lunes, 21 de julio de 2014

Usar a Ucrania para calentar el planeta

Naomi Klein, La Jornada

La manera de ganarle a Vladimir Putin es inundar el mercado europeo con gas natural obtenido mediante fracking (fractura hidráulica) en Estados Unidos, o al menos eso nos quiere hacer creer la industria. Como parte de la escalada de la histeria antirusa, dos iniciativas fueron presentadas en el Congreso estadounidense; éstas intentan aprobar por la vía fast-track las exportaciones de gas natural licuado (LNG, por sus siglas en inglés), en nombre de ayudar a Europa a desengancharse de los combustibles fósiles de Putin y fortalecer la seguridad nacional estadounidense.

Según Cory Gardner, el legislador republicano que presentó la iniciativa en la Cámara de Representantes, oponerse a esta legislación es como colgar el teléfono a una llamada de emergencia hecha por nuestros amigos y aliados. Y podría ser verdad –siempre y cuando tus amigos y aliados trabajan en Chevron y Shell, y la emergencia es la necesidad de mantener las ganancias elevadas, en medio de los decrecientes suministros de petróleo y gas convencional.

Para que funcione este ardid, es importante no mirar demasiado de cerca los detalles. Por ejemplo, el hecho de que mucho del gas probablemente no llegue a Europa –porque los proyectos de ley permiten que el gas sea vendido en el mercado mundial a cualquier país que pertenezca a la Organización Mundial del Comercio.

O el hecho de que, durante años, la industria ha enviado el mensaje de que los estadounidenses deben aceptar los riesgos que la fractura hidráulica trae a su tierra, agua y aire, con tal de ayudar a su país a obtener una independencia energética. Y ahora, de pronto, astutamente la meta se volvió la seguridad energética, que al parecer significa vender en el mercado mundial una temporal superabundancia de gas obtenido mediante fracking y así crear dependencias energéticas en el extranjero.

Y, sobre todo, es importante no darse cuenta que construir la infraestructura necesaria para exportar gas a esta escala tomaría muchos años de permisos y construcción. Para cuando estos masivos proyectos industriales estén funcionando, es posible que Alemania y Rusia sean amigos cercanos. Para entonces, pocos recordarán que la crisis en Crimea fue el pretexto que la industria del gas aprovechó para hacer realidad sus eternos sueños de exportación, sin importar las repercusiones sobre las comunidades locales, por el fracking, o sobre el planeta que se calienta.

A este hábito de explotar una crisis para obtener ganancias privadas le llamo la doctrina del shock, y no muestra señales de ir en retirada: durante los tiempos de crisis, ya sea real o manufacturada, nuestras elites imponen políticas no populares, que van en detrimento de la mayoría, bajo el pretexto de que es una emergencia. Muchas industrias son buenas en hacer este ardid, pero el más hábil en explotar la cualidad que tiene una crisis de frenar la racionalidad es el sector global del gas.

Durante los últimos cuatro años los cabilderos del gas han usado la crisis económica en Europa para decir a países como Grecia que la salida de la deuda y la desesperación es abrir sus hermosos y frágiles mares a la perforación. Y emplean argumentos similares para racionalizar el fracking en América del Norte y Reino Unido.

La crisis de moda es el conflicto en Ucrania. Lo usan como ariete para derribar las sensatas restricciones a las exportaciones de gas natural y para promover un controvertido acuerdo de libre comercio con Europa. Es todo un acuerdo: más economías empresariales de libre comercio contaminantes y más gases que atrapan el calor y contaminan la atmósfera. Todo esto en respuesta a una crisis energética en buena medida manufacturada.

Y vale la pena recordar –la ironía de las ironías– que la crisis que la industria del gas natural es más hábil explotar es el mismo cambio climático.

Qué importa si la única solución que la industria ofrece a la crisis climática es expandir drásticamente el uso del fracking, que libera a la atmósfera cantidades masivas de metano, desestabilizador del clima. El metano es uno de los gases de efecto invernadero más potentes, 34 veces más fuerte para atrapar el calor que el dióxido de carbono, según los más recientes cálculos del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Y eso ocurre durante un periodo de 100 años, con el poder del metano reduciéndose a lo largo del tiempo.

Es mucho más relevante, argumenta Robert Howarth, bioquímico de la Universidad de Cornell, observar el periodo de 15 a 20 años, cuando el metano tiene un impresionante potencial de cambio climático: 86 a 100 veces mayor que el dióxido de carbono. Y recuerda: no construyes infraestructura multimillonaria en dólares a menos que planees usarla durante al menos 40 años. Así que la respuesta que le damos a nuestro planeta que se calienta es la construcción de una red de hornos atmosféricos superpoderosos. ¿Estamos locos?

No sabemos cuánto metano se libera al perforar y hacer fracking y con toda su infraestructura. Aun cuando la industria del gas natural vende sus emisiones de dióxido de carbono como ¡más reducidas que el carbón!, nunca ha realizado una medición sistemática de sus fugas de metano. La industria del gas, en 1981, salió con el astuto discurso de que el gas natural era un puente a un futuro de energía limpia. Eso fue hace 33 años.

Y en 1988 –el año que el climatólogo James Hansen alertó al Congreso, en un histórico testimonio, sobre el urgente problema del calentamiento global– la Asociación Estadunidense de Gas comenzó a explícitamente describir su producto como respuesta al efecto invernadero.

El uso que la industria hace de Ucrania para expandir su mercado global, bajo la bandera de la seguridad energética, debe verse en el contexto de este ininterrumpido historial de oportunismo ante las crisis. Sólo que esta vez muchos más de nosotros sabemos dónde está la verdadera seguridad energética. Gracias al trabajo de reconocidos investigadores, como Mark Jacobson y su equipo en Stanford, sabemos que el mundo puede, para 2030, obtener su energía exclusivamente de renovables. Y gracias a los más recientes y alarmantes informes del IPCC sabemos que hacerlo es ahora un imperativo existencial.

Depende de los europeos transformar su deseo de emancipación del gas ruso en una demanda de una acelerada transición a renovables. Tal transición –a la cual las naciones europeas están comprometidas por el Protocolo de Kyoto– fácilmente puede ser saboteada si el mercado mundial es inundado con combustibles fósiles baratos que fueron extraídos mediante fracking del lecho de roca estadunidense. Responder a la amenaza de un calentamiento catastrófico es nuestro más urgente imperativo energético. Y simplemente no podemos darnos el lujo de distraernos con el más reciente ardid de mercadotecnia, alimentado con una crisis, de la industria del gas natural.
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Artículo publicado en La Jornada, en abril de 2014

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