martes, 3 de marzo de 2015

Grecia y la nueva política

Albert Recio Andreu, Viento Sur

Lo que ocurra en Grecia tiene una importancia vital para el devenir de la Unión Europea, para la hegemonía neoliberal y para la izquierda en todas partes. El capitalismo es un sistema económico que opera a escala global, pero a menudo lo que ocurre en un país tiene influencia que supera sus fronteras y que cambia o refuerza dinámicas.

Los ejemplos abundan. Desde los más radicales, empezando por las grandes revoluciones nacionales —la inglesa, la francesa o la rusa— hasta procesos en países más pequeños o episodios nacionales de mayor calado. Por ejemplo el aplastamiento del experimento socializante del Chile allendista fue, en clave de política nacional, el primer experimento económico neoliberal y al mismo tiempo influyó en un notable cambio de orientación de los partidos comunistas del sur de Europa. La corta y fallida experiencia del primer gobierno Mitterrand no sólo constituyó el último intento de aplicar una política keynesiana de izquierdas sino que se utilizó profusamente para justificar la inexistencia de alternativas al neoliberalismo. Por eso lo que ocurra en Grecia no sólo tendrá una incidencia enorme para la población griega, también constituirá un poderoso referente en otros muchos lugares y, especialmente en los países del Sur de Europa que, en muchos aspectos, se encuentran en una situación parecida.

Grecia tiene graves problemas, difíciles de subsanar a corto plazo. La estructura productiva griega es aún más débil que la española, por cuanto su evolución histórica, su tamaño y su situación geográfica han propiciado una menor capacidad industrial y un sistemático desequilibrio exterior. Su amplio sector público ha convivido con un nivel de fraude fiscal y una organización fragmentaria de los servicios sociales mayor que el español. Estas debilidades estructurales y el proceso de financiarización que posibilitó la introducción del Euro facilitaron al mismo tiempo una enorme expansión del consumo y la inversión pública y un creciente endeudamiento exterior, que la crisis de 2008 convirtió en trampa mortal. Las reformas estructurales y los ajustes exigidos por la Troika han agravado muchos problemas a niveles insoportables sin dar ninguna oportunidad a un cambio estructural. La unión monetaria ha quitado al país la capacidad de maniobra en este terreno y ahora el Gobierno griego asiste impasible a la huida de capitales sin capacidad autónoma de imponer medidas que eviten la sangría.

En este contexto el margen de maniobra griego es muy pequeño. Seguir con los programas de ajuste insoportables es el suicidio a medio plazo. Salirse del euro tiene también enormes problemas en un país que necesita importar gran parte de los bienes básicos y que no tiene una base industrial propia que atenúe el problema. Es un margen muy estrecho para cualquier Gobierno y el que Syriza difícilmente puede escapar. La propuesta inicial de Syriza era la de renegociar la deuda y promover una política de crecimiento en la que juega un papel central un fuerte aumento de la recaudación fiscal en base a obligar a tributar a todas las rentas que escapan al fisco.

Lo que ha ocurrido en el primer embate era previsible. Los líderes de la UE han salido en tromba a parar las demandas griegas. Al bloque “duro” en torno a Merkel (Holanda, Suecia, Finlandia...) se han sumado además algunos gobiernos del Sur, con especial intervención del ínclito De Guindos, más preocupados porque el éxito de Syriza pudiera dar alas a sus oposiciones internas que interesados en explorar un cambio de políticas comunitarias que también favorecería sus intereses nacionales. Los medios y numerosos comentaristas han corrido a glosar la “derrota” de Syriza, su repliegue, su cesión a las exigencias de Bruselas. Un recordatorio interesado para seguir reforzando la idea de que “no hay alternativa” y quitar toda posibilidad de éxito a cualquier opción “radical”. La consigna dominante parece ser la de Grecia “se ha rendido”.

