domingo, 4 de agosto de 2024

Nega-Sionismo: La cuestión Palestina y el dispositivo de la negación


Rodrigo Karmy Bolton, Revista Disenso

En una entrevista que realizara el periodista Matthew Stevenson en 1987 a Edward Said, este último decía: “Los israelíes siguen afirmando y los norteamericanos en particular les escuchan, que no existimos como pueblo (…) Dicen que la tierra estaba vacía cuando la cogieron. Intentan negar nuestra humanidad. Eso forma parte de ser palestino. No sólo te niegan tu soberanía y tus derechos políticos, sino que también te niegan tu historia, y tu realidad (…)” “No existir como pueblo” y que la “tierra estaba vacía cuando la cogieron” constituyen dos expresiones de una “negación” que el propio Said apuntala como un mecanismo característico del sionismo y su colonialismo de asentamiento. Mecanismo orientado a la producción de una tierra vacía que el diálogo sostenido entre Gilles Deleuze y Elias Sanbar unos años más tarde consignarán como el proceso que emparenta la colonización estadounidense sobre los pueblos originarios, con la israelí sobre los nativos de Palestina desde 1948 hasta la actualidad.

Said había visibilizado este punto unos años antes cuando publicó La cuestión palestina en el año 1979, libro dedicado al funcionamiento del orientalismo al interior del propio discurso sionista: “Pero aquí como en la mayoría de los otros temas que conforman la cuestión palestina, tenemos que unir unas cosas con otras y ver que no se trata de que estén ocultas (ninguna de las evidencias que cito aquí y en otras partes resulta arcana u oscura: la mayoría de ellas se encuentran en documentos fácilmente accesibles), sino de que son ignoradas o negadas.” Clave es la observación de Said: los archivos, evidencias acerca de la cuestión palestina no yacen ocultas, no se encubren misteriosamente, sino están a la vista y resultan “fácilmente accesibles”. A pesar de estar a la vista, dichos archivos no se ven. ¿Cómo es esto posible? El propio Said ensaya una mínima respuesta: tales archivos son “ignorados o negados”. Sin embargo, ¿por qué y cómo pueden ser “negados”? He aquí que Said, a pesar de la insistencia en sus libros acerca del modo en que el sionismo instaura una forma de negacionismo sobre la nakba, nunca problematiza el dispositivo de la negación. ¿Qué significa “negar” los archivos en los que se consigna la existencia de un pueblo? ¿Cómo funciona el dispositivo de la “negación” que da como resultado el borramiento de la cuestión palestina en su integralidad histórica, política y ética?

Recordemos que la “negación” de la existencia del pueblo palestino no fue una invención del sionismo judío, sino del sionismo cristiano durante el siglo XVIII y el siglo XIX cuando, a partir de una teología “dispensionalista”, se articuló como el imaginario de la Gran Bretaña imperial que, bajo el nombre de lord Shaftebury, inventa tres formulaciones clave que estructurarán al sionismo judío y que darán origen a la ideología del Estado de Israel: en primer lugar, la tesis sionista de la restauración, según la cual, los judíos debían “volver” y asentarse en Palestina; en segundo lugar, el agente que debía propiciar ese “retorno” de los judíos a Palestina sería Gran Bretaña como la nación “elegida” que llevará al pueblo igualmente “elegido” a su supuesta antigua tierra; en tercer lugar, la presuposición –presente en los textos de Shaftebury y replicados por los colonos sionistas hasta la actualidad- de que Palestina era una tierra vacía donde no había nadie, salvo una tierra prometida, es decir, un territorio disponible a ser colonizado. El sionismo cristiano comienza, pues, con el trabajo de “negación”, cuestión que se consumará en 1917 con la promulgación de la Declaración Balfour donde se reconocerá la existencia del “pueblo judío” en su sentido estatal-nacional, pero no al pueblo palestino del cual no se habla y permanece enteramente omitido, tal como señala Said.

