Nahia Sanzo, Slavyangrad
“Una de las primeras reuniones que quiero tener es con el presidente Xi de China y el presidente Putin de Rusia. Y quiero decirles: reduzcamos nuestro presupuesto militar a la mitad”, pronunció, sentado en su silla de presidente en el despacho oval Donald Trump, aparentemente ahondando en la herida abierta horas antes con el discurso de Pete Hegseth ante sus aliados de la OTAN y con los comentarios posteriores del presidente. El secretario de Defensa había afirmado “sin ambigüedad” que Ucrania no obtendría en un acuerdo de paz ni adhesión a la OTAN ni recuperar su integridad territorial, una afirmación que dejó fuera de juego a los aliados europeos, a los que, además de exigir duplicar el gasto militar, se dejó claro que tendrán que hacerse cargo de la “abrumadora mayoría” de las armas que tengan que ser enviadas a Ucrania y de las garantías de seguridad posteriores al alto el fuego, incluida una misión de paz en la que Estados Unidos no participaría y no estaría bajo el paraguas de la OTAN ni de su cláusula de seguridad colectiva. Esa misma noche, Trump mostraba dificultades al responder a una pregunta de la prensa sobre si Ucrania tenía algo que decir en las negociaciones, se refería a una futura visita de Vladimir Putin a Estados Unidos y añadía un “mientras esté” a una mención a Volodymyr Zelensky, del que recordaba que “las encuestas no le van tan bien, por decirlo suavemente”.
“Se lo digo muy claramente a nuestros socios…. No aceptaremos ninguna negociación bilateral sobre Ucrania sin nosotros”, afirmó un ofendido Zelensky el jueves, después de que, a la sombra de los países europeos, endureciera notablemente su blanda respuesta inicial al golpe, que no por esperado -no había en el discurso de Hegseth nada que no pudiera deducirse de las palabras de Trump en campaña y su equipo durante sus primeras semanas en el cargo- ha dejado de presentarse como una sorpresa. Ayer, tras el anuncio de Donald Trump de que se produciría una primera reunión entre Estados Unidos, Rusia y Ucrania en el marco de la Conferencia de Seguridad de Múnich, Ucrania se autoexcluyó del encuentro. Después de un día en el que Kiev se centró en exigir presencia en todo el proceso de negociación, el equipo de Zelensky se desmarcó de cualquier posibilidad de apertura al diálogo. En realidad, incluso los organizadores de la conferencia se mostraron sorprendidos, ya que Rusia ha sido excluida desde la invasión de Ucrania, por lo que los únicos ciudadanos rusos en la cumbre son miembros de la oposición. Aun así, Ucrania sintió la necesidad de insistir en lo erróneo de una reunión a tres.
“Creo que Estados Unidos no ocupa una posición de mediación”, declaró Zelensky, que insistió que en Washington está “en la cima”. Por lo tanto, “debe estar de nuestra parte porque es Rusia quien nos ha atacado. Nosotros tenemos la razón y ellos no. Y aquí sí que no debe haber concesiones de ningún tipo”. “Una conversación entre Putin y Trump no es un peligro solo para Ucrania, es un peligro para todo el mundo”, sentenció ayer. El proceso de negociación ha de realizarse según lo marcado por la agenda ucraniana, que insiste nuevamente en la jerarquía: “Para mí, el orden de la reunión sería primero Estados Unidos, después Europa y finalmente Rusia”. Zelensky ha dejado claro desde la presentación de sus planes de Paz y Victoria que la negociación principal no será con Rusia, sino con Estados Unidos.
En la visión de Zelensky, la Unión Europea contaría con un lugar en la mesa, aunque siempre reconociendo quién está en la cima, un puesto por el que los países europeos y Kaja Kallas han comenzado a luchar desde el momento en el que la llamada telefónica entre Donald Trump y Vladimir Putin fue vista como el anticipo de un acuerdo bilateral, causando un pánico prematuro entre quienes ahora buscan la forma de seguir defendiendo a Ucrania, es decir, prolongando una guerra en la que el país sigue perdiendo soldados y territorio. “Más de media docena de altos funcionarios europeos declararon a Financial Times que esperaban que el presidente estadounidense les dijera que debían pagar la reconstrucción de Ucrania y desplegar tropas allí para mantener un acuerdo de paz en el que no participarían”, afirmaba el jueves el medio. La reacción europea fue rápida y líderes de las principales potencias rogaron, suplicaron o exigieron un lugar en una mesa de negociación que rechazan -el comunicado Weimar+ muestra que la idea de continuar luchando hasta que Ucrania se encuentre en posición de fuerza sigue siendo la prioridad- y en la que no tienen capacidad de decisión. El día anterior, Kaja Kallas había afirmado abiertamente que Ucrania y la Unión Europea no aceptarían un acuerdo entre Rusia y Estados Unidos que no contara con su participación. Como Zelensky se ha encargado de repetir, la UE no tiene la capacidad económica y, sobre todo, industrial para compensar la pérdida de Estados Unidos. Eso hace de los países europeos un socio secundario de quien sí es capaz de surtir lo necesario para la guerra y, por lo tanto, es capaz de dictar cuándo la lucha ha de terminar.
