Alemania ha despegado en 2010. La mayor economía europea ha presentado unas credenciales dignas de elogio en un ejercicio en el que, de forma paralela, la zona del euro, ha experimentado las turbulencias de mayor enjundia en sus diez años de vida tras consolidarse como divisa internacional y moneda de uso en el mercado interior.
Esta doble incógnita en la que está sumergida Alemania -erigida de nuevo en locomotora continental y, al mismo tiempo, en abogado del diablo de los socios monetarios que han arrastrado al euro al borde del precipicio por la crisis de la deuda- debe ser resuelta por la actual canciller Angela Merkel. Quizás, incluso, de forma inmediata, en el Consejo Europeo que concluirá este viernes en Bruselas. Pero si no es así, a corto plazo, ya que es consciente de que los vientos no le serán tan favorables en 2011, año en el que se le auguran dificultades de toda índole: políticas, económicas y sociales.
Aun así, la canciller ha cerrado un ejercicio de ensueño. El tsunami financiero que tuvo su epicentro en la quiebra de Lehman Brothers y que desencadenó la histórica recesión sincronizada de todas las economías industrializadas se ha traducido, en apenas un año, en números lustrosos. Alemania ha pasado de registrar una dura contracción de su PIB del 4,7% en 2009, a un más que probable incremento, este año, del 3,5%. Con un punto de inflexión notable: el mayor crecimiento, en tasa anualizada, en el segundo trimestre, con un alza del 9%, la más intensa desde la reunificación del país. Una travesía por el desierto que se ha saldado, además, con escasa destrucción de empleo. De hecho, la tasa de paro subió cuatro décimas, hasta el 8,2% de la población activa, entre 2008 y 2009. Sin olvidar la recuperación de su vitola de austeridad presupuestaria, un sello genuinamente made in Germany, perdida en los primeros años de esta década.
Sin embargo, ¿debe atribuirse en exclusiva a Merkel este éxito de puertas adentro de las fronteras alemanas? Y, por otro lado, ¿resulta correcto que la canciller democristiana cargue con el doble rasero de ser heroína en su país y villana en Europa?
El efecto Schröder
Los analistas otorgan a la líder de la CDU el innegable aval de haber encarrilado una economía en caída libre con súbito viraje hacia una “política de freno a la deuda”, explican Barbara Böttcher y Klaus Günter, de Deutsche Bank, en un reciente estudio en el que cuestionan la nueva fortaleza de Alemania. Un mérito para el que Merkel esperó a librarse de sus antiguos socios del SPD en el Ejecutivo de la Gran Coalición para rentabilizar su decisión junto a los históricos compañeros de viaje, los liberales de su ministro de Exteriores, Guido Westerwelle.
Pero también reconocen el talante liberalizador del socialdemócrata Gerhard Schröder, al poner en marcha la dolorosa Agenda 2010 para sacar a Alemania de la recesión a la que le condujo la crisis de las puntocom de 2001. En su opinión, lo que denominan el “ciclo [reformista] de Schröder” de rebajas fiscales en 2000; de consolidación del sistema de pensiones en 2001 y 2002 y de flexibilidad laboral en 2003 y 2004, puso coto a la hipoteca de la factura de la reunificación y el epitafio a la etiqueta de “enfermo de Europa” con el que se identificó entonces a Berlín por las dificultades de despegue de su economía y las reiteradas amenazas -nunca cumplidas por parte de la Comisión Europea- de déficit excesivo por rebasar el germánico Pacto de Estabilidad y Crecimiento que ahora exige a los socios del euro. Un sinuoso camino de salida de la crisis que -recuerdan Böttcher y Günter- no impidió a Schröder perder unas elecciones de 2005 ante Merkel.
El tercer factor que explica el buen comportamiento de Alemania en esta crisis ha sido su potente sector privado. “Numerosas empresas afrontaron [esta reedición de la Gran Depresión] con excelentes ingresos y figuras financieras, después de haber emprendido procesos de reestructuración importantes en la primera mitad de la década, precisamente cuando su ciclo de negocios era pobre por la recesión provocada por las firmas tecnológicas”, aclaran los analistas de Deutsche Bank, que también mencionan los beneficios aparejados a un mercado laboral flexible -capaz de mantener en la actual crisis a más de 1,5 millones de trabajadores a tiempo parcial a cambio de evitar despidos- y a aumentos de competitividad derivados de una tendencia inversa en costes laborales unitarios a las que han soportado sus socios monetarios en los últimos años.
El año que Merkel vivirá peligrosamente
Aun así, las perspectivas para 2011 no son precisamente halagüeñas para la canciller. En el orden doméstico, Merkel debe enterrar el generoso plan de estímulo que incluía subsidios a empresas que retuvieran empleados y el talento foráneo de las competitivas firmas del sector exterior alemán -uno de los propulsores del despegue de la actividad-, mientras está obligada a continuar desplegando el programa de recortes de 80.000 millones de euros en cuatro años para cumplir con los límites presupuestarios que exigen los tratados europeos y la propia Constitución germana.
Todo ello, dentro de unas perspectivas de crecimiento que el consenso del mercado sitúa en una horquilla entre el 1% y el 2%. Con la demanda interna apagada y sin fecha para cumplir con la promesa electoral de sus socios liberales de aplicar rebajas fiscales. Eso sí, con el escudo protector de un mercado laboral que seguirá resistiendo a la crisis.
