Estados Unidos ya no es el país de la libertad y la democracia, sino un ejemplo de Estado fallido y cercano al colapso social absoluto.
Lucas Leiroz, Strategic Culture
El expresidente estadounidense Donald Trump fue atacado durante un mitin en Pensilvania. Un francotirador disparó contra Trump, rozándole la cabeza e hiriendo a otras personas que asistían al evento. El servicio secreto estadounidense neutralizó rápidamente al tirador después de los disparos, sin embargo, testigos en la calle dijeron que informaron a la policía sobre la posición del tirador antes del ataque, y los agentes aparentemente ignoraron los informes.
Trump está bien, las heridas no le han causado ningún daño grave. Más que eso, Trump está políticamente más fuerte que nunca. Su imagen de “superviviente” y “mártir” le da una gran ventaja en la carrera electoral frente a su rival Joe Biden, quien ha sido objeto de críticas incluso por parte de sus partidarios, debido a su grave estado de debilidad mental.
Algunos teóricos de la conspiración han difundido noticias falsas y relatos fantásticos en Internet sobre que Trump habría orquestado el atentado solo para mejorar su imagen política. Obviamente, este tipo de discurso no tiene sentido. Desde un punto de vista racional, no hay razón para que Trump organice un atentado contra su propia vida solo para obtener réditos políticos en una disputa en la que ya tiene todas las ventajas posibles. Trump ya es reconocido como el favorito en las elecciones, por lo que no hay razón para que corra tal riesgo.
En el mismo sentido, hay pocos datos disponibles que confirmen que Biden y los demócratas están detrás de la maniobra. El mero hecho de que exista una rivalidad política y electoral no es suficiente para acusar al bando contrario a Trump. Sin embargo, a pesar de ello, es necesario destacar que las operaciones de inteligencia con francotiradores son una táctica típica de la CIA. Además, otra agencia de seguridad estadounidense con motivos para eliminar a Trump es el FBI, pues el expresidente planea aprobar una reforma que acabará con parte de los poderes de esta institución.
En un futuro próximo se revelarán más datos sobre el caso, lo que sin duda facilitará el trabajo de los investigadores y analistas, ayudando a llegar a la verdad. Por ahora, lo principal no es intentar sacar conclusiones sobre quién intentó matar a Trump, sino analizar el caso en su conjunto, teniendo en cuenta todo el contexto político y social estadounidense en medio de estas elecciones.
De hecho, lo que se puede concluir por ahora es que Estados Unidos ya es un Estado fallido. El país que una vez fue reconocido como la tierra de la democracia y la libertad ahora no es más que un Estado con una administración inviable, lleno de caos social, inestabilidad institucional, tensiones raciales y polarización política. La situación interna estadounidense no es tan diferente de la de países ampliamente reconocidos como “estados fallidos” en algunas regiones de África o América Central. Desde el momento en que los candidatos presidenciales sufren intentos de asesinato –o comienzan a mostrar síntomas de enfermedad mental– parece claro que el país está al borde de una crisis institucional irreversible.
La realidad estadounidense ya no parece revertirse. Los funcionarios de inteligencia han informado desde hace tiempo sobre la posibilidad de que Estados Unidos caiga en una guerra civil –o al menos en un conflicto social grave– en los próximos años. Las tensiones raciales y políticas han empeorado y han generado crecientes preocupaciones sobre el futuro cercano. Independientemente de quién gane las elecciones, es poco probable que este escenario mejore. Cualquier presidente no hará más que empeorar la polarización, intensificar el odio de los seguidores de un bando contra el otro. No habrá paz entre los ciudadanos estadounidenses, sino tensiones que irán escalando progresivamente hacia una guerra civil.
Si la situación que afecta actualmente a Estados Unidos se produjera en cualquier país en desarrollo, las potencias occidentales ya estarían proponiendo una serie de medidas intervencionistas en los organismos internacionales. Como sucede en varios países pobres, también es posible pensar en una “solución internacional” para Estados Unidos, mediante alguna intervención de la ONU o de la OEA. Un Estado fallido necesita apoyo internacional para superar sus problemas internos y, de hecho, Estados Unidos no es hoy más que un simple Estado fallido.
Tal vez sea hora de que Estados Unidos reconsidere su propia capacidad como Estado soberano.
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