“La negación –escribía Sigmund Freud en 1925- es un modo de tomar noticia de lo reprimido; en verdad es ya una cancelación de la represión, aunque no, claro está, una aceptación de lo reprimido.” Complejo proceso el que describe Freud respecto de su experiencia clínica que, tendremos que pensar en relación al despliegue colonial del sionismo y su vocación para negar la existencia de un pueblo, el ethos palestino. Freud indica que la negación es un mecanismo psíquico por el que un individuo puede “tomar noticia de lo reprimido” pero donde la propia represión exuda su impotencia. Por eso Freud subraya que le negación implica un proceso de “cancelación de la represión” pero de ninguna manera una “aceptación de lo reprimido”. En otros términos, la negación adviene cuando la represión experimenta una distensión que, sin embargo, no se traduce en una aceptación de lo reprimido. ¿Cómo rechazar un Real cuando la represión falla en su desalojo? Justamente con la implementación de un segundo esfuerzo denominado “negación”. Pero, la superposición de la negación sobre una represión fallida implica que lo que pretende rechazarse permanece, en el mismo acto de negarlo, como algo vivo y presente: “Negar algo –profundiza Freud- en el juicio quiere decir, en el fondo, “Eso es algo que yo preferiría reprimir”. El juicio adverso es el sustituto intelectual de la represión, su “no”, es una marca de ella, su certificado de origen (…)”. Clave resulta este pasaje: Freud mismo subraya cómo “negar” algo implica poner en juego a un “juicio adverso” como “sustituto intelectual de la represión”. “Juicio adverso” significa que la marca del “no” transparenta la espectralidad de un “si” que no logró reprimirse y que, el juicio exige negar. Por eso, podríamos parafrasear a Freud y decir: ahí donde hubo represión adviene negación, toda vez, que esta última funciona como una prótesis de la primera, ahí donde su fuerza de rechazo se revela insuficiente frente a la cosa a rechazar. A esta luz, el mecanismo de la negación se dirige a una espectralidad que se afirma en el mismo instante en que se la niega.

“Negar” significará suscribir a través de un “no” lo que originalmente se pretendía reprimir. En este sentido, la negación funciona como una compensación de lo que la represión ya no ha podido reprimir, un plus valor a la misma represión en tanto ésta última funciona como la operación (in) eficaz que articula al aparato psíquico. Justamente en virtud de esa “ineficacia” o, mejor aún, de dicha “impotencia” de la represión es que acontece la negación. Esta última se expresa en los muros fronterizos que dividen México de los Estados Unidos o a los territorios palestinos ocupados por Israel, en la medida que, como ha visto Wendy Brown, afirman la impotencia de la represión estatal que vienen a suplir con el armatoste amurallado7. Podríamos decir, entonces, que la negación constituye un mecanismo posthegemónico por excelencia, en el entendido que precisamente brota en el instante en que toda hegemonía ha sido agotada y solo permanece la facticidad procedimental de un ejercicio de gobierno que ya no puede contener a la “cosa”, a lo Real (migrantes, palestinxs, “indeseables” en general).

Que Palestina sea considerada por el discurso sionista como una “tierra sin pueblo”, que, por tanto, “no existe” que “no hay palestinos” compromete, sobre todo, a la filosofía: el filósofo Jürgen Habermas junto a otros filósofos a propósito de la reciente situación en Palestina, afirmó tajante que Israel “no comete genocidio en Gaza”8. No puede ser casualidad que sea precisamente el filósofo de la modernidad europea quien actualice al dispositivo de la negación: es precisamente en nombre de dicha modernidad “civilizada” que el mundo euroatlántico (al que pertenece Israel) dice combatir contra la “barbarie”, justificando su actuar, a partir de una supuesta “legítima defensa” que, recientemente, el propio juez de la Corte Internacional de Justicia rechazó exigiendo a Israel detener el fuego y no seguir su campaña sobre Rafah9. Es el enunciado “civilizatorio” el que porta el dispositivo de la negación y que Habermas actualiza: tal como señalaba Said respecto de los archivos, la filosofía europea niega la realidad no-europea y resulta incapaz de reconocer que ella misma, su “civilización”, pueda ser capaz de cometer genocidio.

