Ken Loach, Sin Permiso
El aluvión de peticiones para que dimita Jeremy Corbyn desde las elecciones parciales de Stoke y Copeland ha sido tan previsible como premeditado. Lo dice todo de la agenda política de los medios y nada acerca de las verdaderas necesidades y experiencias de la gente.
Estuve en Stoke y Whitehaven, en Cumbria, pocos días antes de la jornada electoral. Momentum [movimiento favorable a Corbyn dentro del laborismo] había organizado proyecciones de I, Daniel Blake. Fuimos a clubes laboristas en zonas abandonadas, en viejas fincas alejadas del centro. En uno de los clubes me preguntaron: “¿Por qué ha venido usted? No viene nadie por aquí”.
Los organizadores, Joe Bradley y Georgie Robertson, eran un modelo de cómo tendrían que trabajar los organizadores laboristas: plenos de energía, de los que trabajan duro y son intensamente eficaces. Tenían para todo el mundo un saludo cordial, comprobaban las instalaciones para la proyección, dejaban espacio a los colaboradores locales, de modo que la gente de esa comunidad tuviera la impresión de que el acto era suyo y que se les escuchaba. Así es cómo puede el laborismo recuperar el contacto.
Las dos proyecciones estuvieron a rebosar. Los debates fueron apasionados, informados y estimulantes, a un millón de años de los fatigosos clisés del discurso público. No se trataba de un ejercicio de mercadotecnia sino de un compromiso real con la gente y sus preocupaciones.
El fracaso de los gobiernos laboristas – y lo que es importante, de los concejales laboristas – era tema corriente. No es difícil ver el abandono en torno a Stoke. Sólidamente laborista, desde luego, pero ¿qué bien les ha hecho? Un informe de 2015 descubrió que 60.000 personas viven en la pobreza, 3.000 hogares dependen de la caridad para comer y deben 25 millones de libras en impuestos municipales atrasados. La presencia del BNP, hoy reemplazado por el UKIP, demuestra de qué modo el fracaso del laborismo abrió espacios a la extrema derecha.
La historia era parecida en Copeland. Se han perdido industrias – acero, minas, una factoría química – sin plan alguno para substituirlas. Al laborismo se le juzga tan culpable como a los tories. Alguien dijo que el de Copeland fue un voto contra el establishment, y el laborismo es el establishment local. Fue un voto contra Tony Blair y Gordon Brown, contra Jack Cunningham y Jamie Reed, anteriores diputados.
En ambos distritos los candidatos laboristas, ninguno de la izquierda del Partido, recibieron invitaciones a mítines que ambos ignoraron. Con la cobertura de la television, la radio y la prensa, esto resulta estrambótico. ¿Puede que fuese porque el organizador era Momentum? Estábamos allí para apoyar al laborismo. Ni siquiera hubo la cortesía de una respuesta.
Y ahora hagámonos las preguntas de verdad. ¿Cuáles son los grandes problemas a los que se enfrenta la gente? ¿Cuál es el análisis y el programa del liderazgo laborista? ¿Por qué es el laborismo aparentemente impopular? ¿Quién es responsable de las divisiones del Partido?
Los problemas son de sobra conocidos, pero rara vez se ligan a la cuestión del liderazgo. Una clase trabajadora vulnerable que conoce la inseguridad en el empleo, los bajos salarios, el espurio “autoempleo”, la pobreza para muchos, contando a los que tienen empleo, regiones enteras que se han dejado pudrir: estas son las consecuencias de de la economía de libre mercado tanto de los tories como del Nuevo Laborismo. La “flexibilidad” de los patronos es explotación de los trabajadores. Se desmiembran, se deslocalizan, se clausuran servicios públicos, fuente de beneficios para unos pocos y de una sociedad empobrecida para los más. El hecho esencial resulta cegadoramente obvio: los años de Blair, Brown y Peter Mandelson fueron centrales en esta degeneración. Esa es la razón por la que los afiliados laboristas votaron por Jeremy Corbyn.
Corbyn y su canciller [de Economía] en la sombra, John McDonnell, tienen un análisis diferente y están proponiendo medidas políticas diferentes. El mercado no proporcionará jamás una existencia segura y digna para la inmensa mayoría. Si existe una necesidad, pero sin que rinda beneficios, la necesidad no se satisface. Colectivamente, podemos planificar un futuro seguro, utilizar nueva tecnología en beneficio de todos, garantizar que se regeneren todas las regiones con industrias de verdad, y reconstruir nuestros servicios públicos y la calidad de nuestra vida cívica. Se trata de una visión de un mundo transformado y un rechazo de la sociedad amarga, dividida y empobrecida que vemos a nuestro alrededor.
