Troy Southgate, Troy Southgate
Mientras revisaba algunos escritos del pensador francés Henri Bergson (1859–1941), me encontré reflexionando sobre sus implicaciones políticas y lingüísticas para la sociedad moderna. Fue Bergson quien argumentó célebremente que la conciencia no puede cuantificarse de la misma manera en que se miden los cuerpos en el espacio. Descubrió esto durante una visita al cine en los primeros años del siglo XX, cuando se interesó en el hecho de que lo que se ve en la pantalla grande no es más que una serie de instantáneas sucesivas que generan la ilusión de movimiento.
Cuando Bergson afirmó que los filósofos podían aprender mucho del cine, el filósofo y matemático Bertrand Russell (1872–1970) puso a prueba esta teoría y concluyó que tenía razón. Sin embargo, lo que Russell no llegó a comprender fue que su homólogo francés consideraba el método cinematográfico como una ventana a una gran equivocación que la mayoría de las personas habían aceptado en sus vidas, incluido el propio Russell.
Al espacializar la conciencia y vivir de un punto a otro, de la misma manera en que las diapositivas de un proyector crean un espejismo de continuidad, los seres humanos existen en un contexto en el que el cambio no es más que una serie de pausas potenciales donde la acción puede intervenir. En otras palabras, no estamos viendo realmente ‘cosas’, sino momentos individuales en los que reside la posibilidad de interacción. Esto nos lleva a actuar como cuerpos discontinuos. Como explica Barry Allen, biógrafo de Bergson:
«La vida es una continuidad real, lo que implica una interpenetración temporal y una sucesión sin separación. La cinematografía, en cambio, ofrece una separación real y una sucesión sin interpenetración; lo siguiente no crece a partir de lo anterior, sino que simplemente se yuxtapone, externo, como puntos en el espacio.»Al visualizar el movimiento de esta manera artificial, buscamos controlarlo. Imagina que te encuentras ante un arroyo que fluye y deseas imponerte sobre él. Primero, debes contener el agua dándole forma, lo que significa transformarla en una especie de sólido. Que el agua fluya naturalmente significa que desafía la medición o evaluación, por lo que, de acuerdo con sus facultades racionales, el hombre moderno usa la contención como medio de cuantificación.
El método cinematográfico también puede usarse como una analogía de los sistemas de control bajo los cuales vivimos actualmente. El hecho de que las personas se aferren con tanta facilidad a los clichés y a los comportamientos ritualizados, según Bergson, conduce al instinto de rebaño del que hablaba Nietzsche en su propia filosofía. Si la continuidad de la conciencia se reduce a una serie de puntos homogeneizados en una trayectoria compartida por muchos otros, nuestra capacidad de libertad individual se ve significativamente reducida. La conciencia no puede moldearse como el agua que se vierte en un recipiente o se usa para llenar un canal, simplemente porque la comodidad de la cuantificación es incompatible con el principio de realidad.
Si bien Bergson reconoció que estas tendencias son «innatas en la mente humana», solo a través del lenguaje las correlaciones no visuales adquieren una forma espacial. Allen señala que, al buscar identidad y repetición en detrimento de la novedad, la razón efectivamente intenta «eliminar la diversidad descubriendo la identidad en todas partes».
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