Tampoco el clima político parece muy favorable. La líder democristiana tendrá pruebas electorales en seis de los dieciséis länders -incluído el tradicional bastión de Baden-Württemberg, que la CDU gobierna desde 1953-, en plena recuperación de la intención de voto del SPD y de los Verdes -la coalición que sustentó la era Schröder- con el antecedente de haber perdido los comicios en North Rhine-Westphalia después de titubear sobre el plan de rescate europeo con destino al salvamento de Grecia, y unos sondeos recientes que revelan por primera vez un apoyo social claro a un cambio de canciller.
Ni presiones sociales como el esperado repunte del precio de la energía por la recuperación de los mercados emergente, las tensiones a cuenta de la inmigración -que condujo al cese del miembro del Bundesbank, Thilo Sarrazin, por sus críticas a los musulmanes vertidas en un libro, mientras Berlín reclama más cartas verdes al talento extranjero para mejorar su competitividad empresarial y combatir el envejecimiento de su sociedad- o la compleja y electoralista agenda nuclear que maneja la propia canciller para, por un lado, prorrogar la vida útil de sus centrales e, incluso, aconsejar nuevas plantas y, por otro, retraer su calendario actual para tratar de atraer a su causa al movimiento ecologista.
El dilema del euro
Pero, sin duda, el frente político y económico de mayor calado lo encontrará en Europa. De hecho, no son pocas las voces que han criticado sus desmanes iniciales al rescate de Grecia, primero, e Irlanda después. E incluso, más recientemente, las embestidas dialécticas procedentes de Portugal y España por el rechazo franco-alemán hacia el bono europeo o a las compras masivas e institucionalizadas de deuda europea por parte del BCE. Aunque, quizás, una de las más significativas sea la de Romano Prodi. Por su doble condición de ex primer ministro italiano y ex presidente de la Comisión Europea. Prodi enfatizó que Merkel perjudicaba la salud del euro dando alicientes a los inversores para soñar con problemas impensables y añadiendo combustible para una tormenta sin precedentes en los mercados financieros de Europa. “No ayuda” a la causa europea, apuntó Prodi hace un par de semanas, en referencia a la canciller.
Este coro de voces -al que se unió míster euro, Jean Claude Juncker- también incluye varios análisis económicos y geoestratégicos. Dentro de estos últimos, Ulrike Guérot, del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales (ECFR, según sus siglas en inglés) considera que esta marcha atrás en el espíritu europeísta de Berlín puede deberse, por un lado, a que Europa haya cambiado, se ha vuelto más compleja y menos sincronizada por las sucesivas integraciones y ha debilitado la posición alemana de contribuyente neto de la Unión. O que, por el contrario, sea Alemania la que ha cambiado y se ha vuelto más vieja y pobre pese a verse a sí misma, en la actualidad, como el campeón exportador y el sostén del euro. En este caso -precisa Guèrot- Berlín “deberá decidir si, en el futuro, desea estar fuera de la UE o participar de ella en su obligado desafío de que Europa ocupe un papel relevante en el nuevo orden mundial”.
Con cierta urgencia, porque algunos estudios, como el del think-tank Legatum Institute, en colaboración con el American Enterprise Institute, alertan del colapso del euro, en tres años, si los dirigentes europeos no elaboran una estrategia concertada en su defensa. A juicio de François Gianviti, del Instituto Bruegel, la solución pasa, en primera instancia y de forma urgente, por crear un Mecanismo Europeo de Resolución de Crisis en el ámbito monetario, “capaz de liberar con rapidez asistencia financiera a sus socios y de influir en los mercados para evitar embestidas especulativas por los niveles de endeudamiento”. Gianviti admite que esta iniciativa obliga a cambiar el Tratado Europeo y que requiere una distinción precisa entre los aspectos legales, económicos y financieros. Pero impulsaría a Europa “a la vanguardia en los avances hacia la futura arquitectura financiera internacional” en uno de los puntos débiles que ha dejado la crisis financiera actual y sobre el que están obligados a actuar el resto de potencias del G-20.
En el Centro para la Reforma Europea (CER), un centro de análisis paneuropeo vinculado al laborismo británico, achacan esta crisis de identidad a la deficiente y poco ambiciosa convergencia monetaria con la que nació el euro, la alarmante falta de liderazgo de sus dirigentes actuales -con especial énfasis en Merkel y Nicolas Sarkozy- y la falta de una estrategia común de crecimiento. Algo que, según Simon Tilford, su economista jefe, se puede resumir en una simple idea, la de configurar un auténtico Gobierno económico que “vaya más allá del mero endurecimiento de la disciplina presupuestaria que preconiza Berlín o de los desequilibrios comerciales” entre sus socios y que acaban deteriorando, bien la demanda interna de los países con superávit o bien los ingresos en las cuentas públicas de los países en déficit. Es decir, que responda, tras un necesario periodo de reflexión, “a desafíos como la debilidad crónica de su crecimiento, o las diferencias de los ciclos de negocios entre el norte y el sur”.
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Tomado de El Confidencial
En el Centro para la Reforma Europea (CER), un centro de análisis paneuropeo vinculado al laborismo británico, achacan esta crisis, https://sientemunich.com/el-mejor-btp-para-comprar/
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