martes, 18 de febrero de 2025

Divide y vencerás


Nahia Sanzo, Slavyangrad

Después de prácticamente un mes en el que la Casa Blanca solo había dado señales de que su plan para la resolución del conflicto ucraniano apenas se había desarrollado, Washington ha pisado el acelerador y ha puesto en marcha la maquinaria que debe dar lugar a algún tipo de negociación entre Rusia y Ucrania. En el más puro estilo del imperio británico, la estrategia estadounidense parece ser el divide and rule, separar las diferentes partes, aprovecharse de sus debilidades e imponer su voluntad. De esta forma se explican las contradictorias declaraciones de diferentes miembros del equipo de política exterior de Trump, los vacíos y las omisiones. Durante los días en los que el interés político internacional ha estado centrado en la Conferencia de Seguridad de Múnich, una cumbre dominada por la guerra de Ucrania y donde han estado completamente ausentes cuestiones como la situación en Gaza, que podrían haber hecho la competencia al intento de Kiev de utilizar el altavoz internacional, ni siquiera han tenido cabida.

La frenética actividad del trumpismo, que estos días ha presentado un discurso en el que el vicepresidente Vance utilizó uno por uno todos los tropos de la actual extrema derecha, se ha traducido en una puesta en escena que buscaba poner a Estados Unidos por encima de sus aliados, a los que ha exigido mantener “los valores comunes” entendidos en el sentido más conservador posible y, sobre todo, aumentar el gasto militar, ya que Europa ha dejado de ser la prioridad para Washington. Además, la Casa Blanca exige también una mayor implicación económica de los países europeos en el sostenimiento de Ucrania, pese a que la UE es hace mucho tiempo el principal proveedor de Ucrania, y hacerse cargo de las garantías de seguridad tras el acuerdo de paz, todo ello sin contar necesariamente con su presencia en el proceso de negociación. “Si Europa quiere dar un paso adelante durante un alto el fuego, tiene que estar en la mesa cuando se decidan esos términos”, afirmó ayer la primera ministra de Islandia Kristurun Frosta, un buen ejemplo de la postura que han mostrado este fin de semana los y las líderes de los países europeos y las instituciones de la UE. “Si los europeos quieren tener algo que decir, que se hagan relevantes”, afirmó el sábado, en una posición intermedia, Mark Rutte, cuya definición de ganar relevancia es, por supuesto, aumentar el gasto militar tal y como exige Estados Unidos. La revuelta de los países europeos en busca de reconocimiento de Washington ha tenido cierto efecto, aunque no parece haberse alcanzado el objetivo.

En su intervención principal, Keith Kellogg, enviado de Donald Trump para Rusia y Ucrania y encargado de desarrollar un plan para conseguir el final rápido de la guerra, afirmó en referencia a los países europeos y Ucrania que “tienes que traer a los aliados contigo. ¿Van a desempeñar un papel? Por supuesto. No puedes hacerlo excluyendo a nadie”. Sin embargo, ante la pregunta directa de si los países europeos estarían sentados en la mesa de negociación como exigen, el representante estadounidense fue más claro. “Lo que no queremos es tener un gran grupo de discusión”, afirmó para referirse posteriormente, como ejemplo negativo, a las negociaciones de Minsk, en las que participaron cuatro actores -Alemania, Francia, Ucrania y Rusia-, pero no Estados Unidos. Es probable que Estados Unidos esté menos preocupado por el número de participantes y más por la postura europea, que contradice el sentir estadounidense de que es precisa una paz rápida y no continuar la guerra hasta que Ucrania alcance una posición de fuerza que el Pentágono cree improbable.

“Europa necesita urgentemente su propio plan de acción en relación con Ucrania y nuestra seguridad, de lo contrario otros actores globales decidirán sobre nuestro futuro. No necesariamente en línea con nuestros propios intereses. Este plan debe prepararse ahora. No hay tiempo que perder”, escribió el sábado el primer ministro polaco Donald Tusk reflejando exactamente la postura que Estados Unidos intenta evitar, una posición beligerante que contradice la lógica de las negociaciones oficiales. “La respuesta es no”, insistió Kellogg al volver a ser preguntado, esta vez de forma más directa, sobre si los países europeos tendrán un lugar reservado en la mesa de negociación. Puede entenderse de las palabras de Kellogg que los países europeos han de tener voz, una opinión que posiblemente no sea tenida en cuenta, pero no necesariamente voto ni tampoco presencia en el momento de la verdad en el que se negocie con Rusia las concesiones que Moscú tendrá que cumplir a cambio de la paz.

En ese sentido, Kellogg, en cuyo plan inicial se preveía el uso del suministro militar como herramienta de presión contra Rusia en caso de no acceder a negociar o no hacerlo en buena fe, quiso mostrar que las buenas palabras que estos días se han pronunciado hacia Moscú no implican la intención de negociar una paz favorable al Kremlin. “En mi opinión, debería tratarse de concesiones territoriales y no sólo territoriales. Puede tratarse de la negativa a utilizar fuerzas armadas en el futuro y de reducir al máximo el número de efectivos”, afirmó demostrando una vez más que Estados Unidos no está ejerciendo de poder mediador, sino imponiendo la paz que más le beneficia. En ese sentido, no solo es importante limitar las capacidades militares rusas sino, sobre todo, sus alianzas. Una parte del Partido Republicano siempre ha abogado por un acercamiento a Rusia para separar a Moscú de su principal aliado, Beijing, como táctica para debilitar a China. Sin embargo, las palabras de Kellogg van un paso más allá en una táctica que, en realidad, tiene el mismo objetivo de aislamiento de Moscú que Biden y sus aliados europeos quisieron utilizar con las sanciones económicas en 2022. “Estados Unidos trabajará para romper esas alianzas”, sentenció Kellogg en referencia a vínculos que no existían o que han aumentado significativamente en estos años, mencionando específicamente no solo a China, sino también a Irán y la República Popular de Corea. En su aspiración de détente, la intención de Washington es que Moscú tenga que elegir entre los aliados gracias a los cuales ha conseguido evitar las sanciones y sobrevivir a la guerra económica y el acercamiento a Estados Unidos que la Rusia post-soviética ha buscado, generalmente sin éxito, desde los años 90 del siglo pasado.

