlas a otro en el mercado bursátil para que este acabe por hundirlas, mientras él se beneficia con un interés a primera vista ridículo. Aunque el negocio no parece claro, lo que parece evidente es que resulta ser rentable siempre que la inversión a la larga permita la teórica recuperación empresarial o de alguna manera el arrendador se vea compensado por el descenso de la cotización. Tal argumento, pese a lo que digan los entendidos, no parece servir para justificar la actividad. Lejos de liquidarse este sistema que hiere el sentido común, como los dedicados al negocio bursátil ganan dinero con las operaciones, la especulación prosigue, aunque bien es cierto que para que la estafa parezca legal hay que informar a los que velan por la claridad de la jugada para guardar entre todos las apariencias. En interés de la transparencia de los mercados, lejos de prohibir sin ningún miramiento las inversiones a la baja se siguen tolerando al objeto de obtener a cambio calderilla para los operadores.

Estas prácticas, junto con otras más imaginativas, se llevan a término al amparo de la globalización y con el consentimiento de los Estados. Las multinacionales especializadas aportan inversiones de boquilla o simplemente de humo, dejando el dinero real a buen recaudo, escatimando al máximo el pago de impuestos. Extraen los beneficios que los locales han sido incapaces de obtener, queman los restos de las empresas explotadas, en las que han puesto el ojo y salen a por otras, mientras la economía del país pierde riqueza, pese al cuento de las inversiones extranjeras. El hecho es que no son en nada beneficiosas, porque su objetivo es apropiarse de la riqueza nacional a cambio de muy poca cosa. Aunque si se quiere ser más preciso, el resultado de tales prácticas acaba siendo más profundo al provocar antes o después crisis económicas y sociales.

Uno de los efectos de la globalización ha sido facilitar la acumulación de capital en unas pocas manos a través de las multinacionales y el consiguiente empobrecimiento de las masas, entretenidas con el cuento del consumo. El auge del negocio de la economía del saqueo especulativo de empresas y capitales, ante la indiferencia de algunos Estados, de otro lado, pone de manifiesto el absoluto liderazgo en todos los planos del capitalismo —aunque como en estos casos sea un capitalismo de nombre o de simple tapadera— a nivel mundial. Pese a que dicen proteger las economías nacionales, los gobiernos de países económicamente débiles, atraídos por el nombre de las multinacionales, al calor de las supuestas inversiones y vinculados al principio de libre competencia, acaban por amparar la especulación pura y dura de ese llamado capitalismo internacional, ya sea utilizando la vía directa o a través de personajes interpuestos. Aprovechando la participación en el negocio del que gobierna en un Estado o bien su ingenuidad, en base a supuestas inversiones teóricamente creadoras de riqueza, que ni inyectan dinero real ni crean empleo y son simple explotación económica, toleran que se lleven de los países una parte de su riqueza. Claro que finalmente, como siempre sucede, el problema ya no será de los que gobiernan, sino de los ciudadanos que acabarán de una u otra forma pagando el coste real de las operaciones especulativas.


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