Nahia Sanzo, Slavyangrad
Dispuesta a todo para conseguir la ayuda de Estados Unidos en la guerra de Ucrania, a día de hoy eje central, si no único, de su política exterior, la Unión Europea no se ha molestado por los términos del acuerdo económico, que impone aranceles a los productos europeos, obliga a abrir el mercado continental a los productos agrícolas estadounidenses -cuya regulación es contraria a la de la UE- y compromete a los países miembros a adquirir un volumen de energía estadounidense por encima de sus posibilidades. Bruselas tampoco consideró humillante la reunión en el Despacho Oval, en el que sus representantes, acompañados de Starmer y Rutte, actuaron de guardaespaldas de Zelensky en una audiencia en la que se les informó del encuentro que habían mantenido los dos actores con capacidad de decisión en esta guerra, Rusia y Estados Unidos. Por supuesto, tampoco ha habido quejas sobre las órdenes que Donald Trump ha dado públicamente tanto al bloque como a los países miembros: cumplir con las promesas de adquirir las cantidades de energía que la UE afirmaba que eran solo declaraciones de intenciones que todas las partes sabían que no iban a cumplirse, cesar completamente las adquisiciones de petróleo y gas natural licuado ruso e imponer sanciones secundarias contra India y China que, sin duda, provocarían la respuesta de los dos países más poblados del planeta.
En febrero de 2022, la UE declaró la guerra de Ucrania existencial y solo vio una opción, vincular su suerte a la de Estados Unidos, el único país capaz de sostener la producción, logística y economía que implica un conflicto de alta intensidad prolongado en el tiempo entre dos ejércitos fuertemente armados. Esa postura ha sometido la posición geopolítica europea a los intereses de Estados Unidos, obligando a Bruselas a actuar con cuidado de no ofender a su socio transoceánico, para el que Ucrania es una herramienta útil en el desgaste de un enemigo histórico que es, además, aliado importante de su rival real, China, pero no es una cuestión existencial. Si con Joe Biden Bruselas podía contar con el apoyo de la Casa Blanca en prácticamente todos los aspectos relacionados con la guerra, aunque en ocasiones hubiera que presionar y ejercer de lobby para conseguir, por ejemplo, el permiso de Washington para que Ucrania utilizara misiles estadounidenses, británicos y franceses en territorio ruso, la llegada al poder de Donald Trump ha modificado el cálculo.
Durante meses, la UE ha tenido que callar y acatar mientras el nuevo presidente se refería a esta mala guerra que Ucrania no podría ganar de ninguna manera. El cambio que se ha producido esta semana en la narrativa de Washington provocó un rápido optimismo de los países europeos, que han recuperado ya la exigencia de la integridad territorial de Ucrania como prerrequisito para lograr el final de la guerra. Sin embargo, la alegría por la posibilidad de seguir luchando hasta lograr un objetivo irrealizable ha decaído rápidamente y se ha instalado la duda. El mensaje de Donald Trump culminaba en un “buena suerte a todos”, que ha causado optimismo en Rusia, que argumenta que solo se trata de una estrategia de negociación, y en los países europeos, que temen lo mismo.
Al contrario que en otros momentos, la posibilidad de que Estados Unidos limite su rol en la guerra a la venta de armas a la OTAN para que sean los países europeos de la Alianza quienes se encarguen de todo lo demás, exponiendo a sus aliados continentales a una guerra eterna, crecientes costes y una logística que se complica si no se puede contar con Washington parece un problema. De repente, la Unión Europea parece haber comprendido algo que lleva meses siendo evidente, que Estados Unidos está dispuesto a suministrar las armas y lucrarse de la venta de material bélico y productos energéticos, además de obtener beneficios de los recursos naturales de Ucrania, pero considera que sus aliados continentales han de hacerse cargo de la gestión y coste de este conflicto que les afecta directamente ya que no hay un “bonito océano” que los separe del frente. En el claroscuro de las dudas sobre qué significa realmente el cambio de discurso de Trump, las declaraciones de ayer de Kaja Kallas muestran la desorientación del bloque político que se dice actor principal en el teatro de las relaciones internacionales. La UE, que dio el giro retórico hacia el enaltecimiento de la paz solo después de que lo ordenara Trump y lo acatara Zelensky, siempre ha mostrado una actitud partidaria al statu quo de la guerra hasta obligar a Rusia a acatar las condiciones que dictara Ucrania, algo que, a juzgar por la preocupación actual, no parece ver especialmente factible a corto plazo.