Nuevamente con Habermas se actualiza la negación: el pueblo palestino no solo se le niega su existencia, sino también, su dolor, a pesar de que, como hemos visto, ella está a la luz del día, no está oculta como ocurrió con el exterminio nazi, sino a vista de todos, reproducida por todos los medios masivos. En este sentido, Palestina adviene, ante todo, como una Palestina negada en el sentido freudiano del término. De ahí su dimensión espectral: es negada porque afirmada, a la vez. Por eso, en el propio Said no dejaba de advertir en varias de sus entrevistas que lo más feroz de la colonización sionista no era solo el despojo al que Israel había sometido a un pueblo, sino el hecho de que tal despojo no es reconocido por el sionismo. El crimen se consuma por el silencio, el crimen su realiza en y como negación. Porque precisamente, dado que se niega la existencia de Palestina se niega, a su vez, la existencia del colonialismo perpetrado en su contra10. Que los palestinos sean negados por el discurso sionista implicó negarles como “pueblo” y representarles como incivilizados –es decir, imposibilitados de asumir el estatuto de interlocutor propio de un sujeto estatal-nacional, tal como lo comienza a constituir la Declaración Balfour en 1917 y que, desde 1948, el Estado sionista consumará concreta y políticamente. Frente a la ominosa existencia palestina, al discurso sionista no le ha bastado con “reprimir” sino que ha debido “negar”, produciéndose la compleja escena de una decisión que, exhibiendo su impotencia, afirma lo Real por el solo hecho de negarlo (“Eso es lo que yo preferiría reprimir” decía Freud).

El sueño sionista se funda sobre el complejo mecanismo de la negación. No es algo anómalo o excepcional, sino constitutivo a su máquina.

Por eso, el cumplimiento de su sueño de la conquista total de la Palestina histórica (el Eretz Israel) implica conducirse como termina siempre todo cumplimiento de deseo: en el exterminio masivo de una población. La realización de la obra, necesariamente fundada sobre una “negación”, siempre ha de consumarse como una gran pesadilla porque ésta implica instaurar un modelo de sociedad perfecta, sin mezcla alguna, generando todos los mecanismos totalitarios que “niega” el resonar de las múltiples voces de corte cosmopolita que, según Mahmud Darwish, han constituido a la sociedad palestina en la historia. La apuesta colonial del sionismo significaba negar a un pueblo, es decir, representarlo como unos “extranjeros” que poblaban una tierra que, supuestamente, no les pertenecía y que si habitaban lo hacían de manera ilegítima como si fuera una usurpación a un derecho “originario” que tendría el “pueblo judío”. Sin embargo, a pesar de la negación, estos habitantes estaban ahí y han permanecido ahí y, a pesar de todo, seguirán estando ahí.

Hasta ahora, el genocidio sionista sobre Gaza no ha cumplido tres objetivos clave propuestos por el gobierno de Netanyahu: no ha eliminado a la resistencia, tampoco ha rescatado a los rehenes ni menos, ha podido expulsar a la totalidad de la población fuera de las fronteras palestinas. Israel ha fracasado; mas, dicho fracaso debe leerse en el sentido de un fracaso en su dispositivo de negación como pivote de su proyecto. Derribo de muros, derribo de la negación como mecanismo fundamenta de su proyecto. En último término, momento de colapso del proyecto sionista en el que éste encuentra su límite y experimenta un agotamiento de larga duración que no podrá revertir porque no se trata sino de un asunto estructural a su propia máquina. Cada vez, funciona menos el nega-sionismo en la medida que éste parece experimentar su fin.

1 comentario:

  1. Me parece que la mentalidad sionista bien merece ya un TRATADO DE SIQUIATRÍA

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