“Básicamente, o estamos dentro de los parámetros de discusión que realmente nos permitirán traer la paz a través de la fuerza, o, por el contrario, será la paz a través de la debilidad”, afirmó Sébastien Lecornu, ministro de Defensa de Francia, que añadió que “la paz a través de la debilidad, por desgracia, podría llevarnos a situaciones de seguridad dramáticas, o incluso a la eventual ampliación del conflicto, sin olvidar, por supuesto, el deplorable impacto que esto podría tener entre otros competidores”. A falta de suficientes oponentes reales, el oficial francés apeló al enemigo imaginario más temido. “No podemos olvidar a Pionyang”, sentenció.
Apenas dos días después de la llamada telefónica que causó la ira ucraniana y la confusión europea, las últimas horas han dejado una serie de declaraciones que complican aún más el escenario político, especialmente para quienes dieron por hecho que la apertura a Rusia era una muestra de una posición favorable a Moscú, la amenaza de abandonar a Ucrania a su suerte o una renuncia a la fuerza como medio para conseguir los objetivos. Al igual que Ucrania, que negocia públicamente con Estados Unidos exigiendo garantías de seguridad, adhesión a la OTAN, misiles que instalar en su territorio o financiación para duplicar el tamaño de su ejército hasta el millón y medio de efectivos, también Washington utiliza su relación con los dos oponentes para exigir al otro dar pasos que le benefician. La amenaza de una negociación ha demostrado ser suficiente para que Zelensky abra la puerta a la “explotación conjunta” de las riquezas minerales del país, una forma de pagar a Estados Unidos la asistencia prestada a base de comprometer la soberanía del país y del empobrecimiento de su población. A cambio, Donald Trump y Pete Hegseth han confirmado que la financiación a Ucrania continuará. El secretario de Defensa ha afirmado incluso que el suministro de armas puede ser parte de la negociación, un guiño al plan Kellogg-Fleitz, que condicionaba la asistencia a Ucrania a la aceptación de negociaciones por parte de Kiev y amenazaba con aumentarlo en caso de que fuera Moscú quien rechazara negociar. Atrás queda la idea de que serían los países europeos quienes tendrían que hacerse cargo del suministro militar para la guerra.
La coherencia nunca ha sido la principal marcada de Donald Trump y su equipo, por lo que tampoco es de extrañar la forma en la que incluso Hegseth, que trató de mostrarse lo más tajante posible, haya matizado notablemente sus declaraciones. La adhesión a la OTAN no se ha retirado de la mesa, afirmó John Coale, segundo de Keith Kellogg como enviado de Trump a Ucrania. En palabras del secretario de Defensa, la adhesión a la OTAN o la recuperación de la integridad territorial son “improbables”, aunque esas posibilidades tampoco quedan excluidas. “«Hay herramientas económicas de influencia, hay por supuesto herramientas militares de influencia» que Estados Unidos podría utilizar contra Putin, dijo Vance. «Hay toda una serie de cosas que podríamos hacer. Pero fundamentalmente, creo que el presidente quiere tener una negociación productiva, tanto con Putin como con Zelensky»”, escribía ayer Wall Street Journal reflejando las declaraciones del vicepresidente. Rusia, cuya prensa vivió el jueves una oleada de optimismo similar a la pesimista de la Unión Europea, ya ha pedido explicaciones sobre las declaraciones del vicepresidente de Estados Unidos sugiriendo la posibilidad de algún una actuación militar en caso de que las negociaciones no prosperen.
Incluso las plegarias europeas parecen haber dado cierto resultado. Según AFP, el vicepresidente Vance, que despreció la posibilidad de reunirse con Olaf Scholz al dar por hecho que perderá la cancillería en las elecciones de este mes, afirmó que los aliados europeos podrán, “por supuesto”, estar presentes en las negociaciones de paz.
Los bandazos del trumpismo no son nuevos ni van a dejar de ser una parte integral de la forma de gobernar de Donald Trump, capaz de amenazar a la República Popular de Corea con “fuego y furia”, posteriormente organizar una cumbre bilateral para firmar un acuerdo ya preparado y cancelar la firma en el lugar de la reunión. En estos momentos, cuando pese a los temores de paz de los países europeos aún no ha comenzado siquiera el proceso de negociación y el trumpismo muestra que aún no hay un plan elaborado para conseguirlo, la única certeza es que cada comentario que pueda considerarse favorable a uno de los bandos ha de ser entendido como una forma de lograr que acuda a la mesa de negociación. Estados Unidos es consciente de que Ucrania, completamente dependiente de Washington para continuar luchando, no tiene posibilidad de negarse a acudir en el momento en el que Estados Unidos dé la orden de negociar. Rusia, capaz de continuar la guerra y de producir por su cuenta el material necesario, es la única parte que podría precisar de un aliciente. Así han de entenderse espejismos como la idea de reducir a la mitad el gasto militar estadounidense, la mención a la posibilidad de que Rusia regrese al G8 o las declaraciones excesivamente tajantes sobre el futuro atlántico de Ucrania.
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- El plan de Trump para Ucrania está condenado al fracaso
Scott Ritter. 3/02/2025 - El reconocimiento de los crímenes no es igual para todos: el doble rasero occidental para Russkoye Porechnoe y Sudzha
Lorenzo Marìa Pacini. 12/02/2025 - Los atlantistas se movilizan para salvar a la OTAN mientras Rusia endurece su postura
M. K. Bhadrakumar. 3/12/2024 - ¿Quién provocó la guerra en Ucrania?
John J. Mearsheimer. 8/09/2024
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