Sergio Cesaratto, Sin Permiso
La figura de Piero Sraffa es en gran parte desconocida para el público italiano, incluso los más cultos; poco más afortunada es la de Antonio Gramsci. Sin embargo, son los dos científicos sociales más extraordinarios de los que Italia puede vanagloriarse del siglo XX. El libro de Giancarlo De Vivo (En la tormenta del siglo XX - Antonio Gramsci y Sraffa entre la lucha política y la teoría crítica, Castelvecchi, 2017) hace luz sobre la interacción intelectual, política y humana que se estableció entre los dos en situaciones dramáticas en el siglo XX, como indica el acertado título del libro, que no solo está dirigido a académicos y "expertos", sino que es de gran interés para cualquier lector culto.
Gramsci y Sraffa se conocieron, como es sabido, en el Turín de la inmediata posguerra, y ambos eran discípulos de Umberto Cosmo (como Terracini y Togliatti). Los períodos más intensos de sus relaciones tuvieron lugar tanto en Turín (1919-1921) como en Roma (1924-1926). Pero nunca se interrumpió el contacto, incluso en el período de 1921-1924 en el que Sraffa primero (en Londres) y luego Gramsci (en Moscú) estuvieron ausentes de Italia. Desde Londres, Sraffa continuó colaborando con “Ordine Nuovo”. Después de la detención de Gramsci en noviembre de 1926, Sraffa sirvió de enlace con el Partido Comunista italiano en el exilio. Hasta la puesta en libertad condicional en 1934 de Gramsci, Sraffa solo pudo encontrarse con él una vez en 1927, y solo pudieron mantener correspondencia de manera indirecta a través de la cuñada del preso, Tatiana Schucht.
Sólo a partir de enero de 1935 pudo Sraffa visitar a su amigo en otras siete ocasiones. Sobre la última, a finales de marzo de 1937, Tatiana escribe (p. 17 del libro de De Vivo) que "ya es la tercera vez que Antonio recibe su visita, mañana y tarde... Su alegría me toca infinitamente, y su solicitud sincera de que el amigo escuche todo lo que quería decirle, y él mismo escuchar. Estas conversaciones es verdad que le cansan mucho, pero son para él tan importantes como el aire que respiramos".
Gramsci no será el único en experimentar una gran satisfacción en sus conversaciones con Sraffa; basta recordar sus encuentros semanales con Wittgenstein en Cambridge, y la afirmación de este último de que salía de cada conversación con Sraffa como un árbol podado. De Vivo nos da una idea de las conversaciones con Gramsci, cuyo componente humano es palpable en las palabras de Tatiana, de las que hablaremos más adelante. De Wittgenstein (y de Gramsci), Sraffa admirará el rigor de la investigación llevada al extremo: el economista admiraba sobre todo la honestidad, el rigor y la curiosidad intelectual.
Las cartas (primer capítulo)
La correspondencia de Sraffa con Tatiana es el medio con el que el economista (desde 1927 en Cambridge) se comunica con Gramsci. Recibe de la cuñada de Gramsci copia de las cartas del preso, y las remitirá al centro en el extranjero del Partido Comunista italiano en París. Sraffa sigue en persona tanto las iniciativas legales para la liberación de Gramsci (hasta el punto de atribuirse en alguna carta el título de abogado), a través de conocidos de su padre, antifascista y ex rector de Bocconi, como (aparentemente) las ilegales. A la luz de los profundos lazos entre Gramsci y Sraffa parece, por tanto, sorprendente que el papel del economista italiano fuese, como recuerda De Vivo, poco conocido durante mucho tiempo, casi oculto, y es sólo desde mediados de los años sesenta cuando comienza a emerger. Y, por desgracia, al salir a la superficie también comienzan a florecer las inferencias más variadas, a menudo no documentadas, sobre el papel de intermediario de Sraffa entre Gramsci y el Partido. En resumen, la acusación es que Sraffa había actuado como un agente del PCI, incluso de la Comintern, en estrecho contacto con Stalin y Togliatti. Desafortunadamente, algunos académicos reconocidos como Luciano Canfora se habrían prestado a este juego. La imagen que surge de la reconstrucción documental que hace De Vivo en el primer capítulo del libro es más bien el de un comportamiento extremadamente correcto de Sraffa, no solo en relación con el Partido sino, sobre todo, con su amigo en la cárcel, sin escatimar todos los esfuerzos posibles para su liberación y, al mismo tiempo, para aliviar su sufrimiento material e intelectual.