Aunque las palabras de Kellogg son importantes y reflejan una parte de las intenciones del trumpismo, la estrategia de dividir el proceso de negociación en dos ramas, la ucraniana y la rusa, implica que el general no puede responder por todo el proceso y quizá ni siquiera esté al tanto de los movimientos que se producen en el otro equipo de trabajo, que estos días ha iniciado los contactos con Rusia. El sábado se produjo la primera conversación entre Marco Rubio y Sergey Lavrov, una forma de romper el hielo antes del encuentro que se va a vivir en los próximos días en Arabia Saudí y en el que participarán las personas que van a formar parte de los equipos negociadores. “Oficiales de alto rango de la administración Trump se dirigen a Arabia Saudí para comenzar las conversaciones de paz con negociadores rusos y ucranianos”, escribía el sábado por la noche Político citando a un diputado Republicano y dos oficiales del Gobierno estadounidense. El medio precisaba, sin embargo, que “un oficial ucraniano afirmó que Kiev no ha sido informado y que no planea participar”. Tanto Mijailo Podolyak como Andriy Ermak han negado que Ucrania tuviera conocimiento de la reunión.

Por parte de Rusia, se conoce que participarán en la reunión Sergey Naryshkin, director de la inteligencia exterior, Yury Ushakov, exembajador de Rusia en Estados Unidos y Kiril Dmitriev, una persona cercana a Putin y de la que se espera que sea capaz de crear lazos con el trumpismo. Según han publicado varios medios estadounidenses, por parte de Estados Unidos asistirán el secretario de Estado Marco Rubio, el Asesor de Seguridad Nacional Mike Waltz y el enviado de Trump para Oriente Medio, Steve Witkoff, que la pasada semana viajó a Moscú para negociar el intercambio de prisioneros que se produjo horas después. Witkoff causa en Rusia menos rechazo que Keith Kellogg, percibido como un representante del complejo militar-industrial.

En la conversación entre Rubio y Lavrov, realizada por iniciativa estadounidense, los dos jefes de la diplomacia acordaron mantener abierto el diálogo para resolver las cuestiones clave en las relaciones Estados Unidos-Rusia, una apertura que en Moscú se ha valorado como un paso más en la reanudación de la comunicación entre los dos países, prácticamente rota en tiempos de Joe Biden. Sin embargo, las buenas palabras que se han escuchado estos días de Donald Trump y la organización de una reunión preliminar para preparar la futura cumbre entre presidentes no ha de confundirse con una apertura real a las relaciones entre Rusia y Estados Unidos.

En la división del trabajo una parte del Gobierno de Estados Unidos presiona a Ucrania en busca de concesiones que se le exigen a cambio de la paz. Para Kiev, eso implica la renuncia (al menos temporal) a la OTAN y a la recuperación de la integridad territorial y la entrega de una parte importante (Washington aspira al 50%) de las tierras raras del país. La Casa Blanca no tiene necesidad de amenazar a Ucrania para conseguir que participe en una mesa de negociación, ya que es consciente de que Kiev no puede permitirse el lujo de contradecir a su principal aliado en una cuestión tan importante. La situación es diferente en el caso de Rusia, a quien Estados Unidos pretende presionar para conseguir el máximo de sus objetivos, entre los que están las concesiones que Moscú tenga que hacer a Kiev y, sobre todo, a Estados Unidos. Washington no solo quiere salir de las negociaciones de paz con un acuerdo que eleve el perfil de su presidente, sino también con la propiedad de lucrativos recursos minerales ucranianos y el debilitamiento de un aliado histórico, Rusia, a quien desea obligar a romper o reducir sus principales alianzas.

En este divide y vencerás de Estados Unidos, que por el camino ha conseguido crear una fractura continental y debilitar económica y políticamente a los aliados europeos, queda aún un último elemento. Entre las sanciones que ha planteado Keith Kellogg este fin de semana, y a las que se ha referido anteriormente también Mike Waltz, se encuentra de forma destacada el sector energético. “¿Qué mueve a Rusia? En realidad es un Estado petrolero: el 70% del dinero que obtienen para financiar esta guerra procede de la gasolina, el petróleo y el gas. La mayor parte pasa por la flota en la sombra y el 70% de esta flota en la sombra pasa por el Báltico”, afirmó Kellogg apuntando a nuevas sanciones y, quizá, a algo similar al plan que desean los países bálticos de retener los buques petroleros rusos. En esta tarea de fragmentación de los actores implicados, Estados Unidos espera sacar el máximo rendimiento a las negociaciones que dirige a su antojo y que puede utilizar incluso para minar la posición de uno de los principales competidores de sus hidrocarburos. Obtener el máximo beneficio económico es uno de los principales objetivos de las negociaciones de Estados Unidos tanto con Ucrania como con Rusia.

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