En los años setenta, una serie de libros que pretendían dar una base científica a la desigualdad de género se enfrentaron a duras críticas por parte de figuras como Stephen Jay Gould. Décadas después, estos debates desaparecieron de la memoria pública, pero la pseudociencia de derecha persiste
Myrna Pérez, Jacobin
Adaptado de Criticizing Science: Stephen Jay Gould and the Struggle for American Democracy, de Myrna Perez (Johns Hopkins University Press, 2024).
La cuestión del determinismo biológico no es un asunto abstracto para debatir en los claustros académicos. Estas ideas tienen importantes consecuencias (…). El impacto más inmediato se sentirá cuando los privilegios masculinos se preparen para luchar contra el creciente movimiento de las mujeres.
—Stephen Jay Gould, «The Nonscience of Human Nature» [«La pseudociencia de la naturaleza humana»], 1974
La columna del biólogo evolutivo e historiador de la ciencia estadounidense Stephen Jay Gould para la revista Natural History comenzó como una forma de equilibrar las convicciones políticas de sus experiencias en materia de derechos civiles con su deseo de revolucionar la teoría evolutiva. A medida que su carrera alcanzó nuevas cotas en décadas posteriores, sus ambiciones profesionales acabaron eclipsando su política de izquierda. Pero a finales de la década de 1970, seguía utilizando la columna para abordar debates contemporáneos sobre ciencia y política. En la primavera de 1976, decidió intervenir en una controversia cercana con una columna titulada «Potencial biológico frente a determinismo biológico», que se sumaba a las críticas de la izquierda al libro de 1975 del biólogo Edward O. Wilson Sociolbiología: La nueva síntesis.
Para entonces, él y Wilson llevaban varios años siendo colegas en el departamento de biología de Harvard. A primera vista, el libro de Wilson no parecía el candidato más probable para desatar la indignación de la izquierda. Se trataba de un largo volumen académico que sintetizaba trabajos empíricos sobre una serie de taxonomías animales con el objetivo de aclarar un nuevo programa para el estudio evolutivo del comportamiento social. Wilson estaba convencido de que las cualidades de la vida social —por ejemplo, la agresión, la cooperación y las jerarquías— eran tanto un producto de la selección natural como de los rasgos físicos. Y, en lo que se convertiría en un famoso último capítulo, extendió este argumento al estudio de las sociedades humanas. El libro tenía una base mucho más empírica en su tratamiento de la evolución humana que los populares trabajos de Robert Ardrey, Konrad Lorenz y Desmond Morris, que habían alimentado las narrativas de una inevitable guerra racial en el apogeo del activismo por los derechos civiles. No obstante, Sociobiología se situó en el centro del debate más importante entre las perspectivas izquierdistas y liberales sobre la ciencia y la democracia estadounidense de la época.
Los escritos de Wilson se convirtieron en un punto álgido cuando un nuevo conjunto de modelos evolutivos de la diferencia sexual chocó con las demandas políticas de una intensa fase del movimiento feminista estadounidense. Los nuevos triunfos legales que garantizaban el derecho a la anticoncepción para las parejas casadas, el derecho al aborto y las protecciones contra la discriminación basada en el sexo se vieron contrarrestados por un movimiento cristiano conservador ferozmente enérgico que luchó contra la Enmienda de Igualdad de Derechos y contra cualquier posibilidad de cambiar el lugar de la mujer en la sociedad estadounidense. Incluso cuando las mujeres de todo el país redefinieron su papel en el hogar, en el trabajo y en la iglesia —y presionaron para obtener las protecciones legales necesarias—, la política reaccionaria insistió continuamente en limitar lo que las mujeres podían ser y hacer.
Fue en medio de este tumulto político cuando el libro de Wilson (junto con otros textos sobre la evolución del comportamiento social, como El gen egoísta, de Richard Dawkins, de 1976) promovió una nueva narrativa evolutiva que afirmaba que los roles de género estadounidenses contemporáneos eran producto de adaptaciones prehistóricas codificadas en los genes de la humanidad. Sociobiólogos como Wilson y Dawkins imaginaron un pasado prehistórico en el que las mujeres recolectaban alimentos y vivían en campamentos familiares, mientras que los hombres salían a cazar y a buscar nuevas parejas sexuales. En décadas posteriores, científicos y no científicos por igual utilizarían esta narrativa tanto en entornos científicos como populares para racionalizar las disparidades de género en los lugares de trabajo y en el campo de las STEM [Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés], así como para naturalizar la violación. A las críticas de Gould a Wilson se sumaron las de otros izquierdistas de las ciencias y las humanidades, que consideraban a la sociobiología una política reaccionaria más que una ciencia sólida. Y la protesta sostenida contra el sexismo de la sociobiología durante las dos décadas siguientes estaría encabezada por las líderes de los colectivos científicos feministas, entre ellas Ruth Hubbard, bióloga de Harvard, y Ethel Tobach, psicóloga del Museo Estadounidense de Historia Natural.
Antes de enviar su columna sobre sociobiología a Natural History para su publicación, Gould envió un borrador de la misma a Wilson. La indignada respuesta de este autor y el posterior intercambio de cartas entre ambos revelan mucho más que los contornos de su animadversión personal. Como expresó en sus cartas a Gould y en publicaciones posteriores, Wilson tenía una visión más clásicamente liberal del papel adecuado de la ciencia en la democracia estadounidense. Los liberales ven a la ciencia como un conocimiento veraz que sirve de base para que una sociedad ilustrada garantice la igualdad y promulgue un gobierno racional. Por lo tanto, consideran que la ciencia es esencial para la democracia, pero no dan prioridad a un enfoque democrático de la práctica real de la ciencia. Para los liberales, incluso cuando la ciencia sólo la hacen y la entienden unos pocos hombres blancos de élite, la fiabilidad de su conocimiento sobre el mundo natural le permite ser la base de una sociedad equitativa.
Esta concepción de la ciencia y la democracia era inaceptable para Gould, así como para otros izquierdistas de los círculos científicos radicales y feministas que protestaron contra el libro de Wilson. Aunque su concepción de la ciencia para el pueblo no era en absoluto coherente, los miembros de estos movimientos compartían la convicción de que el elitismo de la ciencia impedía su capacidad para apoyar la democracia. Para los izquierdistas, la inclusión de las mujeres y de los grupos raciales minoritarios en la práctica profesional de la ciencia era esencial para que ésta contribuyera a una sociedad progresista. Wilson, por su parte, caracterizó los ataques de Gould y otros en lo que se conoció como el Grupo de Estudio de la Sociobiología (SSG, por sus siglas en inglés) como un intento de restringir la libertad de la investigación científica y como un signo preocupante de censura intelectual.
A finales de siglo, muchos liberales científicos públicos castigarían tanto a los relatos históricos de Gould sobre el racismo científico como a los relatos feministas sobre el sesgo de género en la ciencia, definiéndolos como «anticientíficos». Pero la historia de este momento de finales de la década de 1970 revela que ni Gould ni las científicas feministas veían sus críticas a la sociobiología como anticientíficas. De hecho, entendían el debate como una conversación dentro de la comunidad científica sobre la evidencia de un nuevo modelo dentro de la ciencia evolutiva.
Creían que una ciencia mejor, que reconociera las trampas de los prejuicios raciales y de género, podría lograrse mediante una autorreflexión colectiva sobre las motivaciones y las prácticas del trabajo científico. Y esta ciencia mejor podría, a su vez, utilizarse para combatir lo que estos académicos de izquierda temían que fueran acciones políticas reactivas y opresivas. Sin embargo, su voluntad de abordar el papel de la influencia social en la ciencia y de criticar públicamente la investigación científica actual sentó las bases de una nueva división cultural. A finales de siglo, la sociobiología había reclamado el manto de autoridad científica sobre la sexualidad humana. Y las feministas y otros académicos de izquierda se esforzaron por eludir las acusaciones de que su enfoque del conocimiento científico era en sí mismo anticientífico.
____________
Ver también:
- Las ideas de Maturana que ayudaron al entendimiento humano
Héctor Cossio López. 7/05/2021 - 150 años de evolución y contra-evolución
mamvas. 28/08/2008 - El abandono de Aristóteles
Aleksandr Dugin. 26/01/2025
No hay comentarios.:
Publicar un comentario