También está la cuestión de la famosa carta de Ruggero Grieco. Como tal vez los lectores sabrán, en 1928 la policía secreta fascista interceptó una carta del líder comunista exiliado dirigida a tres dirigentes presos, Terracini, Scoccimarro y Gramsci. Al mostrar que los tres eran miembros aún activos en la toma de decisiones del partido, esta carta podía ser un factor agravante de su situación en el inminente juicio ante el Tribunal Especial al que se enfrentaban. Gramsci fue inmediatamente aislado y sospechó de este descuido del Partido, volviendo sobre el tema cinco años más tarde en dos cartas a Tatiana, en las que explicaba sus atormentadas dudas de que la carta de Grieco hubiese sido enviada deliberadamente para agravar su situación. Y ¿quién, sino Togliatti? Tal era la confianza de Gramsci en Sraffa, que le pide a Tatiana que sus dos cartas sólo sean enviadas al ‘abogado' (y, por lo tanto, no al partido).
Determinar si Sraffa respetó o no la voluntad de su amigo es, pues, esencial, sobre todo cuando los buitres habituales han argumentado que este deseo no se cumplió. La reconstrucción de De Vivo, en lo que hace a este punto apasionante (aunque el libro en su conjunto lo es sin duda), documenta paso a paso, y de una manera que me parece incontrovertible, como Sraffa honró esa voluntad sin lugar a dudas. En concreto, Sraffa en los años setenta todavía estaba en posesión de las dos cartas de marras (las copias que le envió Tatiana), junto con veinte cartas sucesivas que, evidentemente, Sraffa había dejado de remitir al Partido. Un material que el Partido recibió por otros medios, en concreto de las autoridades soviéticas que heredaron los originales guardados por Tatiana. ¿Por qué Sraffa, se pregunta uno, no sólo respetó la voluntad de Gramsci de no entregar las dos cartas, sino tampoco las posteriores? De Vivo sugiere la hipótesis de que como consecuencia del incidente de Grieco (y otros "descuidos" posteriores), incluso Sraffa sospechaba cada vez más del Partido, una hipótesis apoyada en 1983 por Giorgio Napolitano, que después de la Segunda Guerra Mundial fue el vínculo entre el Partido y Sraffa. Este último, dice De Vivo, nunca rompió con el Partido (del que, sin embargo, no era miembro). Por su parte, Togliatti mantuvo deliberadamente en la sombra la figura de Sraffa durante más de treinta años, hasta el punto de manipular una carta importante de Tatiana a Sraffa, en la que relata el final de Gramsci, presentándola como dirigida "a su esposa y sus compañeros”. La actitud de Togliatti solo cambió cerca de su muerte, de manera que a mediados de los años sesenta se publicaron finalmente las dos cartas de Gramsci en las que se refería al incidente de Grieco (las que estaban en posesión de Togiatti, según se ha podido saber, no las de Sraffa), abriendo el debate en el marco de la discusión de si Gramsci pudo romper con el Partido Comunista en relación con la posición de la dirección soviética, que posteriormente apoyó la consigna de una asamblea constituyente democrática defendida por Gramsci contra la línea del Partido (al respecto ver un artículo de Leonardo Paggi de 1966 que despertó las iras de Amendola). La dirección comunista comenzó en ese momento a sospechar que Sraffa poseía más documentos de Gramsci, iniciando una caza del ratón que sólo tuvo éxito, después de mucha persuasión, en 1974, cuando Sraffa (que estaba empezando a perder la memoria) les entregó los documentos aún en su poder. Pero, como hemos dicho, dicho material estaba ya en posesión del Partido, e incluso se había publicado. En un apéndice del capítulo de De Vivo se desmontan las posteriores acusaciones de Canfora contra Sraffa en relación a la infame carta de Grieco. La pregunta es porque unos intelectuales respetables, más allá de los buitres, han tenido interés en Italia en ensuciar la figura cristalina de Sraffa. ¿Qué les molesta de Sraffa?
