Desde que en 1972 el rey Jigme Singye de Bután propuso abandonar el PIB (Producto Interno Bruto) como medida de progreso del país, y cambiarlo por el FIB (Felicidad Interna Bruta), numerosos economistas y sicólogos han dado vueltas a este tema que ya pensó Aristóteles en los fundamentos de la civilización humana. En abril del año pasado, al cumplirse 40 años de la idea de Singye, y en medio del turbulento ambiente económico provocado por la crisis, las Naciones Unidas organizaron una cumbre de alto nivel apoyada por 70 países para consensuar ideas en torno a lo que puede ser un necesario nuevo paradigma económico basado en la sostenibilidad y centrado en el bienestar humano. Este enfoque no apunta al crecimiento del producto interno bruto, sino a las ganancias sociales de la Felicidad Interna Bruta. Es decir, abre una oportunidad única para reorientar el camino de la economía en función del desarrollo humano en un mundo que compartimos.
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