domingo, 6 de enero de 2013

EE UU: Dos notas sobre antes y después del “abismo fiscal”

Dean Baker, Sin Permiso

1 de enero: El umbral no augura nada bueno


El umbral de la franquicia impositiva de Obama no augura nada bueno en las conversaciones sobre el techo de la deuda. El presidente consiguió ser reelegido con la promesa de aumentar los impuestos a quienes ganan más de 250.000 dólares. Está ya capitulando.

Hay tres aspectos de los que tendría la gente que darse cuenta respecto al acuerdo sobre el abismo fiscal alcanzado por el presidente Obama y los republicanos en el Congreso. El primero es la observación simple y evidente de que hemos pasado el abismo fiscal. No hubo acuerdo aprobado por el Congreso y firmado por el presidente Obama antes de la fecha límite del 1 de enero.

Lo cual tiene su importancia, porque las informaciones sobre el presupuesto en relación con el “abismo” fiscal afirmaban repetidamente que el país y la economía se enfrentaban a graves consecuencias por no haber llegado a un acuerdo para esa fecha. Declararon repetidas veces que corríamos el riesgo de una recesión, tergiversando groseramente las previsiones de la Oficina Presupuestaria del Congreso, y otros predijeron las consecuencias de mantener mayores tasas tributarias y grandes recortes del gasto durante todo el año.

También estaba la predicción de que los mercados financieros se vendrían abajo si no se llegaba a un acuerdo para la fecha límite. Mientras los mercados estaban todavía cerrados, el último día de 2012 se concentraron en realidad en las noticias de que se había llegado a un principio de acuerdo, aunque casi con toda seguridad no se llegaría a tiempo para la fecha tope.

Dicho de otro modo, los mercados financieros respondieron como anticipamos muchos de los que no estábamos en la pomada. Mientras estuviera claro que estaba próximo un acuerdo, les daba lo mismo la fecha límite del "abismo" fiscal. Anotemos éste como otro ejemplo de que los expertos – la gente que informa sobre el presupuesto y la economía en el Washington Post y otros medios de noticias importantes – no tenían ni idea.

La segunda cuestión guarda relación con la substancia del acuerdo. Para quienes deseaban ver protegidos programas clave como la Seguridad Social y Medicare, este acuerdo supone una noticia bastante buena. La atolondrada idea de elevar la edad de idoneidad de Medicare a los 67 parece descartada.

El plan para recortar las prestaciones de la Seguridad Social una media del 3% cambiando la fórmula de indexación para el ajuste del coste de la vida queda también, temporalmente, fuera de la discusión. El acuerdo también prolonga el periodo de las prestaciones de desempleo ampliadas, garantizando que 2 millones de trabajadores sigan recibiendo sus cheques.

Por el lado de los ingresos, el presidente Obama se dio en cierta medida por vencido, elevando el umbral para aplicar las tasas impositivas de la época de Clinton a 450.000 dólares, comparado con los niveles de 250.000 dólares que había ido vendiendo durante su campaña. Se trata de un regalo de unos 6.000 dólares aproximadamente a los hogares muy ricos, puesto que significa que hasta la gente más opulenta disfrutará de una tasa impositiva más baja aplicada a 200.000 dólares de su renta. Lo que tal vez resulta más importante, continúa la baja tasa impositiva para la rentas de dividendos, pagando los más ricos de entre los ricos una tasa impositiva de sólo el 20% para su renta por dividendos.

La pérdida de ingresos resultante de estas concesiones es aproximadamente de 200.000 millones de dólares en diez años, o cerca del 5% del gasto proyectado durante este periodo. En sí misma, esta pérdida de ingresos no tendría muchas consecuencias; lo que importa mucho más es la dinámica que instala este acuerdo.

Esta es la tercera cuestión. El presidente Obama insistía en que iba a ceñirse al corte de 250.000 que requería que el 2% de hogares en lo más alto de la escala, los grandes ganadores de la economía, volviera a pagar las tasas fiscales de la época de Clinton. Se echó atrás en este compromiso, incluso en un contexto en el que conservaba la mayor parte de los triunfos en la mano. Entramos ahora en una nueva ronda de negociaciones sobre la ampliación del techo de deuda en la que parecería que son los republicanos quienes tienen muchos de esos triunfos.

Si bien puede que las consecuencias no sean tan extremas como dicen los expertos, nadie podría pensar que fuera una buena idea permitir que se alcanzara el techo de la deuda y obligar al gobierno a llegar al impago. Los republicanos tienen la intención de hacer uso de esta amenaza para forzar al presidente Obama a mayores concesiones. El presidente insiste en que no habrá negociaciones sobre el techo de la deuda: no más concesiones para proteger la posición de las finanzas en el país.

En este punto, con todo, ¿hay alguna razón para que la gente le crea?

Se trata del presidente que animó a los miembros del Congreso a votar por el Troubled Asset Relief Program (TARP – Programa de Rescate de Activos en Riesgo) en 2008 con la promesa de que pondría la “cramdown” [reducción de varias clases deuda a una cantidad inferior] en caso de bancarrota para la deuda hipotecaria (que permite la reestructuración de los préstamos de vivienda para la genta con hipotecas secuestradas) en el primer lugar de su orden del día una vez llegado al cargo. Es el presidente cuyos máximos asesores se jactaron de haber propinado un “hippie punching” [un “guantazo a los progres”], cuando se deshicieron de la opción pública en la Affordable Care Act [Ley de Atención Asequible, el llamado Obamacare]. Este es el presidente que ha puesto en su orden del día los recortes de la seguridad social, mientras deja fuera de ese orden del día los impuestos a la especulación de Wall Street.

