Alejandro Nadal, La Jornada
El poder de las grandes corporaciones en los mercados de todo tipo de bienes es uno de los rasgos más importantes de la economía mundial. Cualquiera pensaría que la teoría económica le habría dedicado tiempo y recursos para analizar las fuentes de este poder estratégico de las grandes corporaciones, así como de sus consecuencias. Hay que pensar dos veces.
El Premio Nobel de Economía fue otorgado a Jean Tirole por su trabajo sobre las corporaciones y su poder de mercado. El comunicado del comité Nobel indica que las aportaciones de Tirole facilitan la corrección de las fallas de mercado que permiten a las grandes corporaciones desplegar su poderío y lucrar con sus resultados negativos (altos precios a los consumidores o a empresas improductivas). En realidad, la obra de Tirole se inscribe en la vieja tradición de no cambiar el paradigma central de la teoría económica sobre las bondades del mercado.
Las investigaciones de Jean Tirole sobre organización industrial están marcadas por tres graves problemas. El primero es que todos sus modelos son de equilibrio parcial, en los que se analiza una sola rama de la economía (se supone que lo que sucede en el resto de la economía no afecta lo que acontece en la rama objeto de estudio). Esto equivale a suponer que el resto de la economía se encuentra en una posición de equilibrio. Con estos supuestos las relaciones interindustriales dejan de ser un problema.
Todo esto es asombroso, pero bastante común y corriente en el trabajo de la academia porque se busca rescatar y mantener a salvo los grandes dogmas de la teoría dominante. Tirole no es una excepción. Su forma de proceder es la de todos los economistas neoclásicos: consiste en ir relajando las condiciones restrictivas de los modelos medulares de la teoría para nunca poner en peligro los dogmas de la teoría dominante.
El segundo problema es que en sus modelos, basados en la teoría de juegos, los agentes conocen las estrategias de todos los demás agentes. El mismo Tirole agrega al final de su libro Teoría de organización industrial una nota sobre equilibrios de Nash en la que señala que también Debreu asume que todos los agentes conocen las estrategias de los demás. Debreu es coautor del modelo Arrow-Debreu, el caballito de batalla de la teoría dominante (y un portentoso fracaso en sí mismo). Es la forma que tiene Tirole de decir, miren, me pueden criticar, pero Debreu hace lo mismo.
Precisamente por tratarse de modelos organizados alrededor de la teoría de juegos, en el análisis de Tirole no existe el tiempo. La razón es que los modelos de teoría de juegos son a-temporales. Por ese motivo Tirole es incapaz de realizar un análisis sobre la dinámica del mercado. Aquí ya tenemos un problema doble: el trabajo de Tirole es poco interesante para analizar la estructura del mercado y nada útil para estudiar su dinámica.
El tercer problema se deriva de los anteriores. Los modelos de Tirole ignoran los canales de competencia entre las empresas en una misma rama. Aunque el libro de Tirole contiene una sección sobre interacción estratégica, su contenido se limita a una reconsideración de los modelos estándar de la ortodoxia. Esos modelos no permiten un análisis en el que las interdependencias sean tomadas en cuenta de manera realista. En realidad, aquí Tirole lleva a cabo su tarea de ir relajando supuestos en los modelos ortodoxos que ha heredado con el objeto de ir observando su comportamiento. Eso puede parecer muy sensato, pero al final del día lo único que se tiene es una versión más sofisticada de los modelos viejos e inservibles.
No es sorprendente que las recetas sobre regulación económica sean inocuas. Los grandes grupos corporativos siempre verán con buenos ojos los trabajos de reguladores amistosos.
Tirole complementó su trabajo de organización industrial con un análisis de la dimensión financiera de las empresas en un libro sobre teoría de las finanzas coporativas (publicado en 2006). Esto es un paso en la dirección correcta porque el campo de la organización industrial siempre estuvo separado de los aspectos de tesorería, endeudamiento y capitalización de las empresas. Desgraciadamente, Tirole descansa buena parte de su análisis en el desprestigiado teorema Modigliani-Miller. Este teorema (que se enseña en muchas escuelas de negocios y de economía) dice que bajo ciertos supuestos restrictivos el nivel de endeudamiento de una empresa no es relevante porque lo único que importa es el valor de los activos de una empresa, no la manera en que están siendo financiados. Por supuesto, el teorema Modigliani-Miller no dice nada relevante en un mundo de apalancamiento desmesurado y de bancos de inversión que operan con derivados exóticos. Al amparo del teorema Modigliani-Miller los responsables de política macroeconómica ignoraron las estructuras de endeudamiento de empresas y bancos. La crisis financiera demuestra su error. Podemos disculpar a Tirole porque no tiene credenciales en teoría macroeconómica, lo que no le impide hacer recomendaciones audaces sobre el mercado laboral en Francia.
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