Jorge Eduardo Navarrete, La Jornada
Angela Merkel y Alexis Tsipras comparten, además de la inicial de sus nombres de pila, una vivencia reciente que no debería pasar inadvertida: ambos han sufrido el rechazo dentro de su propio partido a posiciones importantes que decidieron asumir. El griego precisaba de la aprobación del Consejo de los Helenos –su parlamento– para el tercer rescate financiero, cuyos términos y condiciones aceptó a pesar de que contravenían el mandato derivado del referéndum del 5 de julio, convocado por él mismo. La alemana requería que el Bundestag –la cámara baja del legislativo– respaldase la participación de la República Federal en el arreglo europeo con Grecia. No es fácil decidir en cuál de los dos países fue más intenso y acalorado el debate político sobre este controvertido asunto. Los griegos acababan de pronunciarse, en referéndum, contra la reproducción ampliada, sine die, de una austeridad sádica. Los alemanes, si se atiende a algunas encuestas, no favorecían el rescate y exigían para Grecia un trato punitivo. En Berlín se produjo la mayor rebelión de parlamentarios demócrata y social cristianos (63 votaron en contra y tres se abstuvieron), pero el apoyo de los aliados de Merkel en la Gran Coalición, los socialdemócratas, aseguró la mayoría. En Atenas la rebelión en las filas de Syriza también fue notable (31 en contra y 11 abstenciones, de 149 legisladores), pero los opositores hicieron mayoría con el primer ministro y aprobaron sin remilgos el paquete. Merkel ha empezado a velar sus armas para buscar un cuarto mandato en 2017 y le pesa la desafección del ala más conservadora de su partido, que puede despertar otras aspiraciones. Tsipras quedó –para decirlo en términos técnicos– colgado de la brocha y, privado de mayoría, optó por la renuncia y el anticipo de los comicios: las séptimas elecciones generales en lo que va del siglo, sin contar referenda, por lo que se habla de fatiga del electorado.
El Consejo de los Helenos –Βουλη Τwν Ελληνwν– es un parlamento peculiar: ahora 250 de sus 300 diputados se eligen por representación proporcional y el quinto restante es atribuido al partido que obtiene la mayor votación –una especie de seguro contra la ingobernabilidad. La rebelión contra Syriza redujo su bancada de 149 a 124 diputados y los 25 rebeldes anunciaron la integración de un nuevo partido, Unidad Popular, que es ahora la tercera fuerza en la legislatura. Otros seis partidos están representados: Nueva Democracia, socialcristiano (76); Amanecer Dorado, neonazi (17); El Río, izquierda moderada (17); Partido Comunista de Grecia (15); ANEL, que estaba coaligado con Syriza (13), y Pasok, socialdemócrata (13). En un parlamento tan diverso las fuerzas centrífugas pueden tornarse irresistibles.
Tsipras juega la carta del anticipo de las elecciones, nueve meses después de su impresionante victoria, confiado en las que considera tres bazas fuertes: Primera, el hecho de que, a pesar de todas las calamidades atravesadas, sigue manteniendo una popularidad muy alta frente a los demás líderes. Una encuesta de finales de julio, mencionada por Le Monde (20 de agosto) le atribuye 34 por ciento de las intenciones de voto, sólo dos puntos menos que 36 por ciento de la votación efectiva que obtuvo en enero. Otra, citada por BBC News, le reconoce un coeficiente de aprobación verdaderamente sorprendente: 61 por ciento. Ningún otro líder griego se le acerca. Segunda, su convicción de que los electores –que habían repudiado de manera resonante el austericidio en el referéndum– en realidad temen más la salida de la zona del euro y sufrir una suerte de ostracismo en Europa. Tercera, juzga que actuará a su favor la hasta ahora excelente temporada turística y el veranillo económico que, contra todas las expectativas, ha llegado a Grecia, con crecimiento de 1.5 por ciento del PIB en el segundo trimestre e inflación a la baja (-2.2 por ciento en julio) y, desde luego, prefiere no hablar del riesgo deflacionario que esta última cifra entraña ni del desempleo que se empeña en no bajar de 25 por ciento.
Hay otros dos elementos que pueden jugar en favor de Syriza y Tsipras: explotar los reconocidamente estrechos márgenes de maniobra que deja abiertos el tercer programa de rescate y sacar ventaja de una circunstancia que parece reconocerse cada vez más: Grecia perdió esta batalla política, frente a Alemania y otros adversarios poderosos, pero ganó con amplitud el debate de ideas y planteamientos de política frente a los mismos adversarios. El paquete demanda, por ejemplo, elevar impuestos y abatir la evasión y la elusión. Al hacerlo crea la oportunidad de mejorar la progresividad del sistema impositivo y combatir una proclividad tradicional y generalizada. La imposición a Grecia de una nueva oleada de austeridad dejó mal sabor de boca en la opinión pública ilustrada del continente. Las críticas menudearon en medios académicos y algunos círculos políticos de Alemania, Holanda, Finlandia y Dinamarca, cuyos gobiernos estuvieron en la primera fila de las exigencias. En mucho menor medida, por tristeza, hay gobiernos, como el de Polonia, que desean justificar el ajuste propio demostrando que igual se impone a los demás. En España y Portugal, cuyos gobiernos también desoyeron y rechazaron los planteamientos griegos, han surgido movimientos políticos que proponen enfoques similares. Para sorpresa de muchos, el planteamiento de quitas considerables de deuda –los llamados haircuts– fueron apoyados por el Fondo Monetario Internacional y serán discutidos hacia finales del año, cuando se evalúe la marcha del rescate.
Otra de las peculiaridades del régimen parlamentario griego es que, si un jefe de gobierno renuncia antes del término de la legislatura, un cuatrienio, como ha ocurrido, el jefe del Estado convoca a los líderes de los partidos que detentan la primera y la segunda minorías –en este caso Nueva Democracia y el recién formado Unidad Popular– para que intenten constituir un gobierno. Tanto Samaras como Lafazanis no lograron constituir mayorías. Se espera que este viernes el presidente Prokopis Pavlopoulos convoque la elección anticipada a mediados de septiembre.
Los parlamentarios disidentes, que ahora integran Unidad Popular (nombre escogido, se dice, en homenaje a Salvador Allende), son liderados por Panagiotis Lafazanis, quien en el gobierno de Tsipras estuvo al frente de un gran ministerio de nueva creación: el de Energía, Industria y Medio Ambiente. En una primera declaración, Lafazanis dijo que propondría denunciar el paquete de rescate, salir de la zona del euro, restablecer el dracma e iniciar un nuevo camino para Grecia. Una ruta difícil pero no inviable. Si la opción electoral enfrenta estas alternativas, el debate y su desenlace resultarán aleccionadores para Grecia, Europa y más allá.
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