El materialismo de las ideas (segundo capítulo)
Sraffa mantuvo relaciones de intercambio intelectual profundas con algunos de los pensadores más brillantes de Cambridge, entre ellos el genio matemático Frank Ramsey, que murió prematuramente a los 26 años, y, por supuesto, Wittgenstein y Keynes. Por desgracia, conservamos escasos fragmentos de las largas conversaciones en las que sometían a la navaja de Sraffa sus teorías (probablemente más que a la inversa). Las conversaciones con Wittgenstein, según Amartya Sen, al que se refiere De Vivo, podían llegar a irritar en algunas ocasiones a Sraffa por su abstracción en comparación con las que tenía, más concretas, con Keynes. La distancia entre los dos economistas era naturalmente considerable, tanto en política como en economía, hasta el punto de que en 1951 Sraffa escribió a Dobb que Keynes era un "reaccionario". En realidad, dice De Vivo, a Sraffa le afectó mucho la muerte del gran economista en 1946. El genio de Sraffa se puede medir por el hecho de que Keynes consideraba un test las “extenuantes” críticas de Sraffa a los borradores de la Teoría General, y que Dennis Robertson, ex alumno de Keynes, más tarde inquisidor de la ortodoxia y revisor muy crítico de la Teoría general, agradeciese a Sraffa sus sugerencias, atribuyéndole en la práctica la autoría de gran parte de las críticas. Sraffa, “un misterio absoluto" como le define Richard Kahn (Pág. 82), un Zelig de la inteligencia, capaz de ayudar a aclarar puntos de vista opuestos, el de Keynes y los de sus críticos, en una avidez extrema de rigor.
Tampoco conocemos mucho sobre las conversaciones con Gramsci. Sin embargo, su opinión sobre Benedetto Croce es posible que les haya distanciado: Sraffa estaba decididamente a favor de la ciencia moderna, por la que tenía curiosidad, y creía que el idealismo de Croce era nocivo: "Es un hecho curioso que en la cultura de todos los italianos cultos hay un gran agujero: la ignorancia de las ciencias naturales. Croce es un caso extremo, pero típico. Los filósofos creen que, cuando han demostrado que los científicos serían dignos de suspender vergonzosamente en filosofía, su tarea ha terminado” [carta a Tania 23 de agosto de 1931, citado en la p.96).
Inicialmente interesado sobre todo en los problemas de la economía y las finanzas aplicadas (lo que lo enfrentó personalmente a Mussolini en no menor medida que Gramsci), a mediados de los años veinte Sraffa comenzó a interesarse en temas de teoría económica y se orientó a una carrera académica, lo que será la aventura intelectual de su vida y se convertirá en el desafío teórico más importante al marginalismo en el siglo pasado, junto al de Keynes. Eso no impidió que Sraffa siguiese manteniendo contactos políticos, no sólo con el Partido Comunista, sino también a mediados de los años veinte con la izquierda reformista, de Turati a Kuliscioff, de Rosselli a Gobetti. Por otra parte, Sraffa sufrió duros reproches de Gramsci y Togliatti por apoyar una línea de unidad de las fuerzas antifascistas en contraposición al sectarismo comunista, sin que por ello disminuyese la confianza del primero en él.
