miércoles, 3 de agosto de 2016

Las confesiones del FMI

Alejandro Nadal, La Jornada

El Fondo Monetario Internacional siempre ha buscado mantener la reputación de que sus intervenciones están basadas en análisis técnicos de la mejor calidad. También pretende mantener una política de transparencia que proporcione mayor legitimidad a sus acciones. Por eso mantiene una Oficina Independiente de Evaluación (OIE), que lleva a cabo peritajes sobre diversos aspectos de su actividad. La OIE responde directamente al consejo de directores ejecutivos y su mandato está por arriba de la directora gerente, Christine Lagarde.

En su último reporte la OIE (disponible en ieo-imf.org) ofrece un escalofriante diagnóstico sobre la incapacidad técnica del máximo organismo responsable del sistema de pagos internacionales. El informe se concentra en el manejo de la crisis en el contexto de la eurozona y en las intervenciones del Fondo en las economías de Grecia, Irlanda y Portugal. Estos programas de rescate fueron los primeros casos de aplicación de programas de ajuste en países desarrollados en el marco de una unión monetaria. La experiencia de las intervenciones del FMI en América Latina y el sudeste asiático no es mencionada en el informe, pero vale la pena no perder de vista sus efectos nefastos a lo largo de los últimos 20 años.

La OIE destaca que los montos involucrados en las operaciones del FMI en esos tres países europeos fueron excepcionales porque se excedieron los límites normales de 200 por ciento del valor de la cuota para períodos de 12 meses o de un 600 por ciento acumulado para la duración del programa de intervención. En cada uno de los tres países el acceso a recursos del Fondo rebasó el 2,000 por ciento de la cuota correspondiente. Para el periodo 2011-2014 los fondos canalizados a estos tres países representan más de 80 por ciento del total de los préstamos hechos por el FMI.

La intervención del FMI en estos tres países se convirtió en una operación todavía más compleja porque se llevó a cabo en colaboración con otras instituciones: la Comisión de la Unión Europea en Bruselas y el Banco Central Europeo. Estos organismos también exigieron la aceptación por los gobiernos de estos países de sendos programas de condicionalidad y de reformas estructurales adicionales.

El informe de la OIE critica el mal diagnóstico sobre la crisis al interior del Fondo. Mientras se estaba dando el contagio desde el fracturado sistema financiero estadunidense hacia el sector bancario europeo los analistas del FMI siguieron capturados por el pensamiento tradicional sobre los orígenes de la crisis.

Peor aún, el FMI ni siquiera tenía planes de contingencia para enfrentar una crisis sistémica al interior de la unión monetaria por la sencilla razón de que el análisis al interior del organismo excluía por hipótesis la posibilidad de ese tipo de evento. La existencia de déficit externos en la cuenta corriente de países de la eurozona financiados por flujos de capitales (de corto plazo) y la posibilidad de que esos flujos pudieran revertirse era simple y sencillamente negada por los supuestos del análisis macroeconómico del FMI. Eso explica la parálisis del Fondo frente a los datos reales que demostraban que la unión monetaria era una economía enferma aún antes de la crisis.

En 2006 el déficit promedio de la cuenta corriente en los países de la periferia de la unión monetaria alcanzaba el 8 por ciento del PIB y el de Grecia rebasaba 12 por ciento. Esas señales alarmantes fueron sistemáticamente ignoradas por el FMI.

El Fondo también prefirió olvidar el hecho fundamental de que la unión monetaria excluye cualquier ajuste por cambios en la paridad y por acomodos en la política monetaria. En ese contexto, la crisis mudó de piel: de los peligros que acechan a los bancos se pasó al riesgo país en los mercados financieros internacionales. El único ajuste viene por la llamada devaluación interna, que conlleva la brutal caída de los salarios para alcanzar precios competitivos en los mercados internacionales. Pero eso conduce al estancamiento, a un crecimiento desorbitado del nivel de endeudamiento como proporción del PIB y a una degradación del riesgo país con las calificadoras en los mercados internacionales. Y si a eso le agregamos la imposición de medidas de austeridad fiscal, obtenemos la profundización y prolongación de la crisis.

La OIE señala además que para aplicar el plan de salvamento de la economía griega el Fondo tuvo que recurrir a excepciones que violaron la regla de oro del FMI sobre reducción efectiva del nivel de endeudamiento. Los funcionarios de línea mostraron gran creatividad para engañar a los máximos dirigentes del Fondo.

En realidad, el informe de la OIE ignora que el objetivo central de la intervención de la troika no era salvar a la economía griega o portuguesa, sino operar el rescate de los bancos de los países acreedores del núcleo de la eurozona. Esa también es la lección central de la larga lista de intervenciones del FMI en América Latina y Asia. El OIE busca transparencia, pero en el fondo, también cae presa del síndrome de pensamiento único que siempre ha prevalecido en el FMI.

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