Begoña Piña, Público
"Me gustaría volver a ser reportero, porque tengo la impresión de que a medida que uno avanza en el trabajo literario va perdiendo el sentido de la realidad", le decía Gabriel García Márquez a Pablo Neruda en 1971, en una entrevista que el primero hizo al segundo. Entonces ya había publicado Gabo la inmensa historia de los Buendía de Macondo, ya había abierto las prometedoras puertas del realismo mágico y había dejado al mundo una de las grandes obras de la literatura universal del siglo XX. Entonces, ya estaban impresas El coronel no tiene quien le escriba y La hojarasca y La mala hora y Los funerales de Mamá Grande" y, ya se ha dicho, Cien años de soledad y Relato de un náufrago y... lo mejor de su literatura de ficción.
Obras inmortales algunas, inolvidables otras, una, sin duda, única... Ya decía Borges que Cien años de soledad era uno de los "grandes libros no solo de nuestro tiempo, sino de cualquier tiempo" y que no conocía más libros de García Márquez. Era una manera, muy borgiana, de decir que con aquella formidable novela no eran necesarias otras...
Pero aquel torrente de sobresaliente literatura, aunque ligado en sus partes más íntimas con personajes y momentos de la propia vida del escritor, le apartó tal vez más de lo que él y su conciencia social podían consentir de esa realidad a la que se refería en aquella conversación con Neruda. Y reapareció el periodista, el reportero. Y volvieron sus otros libros. García Márquez prometió no transitar el territorio de la ficción hasta que no cayera Pinochet y se lanzó a recorrer el mundo y a escribir interesantes reportajes para la revista Alternativa.
Y se publicaron Crónicas y reportajes, sus reportajes sobre Angola, Nicaragua, Cuba... reunidos en Periodismo militante, las aventuras por la vieja Europa, por Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, la antigua Unión Soviética en De viaje por los países socialistas...
En 1981 rompió su promesa y protagonizó un retorno a la ficción por todo lo alto, publicó Crónica de una muerte anunciada, tras la cual fue alternando mundo real e imaginario hasta hace relativamente poco. Hace diez años, en 2004 apareció Memoria de mis putas tristes, su última novela. Tiempo después se reunió en el volumen Yo no vengo a decir un discurso una serie de textos del Premio Nobel escritos a lo largo de su vida para ser pronunciados en público.
Han sido decenios y decenios en los que García Márquez calmó su muy temprana y persistente obsesión por escribir con obras de muy diferentes géneros. Periodista, novelista, cuentista... siempre poeta, él mismo se rindió a la literatura en cualquiera de sus facetas y lo confesó públicamente en su discurso de agradecimiento por el Premio Nobel. "En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía".
Poesía que estaba en las vidas de los Buendía, del patriarca José Arcadio, de Aureliano, de Amaranta... en ese fantástico mundo de Macondo, pero también en sus polémicas crónicas sobre Cuba, o en sus conversaciones con el gran amigo, luego gran enemigo, Vargas Llosa, y en sus discursos sociales, políticos... Un gran, un inmenso poeta. Un hombre que atrapaba esos espíritus esquivos en cada línea, en cada minuto de sus 87 años.
"El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: Mierda". Sí. Mierda. Ha muerto García Márquez.
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