Bill Van Auken, wsws
El discurso arrogante y provocativo del presidente estadounidense, Donald Trump, en el que reconoció a Jerusalén como capital de Israel y proclamó la intención de trasladar la embajada de Washington ahí dio sus primeros resultados el jueves en la forma de más de 100 trabajadores y jóvenes palestinos heridos a manos de tropas israelíes, las cuales utilizaron municiones letales, balas de goma y gases lacrimógenos para reprimir las protestas que sobrevinieron a través de los territorios bajo ocupación.
En sus pronunciamientos del miércoles, Trump le dio vuelta a la política de EUA que estuvo vigente por siete décadas y que se basaba en hipocresía. Mientras que el Departamento de Estado ha mantenido formalmente que el estatus de Jerusalén solo se puede determinar a partir de un acuerdo entre israelíes y palestinos, una serie de candidatos presidenciales en EUA, sean demócratas o republicanos, han prometido mover la embajada, pero se han echado atrás al llegar a la Casa Blanca. Igualmente, el Congreso votó a favor de este paso de forma casi unánime, mientras que le dieron una exención al presidente por motivos de seguridad nacional para que posponga el traslado.
El carácter explosivo de las disputas por la jurisdicción de Jerusalén, que alberga algunos de los sitios más sagrados para el islam, el cristianismo y el judaísmo, ha sido reconocido por la diplomacia internacional desde antes de que se fundara el Estado de Israel.
De un golpe, Trump descontinuó la postura de previas Administraciones, mandándole un claro mensaje al Gobierno derechista de Benjamín Netanyahu: su expansión de asentamientos sionistas, expropiación de tierras palestinas, limpieza étnica y represión generalizada contarán con el apoyo incondicional de Washington.
Trump no le ofreció nada a la Autoridad Palestina, aparte de continuar su papel de gendarme para Israel y Occidente, llamándola a unirse a la cruzada estadounidense para “derrotar el radicalismo” y asegurar que el pueblo palestino pueda “responder al desacuerdo con debates racionales y no violencia”.
De esta manera, le ha dicho a un pueblo sujeto a una violencia israelí sin tregua, la confiscación de sus tierras, detenciones arbitrarias de sus jóvenes y el asesinato de decenas de miles de sus miembros en guerras y actos de represión sucesivos a participar en “debates racionales”, cuando las cuestiones ya fueron solventadas con un menosprecio completo hacia sus aspiraciones y derechos fundamentales.
Trump describió como un “paso pendiente desde hace mucho para avanzar el proceso de paz” el reconocimiento de la soberanía israelí en Jerusalén y el traspaso de la embajada, pese a que 40 pro ciento de sus residentes, alrededor de 320 000 palestinos son denegados sus derechos. Este “proceso” está siendo presidido por su yerno Jared Kushner, y los antiguos abogados de su corporación, Jason Greenblatt y David Friedman, este último embajador estadounidense en Israel. Los tres son fervientes simpatizantes de los asentamientos ilegales israelíes en los territorios ocupados.
Trump presentó su discurso como un “cumplimiento” de sus promesas de campaña, las cuales hizo en el 2016 para ganarse el apoyo de los evangélicos cristianos derechistas y un pequeño grupo de sionistas estadounidenses pudientes y también derechistas que financiaron su campaña- Bajo condiciones en las que su campaña se encuentra sumida en crisis, busca ansiosamente reforzar su “base” de apoyo.
Sin embargo, algo más fundamental es que su acto de agresión política contra los palestinos es parte de la marcha hacia una guerra en todo Oriente Medio, siendo Irán su blanco principal. El mismo día del discurso de Trump, el Pentágono reconoció que ha desplegado 2000 soldados estadounidense a Siria, cuadruplicando la cifra que admitían, y que no tienen ninguna intención de retirarlos ante la derrota de Estado Islámico.
Como consecuencia del discurso de Trump, ha habido copiosas advertencias de que este cambio en la política estadounidense pueda provocar nuevos atentados terroristas, debido a la agitación de sentimientos religiosos por parte de grupos islamistas como Al Qaeda. Sin duda esto ha sido tomado en cuenta por el aparato militar y de inteligencia estadounidense, el cual aprovechará cualquier acto terrorista como pretexto para una nueva guerra en el exterior, particularmente contra Irán, y una intensificación de los ataques contra los derechos democráticos dentro de EUA.
El discurso de Trump fue recibido con denuncias casi universales, incluyendo de parte de casi todos los regímenes árabes y de todos los aliados nominales de Washington en Europa occidental.
La burguesía europea ve la decisión unilateral e incitadora de Washington como una acometida contra sus intereses, fustigando a las poblaciones musulmanas dentro de sus fronteras y avanzando la política contra Irán que les prevendría acceder a sus lucrativos mercados y oportunidades de inversión. Al mismo tiempo, queda claro de la respuesta de París y Berlín, en particular, que las clases gobernantes europeas utilizarán esta decisión de Trump para legitimar la búsqueda de sus propios intereses de poder en Oriente Medio y otras partes, incluso por medios militares.
En cuanto a los regímenes árabes, las protestas son cada vez más huecas. La monarquía saudí, la dictadura policial egipcia del general Sisi, la monarquía hachemita jordana y la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas fueron todas informadas sobre el cambio de política de EUA sobre Jerusalén con anticipación.
Varios reportes creíbles indican que el hombre fuerte saudí, el príncipe heredero Mohamed bin Salman convocó a Abbas en Riad el mes pasado para dictarle los términos de una nueva “paz” estadounidense e israelí que dejaría a prácticamente todo Jerusalén y todos los asentamientos en Cisjordania en manos de Israel, denegándoles así el derecho de regresar a los refugiados palestinos y reduciendo el “Estado” palestino a un conjunto de Bantustanes discontinuos cuyas fronteras permanecerán bajo control israelí. Presuntamente, Abbas fue dado la opción de acatar esta monstruosidad de ultimátum o ser “despedido”, es decir, perder el financiamiento saudí del que depende la Autoridad Palestina.
Después de haber traicionado incontables veces a los palestinos durante las últimas siete décadas, los regímenes árabes no tienen la intención de oponerse ni a Trump ni a Netanyahu. Arabia Saudita y las otras monarquías reaccionarias sunitas del Golfo Pérsico procuran unirse a ellos en contra de Irán.
El grupo islamista palestino Hamás, el cual se encuentra entablando negociaciones con la Autoridad Palestina para compartir la gobernanza de la sitiada Franja de Gaza, no es nada diferente. Más allá de sus amenazas de que la decisión de Trump “le abre las puertas al infierno”, representa simplemente a otra facción de la burguesía palestina, camuflándose con fundamentalismo religioso mientras busca un mejor acuerdo con los imperialistas e israelíes.
A pesar de que Netanyahu describió el pronunciamiento de Trump como un “hito histórico”, en realidad simboliza la puesta de una lápida sobre la sepultura de las ficciones políticas conocidas como “el proceso de paz” y “la solución de los dos Estados”, las cuales han funcionado como fachadas para legitimar la opresión del pueblo palestino por décadas.
La acción de Trump desnuda nuevamente el fraude de que se pueden lograr las aspiraciones del pueblo palestino y un fin a su opresión por parte del Estado sionista a través de acuerdos entre el imperialismo y los regímenes burgueses árabes.
El recrudecimiento de la crisis en Oriente Medio, marcada por guerras múltiples y continuas y tensiones entre israelíes y palestinos, ha expuesto la bancarrota histórica del nacionalismo burgués.
En su variante sionista, proclamó tener la legitimidad para establecer un hogar para los judíos que escapaban de los horrores del Holocausto. En cambio, creó un Estado militarizado basado en el colonialismo y el expansionismo, enfrentando la población judía contra los palestinos y otros pueblos en la región, al mismo tiempo que preside una de las sociedades más desiguales en el planeta. Como advirtió Trotsky, la creación de este estado ha demostrado ser una “trampa sangrienta” para el pueblo judío.
El nacionalismo palestino, por su parte, ha demostrado ser incapaz de atender las aspiraciones democráticas y sociales del pueblo palestino por medio del programa nacionalista burgués de crear un mini-Estado en Oriente Medio. En cambio, solo pudo formar a la Autoridad Palestina, que no representa más que los intereses de Abbas y su camarilla de oficiales y millonarios que se enriquecen de los contratos de ayuda internacional y sueldos de la CIA, mientras que reprimen la resistencia a la ocupación.
Las tareas de poner fin a las décadas de opresión, pobreza, violencia sufridas por el pueblo palestino y de detener el peligro de una guerra regional corresponden a la clase obrera, que debe unir sus fuerzas a través de todas las demarcaciones nacionales y religiosas, en una lucha en común contra el imperialismo y sus agentes locales, tanto israelíes como árabes.
La destrucción de dichas ficciones políticas que han dominado a la región, alimentadas por la irresoluble crisis del capitalismo, plantea con urgencia la necesidad de aunar a los trabajadores judíos y árabes en una lucha por la construcción de una Federación Socialista de Oriente Medio, como parte de la batalla por acabar con el capitalismo en todo el planeta.
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