Estratégicamente hablando, estos son los términos de la cuestión. Avanzamos hacia una confrontación armada con Rusia porque somos incapaces de despojarnos del impulso occidental de destruirla.
Enrico Tomaselli, Giubbe Rosse News
Un error fácil de cometer, si se piensa en la situación mundial actual, es sobrestimar la importancia de las opciones que pueden tomar los distintos liderazgos; o mejor dicho, no se tiene suficientemente en cuenta hasta qué punto la acumulación de opciones pasadas (y sus consecuencias) acaban limitando cada vez más el espectro de opciones posibles, y así -de hecho- desplazan el centro de gravedad de la toma de decisiones de la voluntad de las élites políticas a la imbricación objetiva de los elementos sobre el terreno.
Si tomamos, por ejemplo, el conflicto ucraniano, que se acerca ya a su tercer año, deberíamos reconocer -de forma más racional- que las posibilidades de una solución no militar son ahora decididamente escasas, y obviamente tienden a disminuir muy rápidamente. Y esto, de hecho, ya no se debe tanto a la falta de voluntad de llegar a un acuerdo diplomático, sino al hecho de que los márgenes para esa posible solución son realmente mínimos.
Existen, por supuesto, intereses opuestos que no son fáciles de conciliar, o entre los que ni siquiera es fácil encontrar una mediación, ya nos refiramos al interés ucraniano en mantener/recuperar su integridad territorial, o al interés estadounidense en desestabilizar a Rusia -y, por supuesto, a los intereses opuestos rusos.