Hay, sin embargo, una visión diferente, que es la que ofrecen, por ejemplo, los materiales que ha publicado Sin Permiso y que incluyen artículos de Varoufakis y de gente cercana a él, como el economista estadounidense James K. Galbraith. Lo que trasciende de estos trabajos es que los líderes griegos sabían de antemano que debían llegar a compromisos y que lo que han hecho ha sido, según ellos con éxito, tratar de encontrar una respuesta que les permitiera convencer a sus interlocutores sin quebrar las líneas rojas de su programa. Para calibrar hasta qué punto esto es verdad he leído con detalle los puntos de la propuesta griega, finalmente aceptada por la UE. Y lo que se saca de su lectura es que realmente se ha hecho un esfuerzo de esquivar el zarpazo aunque, como no podía ser de otro modo, no se han podido evitar algunas concesiones de calado.

Entre las cuestiones de fondo parece quedar claro que el núcleo de la propuesta se adecúa a la estrategia básica de Syriza: que el ajuste fiscal fundamental pase por un aumento de la recaudación fundamentalmente basada en eliminar la colosal evasión fiscal relacionada tanto con la falta de control sobre las bases imponibles como a los propios agujeros del sistema impositivo. Reforma fiscal y eficiencia de la Administración deberían servir para aumentar los recursos públicos y posibilitar una extensión de los derechos sociales a los que no se renuncia (como tampoco se renuncia explícitamente a evitar los desahucios). Muchas de las políticas de racionalización del gasto público, de la seguridad social, de la financiación a los partidos, son reformas que posiblemente cualquier gobierno alternativo tendría que hacer (pensando en España no consigo entender con qué lógica los funcionarios públicos no sólo tenemos un sistema diferenciado de Seguridad Social —la Muface— sino que además éste posibilita que una gran parte del personal público alimente los ingresos de las aseguradoras sanitarias privadas, y pienso que una reforma que unificara el sistema sería justa). La cuestión no está en aceptarlas sino en ver en qué se concretan.

Donde se advierten más cesiones es, a mi entender, en dos planos. Uno, el de las privatizaciones; ahí se ha bajado claramente el tono inicial (pues de facto se acepta incluso tirar adelante las privatizaciones que ya están en marcha), aunque trata de crearse barreras a nuevas privatizaciones. La otra es el anuncio de una nueva reforma laboral (y la renuncia implícita al aumento automático del salario mínimo). La cuestión fundamental estriba en qué reforma laboral se va a realizar, aunque todos sabemos que los grandes organismos laborales tratan de imponer por doquier meras desregulaciones de derechos laborales y promueven “un mercado laboral competitivo” que no es más que un mercado monopolístico en manos de los empresarios. Ahí las autoridades griegas han tratado de hacer un quiebro indicando que en todas estas reformas se tengan en cuenta los dictámenes de la OIT, sabedores que esta es la única organización internacional donde predominan dictámenes técnicos a menudo opuestos a las propuestas neoliberales dominantes en la OCDE, el FMI o la misma Comisión Europea. Queda por ver si ello constituirá una protección esencial.

En suma, me parece que el Gobierno griego ha tratado de hacer frente al primer embate tratando de salvar algunas posiciones esenciales y esperando ganar tiempo. Dada la correlación de fuerzas, la dramática situación del país, no me parece una mala táctica. La alternativa era posiblemente el suicidio a corto plazo en forma de colapso económico inmediato, máxime cuando es un Gobierno que acaba de entrar y seguramente aún no controla muchos resortes del poder local. Lo peligroso de esta estrategia es que descansa en gran parte en una propuesta —la de mejorar la base fiscal del país y mejorar la eficiencia del Estado— que por mejor llevada que esté requiere tiempo. Y cuatro meses es un periodo demasiado corto para que se avancen resultados. Sobre todo porque hay que esperar la resistencia de los poderes económicos y los sectores sociales que han hecho de la evasión fiscal la normalidad. Y, a la vez, un tiempo demasiado largo para que los afectados puedan percibir mejoras sustanciales en su situación. La táctica por tanto requerirá del Gobierno griego tomar medidas efectistas en uno y otro sentido. Medidas que sirvan para ganar credibilidad exterior o, por lo menos, evitar que la alianza merkeliana pueda seguir presentando a los griegos como unos pasivos demandadores de ayuda. Medidas y políticas que refuercen la cohesión y la fuerza de los sectores sociales que les dan apoyo. Y necesitan que en el exterior cunda el convencimiento de que no se puede seguir retorciendo a Grecia y de que el fracaso griego tendrá costes para todos.

