Jean Pisani-Ferry, Project Syndicate
A principios de la semana pasada, después de varios días de tensas discusiones, el nuevo gobierno de Atenas llegó a un acuerdo con sus acreedores de la eurozona que incluye un paquete de reformas inmediatas y una ampliación de cuatro meses del programa de asistencia económica. No obstante, a pesar del suspiro colectivo de alivio de Europa, el arreglo no excluye la necesidad de celebrar más negociaciones duras sobre un nuevo programa de asistencia financiera que debería entrar en vigor para finales de junio.
En cualquier negociación, una de las variables clave que influyen en la conducta de los protagonistas y por lo tanto en el resultado es cuál sería el costo para cada uno de ellos de no llegar a un acuerdo. En este caso, la cuestión es el costo de la salida de Grecia de la eurozona, una posibilidad que se discutió ampliamente en los medios a lo largo de las recientes negociaciones y que generó especulaciones considerables sobre la postura de los distintos actores, en especial los gobiernos griego y alemán.
Desde la perspectiva de Grecia, abandonar el euro provocaría muchos trastornos, lo que explica que en el país esa opción tenga muy poco apoyo. Pero, ¿qué hay de los costos de la salida de Grecia para el resto de la zona del euro? Desde que la cuestión se planteó por primera vez en 2011-2012, ha habido dos puntos de vista opuestos.
Uno de ellos – llamado el de la teoría del dominó – sostiene que si Grecia saliera, los mercados comenzarían a preguntarse inmediatamente quién sería el próximo. Se pondría en duda el destino de otros países, como sucedió durante las crisis monetarias de Asia de 1997-1998 o la crisis de la deuda soberana europea de 2010-2012. Eso podría dar lugar a la desintegración de la eurozona.
El otro punto de vista – llamado a menudo la teoría del lastre – afirma que de hecho la eurozona resultaría fortalecida con el retiro de Grecia. La unión monetaria se desharía de un problema recurrente y una decisión de la eurozona para invitar a Grecia a retirarse o permitirle que lo hiciera fortalecería la credibilidad de sus reglas. De ese modo, ningún país se atrevería a chantajear a sus socios en el futuro.
En 2012, la teoría del dominó se percibía como suficientemente realista, por lo que los países acreedores no consideraron la salida de Grecia. Tras haber reflexionado durante el verano, la canciller alemana Angela Merkel fue a Atenas a expresar sus “esperanzas y deseos” de que Grecia se quedara.
No obstante, hoy la situación es diferente. La tensión del mercado se ha relajado considerablemente; Irlanda y Portugal ya no recurren a programas de asistencia; la decisión de pasar a una unión bancaria ha fortalecido el sistema financiero de la zona del euro; y ya se han establecido herramientas para el manejo de las crisis. Una reacción en cadena provocada por la salida de Grecia sería mucho menos probable.
Sin embargo, no se puede concluir que la pérdida sería inofensiva. Hay tres razones por las que la salida de Grecia aún podría debilitar considerablemente la unión monetaria europea.
La primera y más importante es que la salida de Grecia refutaría el supuesto tácito de que la participación en la zona del euro es irrevocable. Ciertamente, la historia demuestra que ningún compromiso es irrevocable: según Jens Nordvig de la empresa Nomura Securities, desde principios del siglo XIX se han disuelto 67 uniones monetarias. Cualquier salida de la eurozona haría que se percibiera una mayor probabilidad de que tarde o temprano otros países pudieran salir también.
Segunda razón, una salida reivindicaría a aquellos que consideran el euro tan solo como un acuerdo de tipo de cambio fortalecido, no una moneda real. La confianza en el dólar estadounidense recae en el hecho de que no hay diferencia entre un dólar depositado en un banco de Boston y uno depositado en un banco de San Francisco. Sin embargo, desde la crisis de 2010-2012, esto ya no sucede igual con el euro. La fragmentación financiera ha retrocedido pero no desaparecido, lo que significa que un crédito otorgado a una compañía en Austria no conlleva necesariamente la misma tasa de interés que un crédito dado a la misma compañía al otro lado de la frontera italiana. Críticos como el economista alemán, Hans-Werner Sinn, se han hecho especialistas en seguir la exposición al riesgo de colapso.
Nada de lo anterior tendría efectos fatales por el momento, debido a las iniciativas que se han tomado en años recientes; pero sería un error asumir que se ha restablecido toda la confianza. Sin duda, los ciudadanos europeos responderían a la salida (o expulsión) de un país de la eurozona, primero empezando a ver de otra forma la divisa. Empezaría a cuestionarse en serio los lugares donde se conserve el euro. Los inversionistas nacionales y extranjeros evaluarían más concienzudamente si el valor de activos se vería afectado por un colapso de la unión monetaria. Los gobiernos tendrían más reservas en cuanto a verse expuestos a riesgos debido a sus socios. En efecto, las sospechas serían irreversibles, y sustituiría la creencia de que la eurozona es irreversible.
Por último, una salida obligará a los encargados del diseño de políticas europeos a formalizar las reglas para el divorcio que hasta ahora no se han escrito e incluso no se han especificado. Más allá de principios amplios de derecho internacional – por ejemplo, que lo que importa para decidir la denominación de la divisa de un activo después del divorcio es el derecho que regula el contrato subyacente y la jurisdicción correspondiente – no hay reglas acordadas para decidir cómo se llevaría a cabo la conversión a una nueva moneda. La salida de Grecia obligaría a definir esas reglas y, por lo tanto, aclarar cuánto vale un euro según dónde esté, quien lo tenga y de qué forma. En efecto, esto no solo haría más imaginable el riesgo de una separación sino que también lo haría mucho más concreto.
Nada de lo anterior significa que los miembros de la eurozona deban estar dispuestos a pagar cualquier costo para mantener a Grecia en la eurozona. Esto evidentemente significaría una rendición, pero tampoco deben hacerse ilusiones: no puede haber una salida agradable de Grecia de la eurozona.
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