Las medidas políticas de Corbyn supondrían un comienzo. En primer lugar, inversiones públicas en las regiones abandonadas para proporcionar empleos adecuadamente pagados; una sanidad pública con financiación plena, en el que todo el mundo, de las limpiadoras a los consultores, esté empleado directamente y del que se expulse los contratistas privados; resolver el desastre del PFI,[Private Finance Initiative, plan de incentivos y potenciación de la iniciativa privada en el sector público] tan caro al Nuevo Laborismo; vivienda municipal para resolver la crisis de la gente sin hogar, en comunidades planificadas y sostenibles; y el transporte devuelto a la propiedad pública para acabar con el caos de la privatización. Hay una comprensión de cuáles son los problemas y las ideas para empezar la reconstrucción. ¿Cómo pagarlo? Corrigiendo la desigualdad a través de los impuestos a las grandes fortunas y beneficios. Yo añadiría también que la economía precisa de cambios fundamentales para que todos “reciban los frutos plenos de su trabajo”, como dice mi viejo carnet del Partido Laborista.
La ironía es que estas medidas políticas son populares. En un sondeo reciente llevado a cabo por la Media Reform Coalition, el 58% se opone a la implicación privada en el NHS [la Sanidad pública], el 51% apoya la propiedad pública de los ferrocarriles, y el 45% está a favor de un mayor gasto público y de aumentar los impuestos a los más ricos. ¿Por qué no oímos a los diputados laboristas proponer este programa? ¿A qué viene el silencio de los capitostes que se niegan a estar en el gabinete en la sombra? ¿Rechazan las medidas políticas, prefiriendo la política del Nuevo Laborismo de privatización y austeridad, o permanecen en silencio para aislar a Corbyn y a suss partidarios?
Corbyn y su pequeño grupo luchan contra los tories de frente y se las arreglan con un motín silencioso a sus espaldas. Pero los diputados, poco representativos de los afiliados, están causando un daño inmenso. ¿Cómo es que los medios no los llaman a capítulo? Son ellos y quienes les respaldan dentro de la burocracia los que han sido rechazados.
Fue su Partido Laborista, no el de Corbyn, el que perdió Escocia, fue derrotado en dos elecciones generales y ha visto menguar inexorablemente el voto laborista. Pero conservan el sentido de su derecho a liderar. Han tolerado o respaldado la erosión del Estado del Bienestar, el abandono de las viejas zonas industriales, los servicios públicos recortados y privatizados, y una guerra ilegal que provocó un millón o más de muertos y aterrorizó y desestabilizó Irak y los países vecinos. Si se puede eliminar a Corbyn, volveremos a lo de siempre, con escasa diferencia entre el laborismo y los conservadores. Si ha de transformar la sociedad, el Partido mismo ha de transformarse.
Y ¿qué pasa con la prensa? El maltrato de la derechista es tan tosco como podría esperarse. Pero los diarios que se presentan como radicales han dejado ver que nada tienen de eso. El Guardian y el Mirror se han convertido en corifeos del Viejo estamento de poder laborista. Una columna tras otra exige que se vaya Corbyn. Volcanes extintos aparecen citados con alborozo. Gran titular para Mandelson: “Trabajo todos los días para echar a Corbyn”. Mandelson tuvo que dimitir dos veces del gobierno, desacreditado. ¿Por qué darle esa importancia, salvo por añadirlo a la música del sentimiento contrario a Corbyn?
Los locutores siguen las pistas de la prensa. Un informe descubrió que durante la campaña para la reelección de Corbyn, la BBC escogió el doble de entrevistados hostiles a Corbyn que de partidarios. La crítica es personal y tan feroz como la empleada en contra de Arthur Scargill [líder minero de las huelgas de los años 80 contra el cierre de los pozos ordenado por el gobierno de Thatcher]. Si hicieran falta pruebas de la fortaleza de Corbyn, está su habilidad de aguantar esta acometida.
¿Por qué este ataque? ¿Por qué se exonera a los abstencionistas de su partido y se le juzga personalmente responsable del prolongado declive del laborismo? ¿Podría ser por temor a que Corbyn y McDonnell quieran hacer lo que dicen? Si tuvieran un movimiento poderoso que les apoyara, bajo su liderazgo el laborismo comenzaría a restringir el poder del capital, sacar a las multinacionales de los servicios públicos, devolver derechos a los trabajadores y comenzar el proceso de crear una sociedad segura y sostenible que todos podríamos compartir. Es un premio por el que vale la pena luchar. Sería un comienzo, sólo el comienzo, de un largo viaje.
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