II

En Grecia jugamos todos. No sólo por una cuestión elemental de solidaridad. El fracaso de Grecia puede generar otro “efecto Mitterrand”. Durante años cualquier crítica al neoliberalismo era abortada con el soniquete de “en Francia ya se comprobó que no había alternativa”. El giro derechista de la socialdemocracia se incubó en las puertas giratorias y en las facultades de economía, pero esta experiencia se usó eficazmente para colonizar muchas cabezas y hacer tragar la píldora neoliberal. Ahora que la crisis había empezado a generar algunas respuestas de izquierda en algunos países, un fracaso de Syriza tendría, posiblemente, un efecto parecido. Y por todo ello hay que empezar ya a empezar a aprender de esta experiencia.

Lo que resulta claro (casi siempre lo ha sido pero con la ilusión lo perdemos de vista) es que una victoria electoral de la izquierda no posibilita grandes cambios a corto plazo. Y aquí se plantea un conflicto entre la necesidad de promover un discurso alternativo, que incluya propuestas concretas de mejora, que anime a la movilización, y la capacidad de llevarlo a cabo “el día después”. Especialmente cuando se trata de una propuesta que se enfrenta a una colosal fuerza enemiga (en volumen, recursos, mecanismos) que no está dispuesta a ceder el más mínimo terreno. El campo de los cambios es el de una lucha sostenida y tenaz a largo plazo, con inevitables victorias y derrotas, con giros que a menudo despistan hasta a los actores principales. Y que requiere por parte de las fuerzas impulsoras una capacidad de comunicación, información, formación de sus propias bases. Una tarea que debe enfrentarse casi siempre no sólo con la presión insoportable de los poderes económicos y mundiales, sino también con una ruidosa crítica de izquierda, que reúne a los impacientes y a los que siempre tienen la verdad (que casi siempre se predica desde algún púlpito).

Lo que debería resultar también claro es que en el momento presente cualquier lucha y acción política debe desarrollarse tanto en el plano nacional como el internacional. Es una obviedad que ya conocían los viejos marxistas. Hoy, más que nunca estamos confrontados a una estructura de poder que constituye una verdadera red con niveles diversos: locales, nacionales, comunitarios, globales, que combina estructuras diversas —empresariales, institucionales, mediáticas, académicas— y que ha desarrollado una asimismo compleja estructura social internacional que refuerza su capacidad de dominación. Y que no permite esperar que de pronto surja una respuesta global y coordinada para acabar con el neoliberalismo e impulsar algún tipo de sociedad poscapitalista. Seguiremos abocados a procesos nacionales contradictorios, limitados, ambiguos. Por eso es tan necesario que la izquierda griega, más allá de sus propios méritos, tenga alguna posibilidad de salir mínimamente airosa del envite. Y por eso es tan necesario que también aquí consigamos desarrollar un proyecto que permita aunar resistencia, propuesta, socialización de masas y acción internacional. En Grecia se ha desarrollado el primer desafío mínimamente reconocible al neoliberalismo que ha tenido lugar en Europa. Aunque la voz del Gobierno griego a veces resulte exagerada y a veces esté a punto de quebrarse, hay que darle una oportunidad. Desarrollando proyectos paralelos, generando reflexión y acción global.

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