Bush y Cheney han sido los grandes derrotados en la Operación Osetia, un intento vano y ridículo de buscar poner a prueba al Kremlin de Putin y Medveded. Y como en todas las operaciones bélicas de la dupla Cheney-Bush (Irak, Afganistán), le ha salido el tiro por la culata y hoy es Rusia quien tiene la sartén por el mango. En pocas horas demostró su capacidad de controlar la subversión del títere de la CIA en Georgia, Mikhail Saakashvili –un presidente corrupto e inestable-, y pasar a controlar ese poderoso enclave estratégico del Pentágono en el Cáucaso, rodeándolo por aire, mar y tierra.
Rusia no aceptó que ocurriera lo de Kosovo y actuó con celeridad. Siguiendo las enseñanzas de Rumsfeld: “Consigues más con buenas palabras y una pistola, que con buenas palabras solamente”, llega a una mesa de negociación en inmejorables condiciones, derribando incluso a los aliados europeos del Imperio.
Como se sabe, la operación buscaba crear las condiciones para que Georgia ingresara al selecto grupo del Club de la OTAN, que son enemigos de Rusia desde la guerra fría, en los intentos de EEUU de crear una cortina en torno a la exURSS. De esta forma Washington se aseguró el suministro de armamentos a la zona y la denostación del régimen soviético.
Pero los años han cambiado y Washington ha erosionado su poder por la vía de la especulación financiera que hoy tiene a ese país –y a parte de Europa- en las puertas de la más seria recesión de los últimos 60 años. Washington tampoco tiene el poder de otrora en que podía convencer al resto del mundo de la verdad que inventaba. Ya nadie se traga tan fácilmente las mentiras de Bush (como las armas de destrucción masiva de Irak, el propio 11-S, o las armas nucleares de Irán). Las campañas desinformativas del Pentágono han perdido fuerza por la fantasiosa y timadora mente de Bush y Cheney, los grandes perdedores de esta nueva aventura bélica.
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