Hay una palabra que no paro de escuchar últimamente: tecnócrata. A veces se emplea como término para expresar desprecio: los creadores del euro, nos dicen, eran tecnócratas que no tuvieron en cuenta los factores humanos y culturales. A veces es un término de alabanza: los primeros ministros de Grecia e Italia que acaban de tomar posesión son descritos como tecnócratas que no se dejarán influir por la política y harán lo que hay que hacer.
Protesto. Conozco a los tecnócratas; a veces hasta pretendo serlo yo mismo. Y estas personas -las personas que intimidaron a Europa para que adoptara una moneda común, las personas que están intimidando a Europa y a Estados Unidos para que impongan la austeridad- no son tecnócratas. Son, más bien, románticos muy poco prácticos.