Hoy en día, en Europa nos enfrentamos a unos locos, o más bien a una locura colectiva que se ha apoderado de forma masiva de los individuos de los círculos sociales dominantes.
Emmanuel Todd
Las referencias a los años treinta se multiplican. La degeneración de la democracia estadounidense parece llevarnos de vuelta a la de la República de Weimar alemana.
Trump, con su disfrute de la violencia y la mentira, con el ejercicio del mal, nos lleva irresistiblemente de vuelta a Hitler. En Europa, el auge de los movimientos calificados como de extrema derecha nos obliga a volver sobre nuestra historia.
Sin embargo, las sociedades occidentales ya no se parecen en nada a lo que eran en los años treinta.
Han envejecido, son consumistas, terciarias, las mujeres están emancipadas y el desarrollo personal ha sustituido a la afiliación partidista. ¿Qué relación hay con las sociedades de los años treinta: jóvenes, frugales, industriales, obreras, masculinas, afiliadas?
Es este distanciamiento sociohistórico lo que me había llevado a considerar hasta ahora como a priori inválido el paralelismo entre las “extremistas de derecha” del presente y las del pasado.
Pero las doctrinas políticas existen, hoy como ayer, y no podemos contentarnos con postular la imposibilidad, por ejemplo, de un nazismo de ancianos, un franquismo de consumidores, un fascismo de mujeres liberadas o un LGBTismo Croix-de-Feu.
Ha llegado el momento de comparar las doctrinas de nuestro presente con las de los años treinta.