¿De que discutían hasta "tarde en la noche" Gramsci y Sraffa en Roma en el período 1924-1926? Inevitablemente, del estado insatisfactorio de los estudios económicos marxistas - sobre los que Gramsci emitió un severo juicio en los Cuadernos, compartido por Sraffa (p 119). Hay que recordar que sólo unos pocos años más tarde, en 1928, Sraffa comenzó a tener una idea bastante clara de la necesidad de reanudar el análisis de los clásicos y de Marx, que le absorbería en las próximas décadas. Por lo tanto, el mismo Sraffa vivía todavía el vasallaje intelectual común a muchos marxistas (pp. 104-7) en relación al marginalismo, representado en particular por la figura de Alfred Marshall, a pesar de las críticas muy severas que había formulado en dos artículos memorables en 1925 y 1926. Las discusiones de Sraffa con su amigo en la cárcel con respecto a los estudios económicos no tuvieron por otra parte grandes efectos (p. 115). Hubiera sido útil para el lector en este caso que De Vivo hubiera profundizado en las ideas que se apuntan de las cartas y en los Cuadernos, confrontándolas con interpretaciones anteriores, como las de Giorgio Lunghini (1994). Y en la interpretación del materialismo histórico, según De Vivo, los dos investigadores encontraron un terreno de elaboración común. En particular, el autor cita un pasaje de 1932 debido a Maurice Dobb, pero inspirado por Sraffa, en el que, en un punto clave, se habla de las "ideas" como "parte de la historia, que son 'hechos' de la experiencia histórica no menos que las invenciones mecánicas y [sic] las relaciones de propiedad, y entran en el proceso histórico de la misma manera que otros 'hechos'". Este "marxismo indisciplinado" de Sraffa (e indirectamente de Gramsci) fue objeto de acusaciones de "perversión idealista" de la célula del Partido Comunista de Cambridge, a las que Dobb respondió con irritación que el punto había sido inspirado por un camarada extranjero con una gran cultura marxista y mucho más involucrado en actividades revolucionarias (incluso ilegales) que los militantes de salón de la célula (p. 126).
El redescubrimiento de Marx
Como se ha señalado, De Vivo describe muy bien la situación intelectual del marxismo de los años veinte: una especie de división del trabajo en la que se aceptaba el análisis económico burgués como un análisis científico respetable de los problemas económicos concretos, relegando el marxismo a las “grandes leyes del movimiento del capitalismo”. Esta división de trabajo continuó en el PCI (y en el marxismo internacional también) más allá de los años veinte, al menos hasta la austeridad berlingueriana, cuando se abandonó el cuerno del marxismo dejando sólo el otro, la teoría económica burguesa. La economía crítica no fue materia prima fundamental del PCI, como por desgracia tampoco lo es hoy en día en su reformulación como farsa electoral. Que este fuera el camino que Sraffa recorrió hasta 1928 para liberarse del marginalismo y recuperar el punto de vista de los economistas clásicos y de Marx, en especial la teoría de la plusvalía (v. Cesaratto 2016) es objeto de controversia. En resumen, ¿Sraffa se inspiró en y se guió por Marx o recorrió un camino más complicado que culminó en una especie de redescubrimiento de Marx? La cuestión es delicada en dos aspectos. El primero, analítico en el sentido de que, como escribió el economista turinés, la vía para alcanzar una meta es a menudo más importante que el propio destino. Reconstruir y rehacer ese camino no es en realidad un mero ejercicio de historia del pensamiento, sino que significa volver sobre el proceso de catarsis de las ideas erróneas que se ramifican en todos los rincones de nuestra mente (según la famosa expresión de Keynes) y el no menos arduo de vislumbrar un nuevo punto de vista. El segundo, es más político en el sentido de que una derivación marxista directa del enfoque clásico expone a Sraffa a la acusación sutil, por ejemplo de Paul Samuelson, de haber sido un gran economista, pero desafortunadamente alentado por el deseo de validar a toda costa a Marx.