“Él fue quien prometió el final de la matanza”, se quejó Kallas, “así que no puede recaer en nosotros” esa responsabilidad. Trump espera que las promesas de la UE se cumplan, pero no duda en confundir sus deseos con la realidad, sin esperar que nadie le reproche no haber conseguido el objetivo. Sin argumentos convincentes con los que exigir nada a Donald Trump, la autonomía estratégica de Bruselas se traduce actualmente en tener que suplicar a su principal aliado que no le abandone. “América”, añadió Kallas sumándose a la costumbre de utilizar el nombre del continente para referirse a Estados Unidos, “es el aliado principal de la OTAN, así que si hablas de lo que debería hacer la OTAN, eso también quiere decir qué tiene que hacer América”. Durante meses, la UE ha insistido a Trump en el esquema según el cual los países europeos adquirirían las armas a través de la OTAN como mal menor para evitar la pérdida del suministro estadounidense. En ese tiempo, no ha habido quejas ante las manifestaciones explícitas de Donald Trump de su intención de dejar en manos de los países europeos el devenir de la guerra. Pero ahora que esa opción amenaza con hacerse realidad, aparecen las súplicas y los reproches, aunque también las promesas. “Trump tiene razón”, insistió Kallas, consciente de que a cualquier reproche hay que añadir un halago al presidente de Estados Unidos, “hemos reducido nuestras adquisiciones de petróleo y gas [ruso] en un 80%, lo que quiere decir que, si todo el mundo hiciera lo que nosotros hacemos, habría un efecto más amplio. Hemos hecho 19 paquetes de sanciones. Si los aliados los equipararan, la guerra acabaría antes”.
La idea de acabar la guerra con rapidez sigue siendo también parte del discurso de Volodymyr Zelensky, que sigue centrado exclusivamente en las partes del cambio retórico de Trump que le benefician. Entre la realidad y el mito, el Gobierno ucraniano, nacido de una productora de cine, siempre elige lo segundo, aunque eso implique fabricar leyendas o prometer imposibles. En su última entrevista concedida a Axios, Zelensky apuntaba a una nueva arma milagrosa que prefería no mencionar, pero que obligaría a Rusia a “sentarse en la mesa de negociación”, es decir, a solicitar la paz en los términos de Ucrania, ya que nadie ha ofrecido a Moscú esa mesa de negociación a la que el Kremlin supuestamente se niega.
El secretismo del presidente ucraniano respondía a un objetivo claro, provocar en Rusia una reacción histérica que solo se ha producido en parte, posiblemente porque no ha transcurrido demasiado tiempo entre las palabras del presidente ucraniano y la constatación de que no se trataba de armas nucleares. “Los Tomahawks ayudarían a Ucrania y a la OTAN a controlar la escalada rusa, lo que reduciría las posibilidades de desencadenar una Tercera Guerra Mundial. Espero que esto ayude”, afirmó el jueves el exministro de Asuntos Exteriores de Lituania Gabrielius Landbergis con un discurso completamente alejado de la realidad, pero apuntando al arma milagrosa a la que aparentemente se refería Zelensky, misiles estadounidenses con los que poder alcanzar Moscú, San Petersburgo y otras cuidades rusas. Horas después, la noticia fue confirmada por The Telegraph, otro de los medios que, junto con Axios, Financial Times, Politico o Wall Street Journal, han demostrado contar con buenas fuentes. “Varias fuentes informaron a The Telegraph que la solicitud se realizó en lo que se ha calificado como una reunión sumamente positiva entre los dos líderes, celebrada al margen de la Asamblea General de las Naciones Unidas”, explicaba el medio británico, que añadía que “con un alcance de hasta 1500 millas y una ojiva de 450 kg, este misil de crucero es mucho más eficaz que cualquier otra arma de largo alcance similar donada a Kiev por los aliados occidentales”. La venta de esos misiles a la OTAN para ser enviados a Ucrania supondría la recuperación de la estrategia de escalada progresiva de los tiempos de Joe Biden.
A priori, la entrega de Tomahawks, misiles mucho más potentes que los entregados a Ucrania hasta ahora, haría aún más inviable la diplomacia y podría parecer improbable teniendo en cuenta el discurso de paz que Donald Trump había mantenido hasta ahora. Sin embargo, todo es posible en el mundo en el que uno de los asesores más cercanos al presidente de Estados Unidos en esta cuestión es capaz de mofarse utilizando la cuestión nuclear. Kellogg “cree que hay que hacer frente a las agresivas fanfarronadas de Putin sobre ser una potencia nuclear fuerte, en lugar de rehuirlas. Para contextualizar, puso como ejemplo las conversaciones de Trump con Kim Jong-un”, escribía la semana pasada The Telegraph para presentar su entrevista al enviado de Estados Unidos para Ucrania. “«Cuando los norcoreanos le dijeron que eran una potencia nuclear, la respuesta de Trump fue: «Yo también. Yo también tengo un botón rojo. Es más grande que el vuestro y el mío funciona mejor». Putin es realista y, si subes la apuesta, se echará atrás»”, afirmó el general. Ninguna escalada es excesiva.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario