Paul Krugman, The New York Times
La inquietante posibilidad de un impago de la deuda estadounidense tiene pocos aspectos positivos. Pero tengo que reconocer que el espectáculo de tantísima gente que lo ha estado negando y que de repente se ha despertado y ha olido la locura ha tenido su lado cómico, con un toque de humor negro. Varios analistas políticos parecen asombrados ante lo poco razonables que están siendo los republicanos. "¿Se ha vuelto loco el Viejo y Gran Partido?", se preguntan.
Pues ahora que lo dicen, sí. Pero esto no es algo que acabe de suceder; es la culminación de un proceso que dura desde hace décadas. Cualquiera que se sorprenda por el extremismo y la irresponsabilidad de la que ahora hace gala, o bien no ha estado prestando atención, o bien ha estado haciendo la vista gorda. Y a los que de repente dudan de la salud mental de uno de nuestros dos partidos principales me permito decirles lo siguiente: la gente como ustedes son en parte responsables de la situación actual de ese partido.
Hablemos un momento de lo que los líderes republicanos están negando. El presidente Obama ha dejado claro que está dispuesto a firmar un acuerdo sobre la reducción del déficit que consiste principalmente en recortes del gasto y que incluye recortes draconianos en programas sociales clave, incluido un aumento de la edad requerida para acogerse al programa de Medicare. Son unas concesiones extraordinarias. Como señala Nate Silver, de The Times, el presidente ha ofrecido unos acuerdos que están muy a la derecha de lo que el votante estadounidense medio prefiere y, de hecho, en el mejor de los casos, un poco a la derecha de lo que el votante republicano medio prefiere.
Sin embargo, los republicanos están diciendo que no. Es más, están amenazando con forzar un impago estadounidense y con crear una crisis económica, a no ser que consigan un acuerdo completamente sesgado. Y esto era totalmente predecible. En primer lugar, el Partido Republicano moderno básicamente no acepta la legitimidad de una presidencia demócrata (cualquier presidencia demócrata). Lo vimos durante el mandato de Bill Clinton y lo vimos otra vez en cuanto Obama asumió el cargo.
Como consecuencia de ello, los republicanos están automáticamente en contra de cualquier cosa que quiera el presidente, aunque hayan apoyado propuestas parecidas en el pasado. El plan de asistencia sanitaria de Mitt Romney se convirtió en un ataque tiránico contra la libertad estadounidense cuando lo puso en práctica el hombre que ocupa en la Casa Blanca. E idéntica lógica resulta válida para los acuerdos sobre la deuda que se han propuesto.
Pongámoslo de esta forma: si un presidente republicano hubiera logrado obtener la clase de concesiones sobre Medicare y la Seguridad Social que Obama propone, lo habrían considerado un triunfo conservador. Pero cuando esas concesiones llevan aparejados unos leves incrementos de los ingresos, y, lo que es más importante, cuando provienen de un presidente demócrata, las propuestas se convierten en unos planes inaceptables para hipotecar la economía estadounidense.
Más allá de eso, la economía vudú se ha apoderado del Partido Republicano. El vudú de la teoría de la oferta -que afirma que los recortes fiscales se amortizan y/o que cualquier incremento de los impuestos conduciría a un hundimiento económico- ha sido una fuerza poderosa dentro del Partido Republicano desde que Ronald Reagan adoptó el concepto de la curva de Laffer. Pero el vudú solía reprimirse. El propio Reagan promulgó unos aumentos fiscales significativos, contrarrestando en gran parte sus recortes iniciales.
Y hasta el Gobierno del expresidente George W. Bush se abstuvo de realizar afirmaciones extravagantes sobre la magia de los recortes fiscales, al menos en parte porque temía que al hacer semejantes afirmaciones crecerían las dudas respecto a la seriedad del Gobierno.
Sin embargo, últimamente ha desaparecido cualquier rastro de contención y, de hecho, la han expulsado del partido. El año pasado, Mitch McConnell, el líder de la minoría en el Senado, aseveró que los recortes fiscales de Bush aumentaron en la práctica los ingresos -una afirmación que va en contra de toda evidencia- y también declaró que era "la opinión de prácticamente todos los republicanos sobre ese tema". Y es verdad: incluso Romney, al que la mayoría considera el aspirante más lógico a ser el candidato a presidente en 2012, ha suscrito la opinión de que los recortes fiscales pueden reducir realmente el déficit. Y eso me lleva a la culpabilidad de los que solo ahora reconocen la locura del Partido Republicano.
Esta es la cuestión: aquellos que dentro del Partido Republicano dudaron en adherirse al fanatismo de los recortes fiscales podrían haberse opuesto con más fuerza si hubiese habido cualquier indicio de que ese fanatismo pasaría factura y si las personas ajenas al partido hubiesen estado dispuestas a condenar a los que adoptaban posturas irresponsables.
Pero no ha habido ninguna factura. Bush despilfarró el superávit de los últimos años de Clinton, aunque unos prominentes expertos pretendan que los dos partidos son culpables a partes iguales de nuestros problemas de endeudamiento. Paul Ryan, el presidente del Comité Presupuestario del Congreso, propuso un supuesto plan de reducción del déficit que incluía unas enormes rebajas fiscales para las empresas y los ricos, y luego recibió un premio a la responsabilidad fiscal.
Por eso el Partido Republicano no se ha visto presionado para mostrar ningún tipo de responsabilidad, o siquiera racionalidad, y efectivamente ha perdido los papeles. Si a alguien le sorprende, eso quiere decir que ese alguien fue parte del problema.
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