Y este es el presidente que decidió poner la reducción del déficit, en lugar de la creación de empleo, en el centro del orden del día del país, aunque sabe que ese enorme déficit es consecuencia del resultado del desmoronamiento de la economía. Y por supuesto, se trata del presidente que nombró al antiguo senador Alan Simpson y al director de Morgan Stanley, Erskine Bowles a la cabeza de la comisión sobre el déficit, elevando así enormemente la talla de estos dos enemigos de la Seguridad Social y Medicare.

Dado su historial, pocas dudas hay de que puede confiarse en que el presidente Obama haga más concesiones, que impliquen posiblemente a la Seguridad Social y Medicare en las negociaciones sobre el techo de la deuda. Y bien, siempre podemos reírnos de que los expertos se hayan equivocado sobre el apocalipsis maya del abismo fiscal.

2 de enero: Más allá del abismo fiscal


Hemos entrado en el nuevo año y la distracción provocada por el debate sobre el abismo fiscal parece haber quedado atrás. Tal vez.

Ese debate formaba parte de una distracción mayor, la preocupación por el déficit presupuestario en un momento en el que de lejos el problema más importante del país sigue siendo la crisis económica provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria. La obsesión por el déficit presupuestario es especialmente absurda, debido a que los enormes déficits de años recientes son resultado enteramente de la crisis económica.

A pesar de esto, los líderes de ambos partidos han elevado el déficit presupuestario a la categoría de problema más importante, prácticamente el único, de la política económica nacional. Esto significa ignorar la crisis que sigue causando una enorme cantidad de sufrimientos sin necesidad a decenas de millones de personas.

Pero el temor a grandes déficits nos está impidiendo darle el mismo impulso a la economía que nos sacó de la Gran Depresión. La explicación es sencilla: los beneficios han vuelto a niveles anteriores a la recesión.

Esto significa que desde el punto de vista de la gente que ostenta la propiedad y gestión de empresas norteamericanas, todo va pero que muy bien. Además, consideran que los déficits creados por la crisis proporcionan una oportunidad par ir a por la Seguridad Social y Medicare.

La Campaña para Subsanar la Deuda (Campaign to Fix the Debt), una organización no partidista que involucra a muchos de los directivos más ricos y poderosos del país, se propone hacer eso justamente. Se ha convertido en práctica habitual en Washington que los tipos de Wall Street y otros opulentos intereses financien grupos que promuevan su orden del día.

La Campaña para Subsanar la Deuda implica que los directivos mismos salgan directamente al ruedo e impulsen la defensa de los recortes de la Seguridad Social y Medicare así como de la rebaja del impuesto de sociedades.

Está claro lo que aquí sucede. Y no necesitamos ninguna teoría de la conspiración.

Los dirigentes de ambos partidos políticos se han unido abiertamente para exigir recortes en la Seguridad Social y Medicare, dos programas que disfrutan de un apoyo político masivo en todo el espectro político. Los ricos hacen una piña independientemente de su lealtad política para recortar prestaciones que disfrutan de un amplio apoyo bipartidista entre todos los que no son ricos.

El presidente Barack Obama tiene la oportunidad de mostrar un liderazgo real. Debería explicar a la opinión pública los hechos básicos que conocen todos los expertos presupuestarios: no tenemos un problema de déficit crónico, los grandes déficits son consecuencia del desmoronamiento de la economía. La prioridad del presidente y el Congreso debe consistir en hacer que la gente recupere su empleo y la economía su ritmo.

Cuando reventó la burbuja inmobiliaria, el gasto anual en construcción residencial cayó en más de un 4% del PIB, que son 600.000 millones de dólares en la economía actual. De forma semejante, el consumo se hundió en cuanto la gente recortó sus gastos como respuesta a la pérdida de 8 billones de dólares en activos financieros generados por la burbuja inmobiliaria.

No hay una forma fácil de que el sector privado substituya esta demanda. Las empresas no invierten a menos que vean que se demandan sus productos, por mucho cariño con el que podamos colmar a los "creadores de empleo". De hecho, si acaso, la inversión es sorprendentemente sólida, dada la gran cantidad de sobreequipamiento en la economía. Medida en términos de porción del PIB, la inversión en equipamiento y software ha vuelto casi a los niveles anteriores a la recesión. Es difícil imaginar que la inversión pueda ser mucho más elevada, en ausencia de un impulso de importancia a la demanda proveniente de algún otro sector.

Por esto es por lo que resulta necesario gestionar déficits grandes. Lo ideal es que el dinero se gaste en sectores que nos hagan más ricos en el futuro: educación, infraestructuras, investigación y desarrollo en energías limpias, etc. No hay modo de evitar que el Estado tenga un papel considerable, teniendo en cuenta las actuales flaquezas de la economía.

Obama tiene que explicar al país esta sencilla historia. Le odiarán los ricos de ambos partidos por seguir esta ruta. Utilizarán todo su poder para denunciarle. Pero el pueblo norteamericano respalda la Seguridad Social y Medicare, y apoya una economía que cree empleos para los trabajadores corrientes.

Lo que Obama necesita es valor para decir la verdad.

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