En un apéndice del segundo capítulo, De Vivo recupera lo que había defendido en algunas intervenciones científicas, en particular, nos guste o no, que fue El Capital de Marx la guía de Sraffa (en particular, el segundo volumen y el llamado cuarto volumen dedicado a la Historia de las Teorías de la Plusvalía). Evocando implícitamente el contexto esquizofrénico descrito por De Vivo, para el que en los años veinte se podía ser marxista defendiendo al mismo tiempo la validez del aparato marginalista de fijación de precios a través de las curvas de oferta y demanda; aunque más compleja es la posición de los que creen que hay una continuidad entre los famosos artículos de 1925 y 1926 de Sraffa sobre la teoría de los precios en Alfred Marshall (el marginalista más influyente) y posteriores avances. En particular, Sraffa rastrea en Alfred Marshallla la idea según la cual, con rendimientos constantes a escala, solo el coste determina el precio de los bienes. Sobre la base de esta sugerencia, Sraffa trata sucesivamente de anclar la determinación de los precios y la distribución de los elementos materiales (objetivos) desarrolladas en las teorías de la plusvalía del tardo mercantilista William Petty y los fisiócratas franceses, en lugar de en los conceptos subjetivos de "esfuerzo y sacrificio" de los marginalistas o en la teoría del valor trabajo de Ricardo y Marx (ésta último habría retenido casi un enfoque corrompido de la aproximación materialista del cálculo de la plusvalía de los autores precedentes a favor de una idea semi-ética del valor de la mercancía, ver en este sentido el estupendo ensayo de Saverio Fratini de 2016).
Una vez redescubierto este punto de vista materialista para sus ecuaciones, Sraffa retornó a Marx juzgando más amablemente la teoría del valor trabajo como el intento de Ricardo y Marx de desarrollar el enfoque de la plusvalía de manera original y fructífera , incluso dentro de los límites de esa teoría. El hecho de que, sin embargo, el valor-trabajo fuese una mala fundación, como ya sabían Ricardo y Marx, fue utilizado por uno de los fundadores del marginalismo, Boehm- Bawerk para atacar El Capital, predisponiendo la subordinación del marxismo al "más científico marginalismo”, que evoca De Vivo apropiadamente en su libro. El legado teórico más importante de Sraffa al pensamiento marxista y democrático es, por tanto, el haber roto esa subordinación y la esquizofrenia entre marxismo y marginalismo ilustrada por De Vivo. La cuestión del recorrido realizado por Sraffa en aquellos años decisivos permanece, naturalmente, abierto. Hubiera sido un enriquecimiento, en este sentido, que De Vivo hubiera mencionado la existencia de otras interpretaciones autorizadas.
Una figura molesta
Por lo tanto, la trayectoria de Sraffa es intelectualmente fascinante y está profundamente inmersa en la historia del corto Siglo XX, y en la del marxismo y la economía política. El libro De Vivo es en este sentido estricto no solo una lectura rigurosa sino absolutamente convincente. Una reflexión final sobre el impacto lamentablemente marginal de Sraffa en la cultura italiana hubiera sido interesante para el lector. La herencia de Sraffa en los estudios económicos sigue bien viva, y su escuela es una de las más vibrantes entre las heterodoxas - pero incluso en este caso, sin embargo, se ve a menudo marginada a favor de teorías menos coherentes. Los espacios para el pensamiento crítico en la economía, sin embargo, se han restringido drásticamente, y predominan los ‘bocconiani’ [de la Universidad Bocconi de Milán, “acríticos”, ndt] en todas las tendencias, a pesar de que la crisis ha demostrado dramáticamente su inconsistencia científica. El libro de De Vivo es importante en este sentido para sensibilizar a toda la cultura italiana de la necesidad de proteger la libertad de investigación económica, no sólo para defender el legado científico que es todo italiano, interdisciplinario, democrático y antifascista, sino porque sólo a partir de ahí, y del legado de Keynes, podrá surgir una nueva y más fructífera ciencia económica que supere el penoso autismo de la teoría dominante. En un momento de decadencia de nuestro país, ha llegado el momento de que Italia redescubra la talla humana e intelectual de Gramsci y Sraffa.
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