Una caja de Pandora que ha acabado en Ucrania. Perpetrado al margen de la ONU y con un férreo control en Occidente sobre su relato mediático
Yarisley Urrutia, La Haine
El bombardeo alteró los equilibrios y expuso al mundo a una inestabilidad que aún perdura. La independencia europea y el orden jurídico internacional se quebraron. Y aumentó la desconfianza de Rusia hacia las intenciones de ampliación de la OTAN.
El 24 de marzo de 1999, sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, fuerzas aéreas y navales de la OTAN lanzaron un ataque con bombas y misiles contra el territorio de la República Federal de Yugoslavia, entonces ya solo compuesta por Serbia y Montenegro. Los ataques se prolongaron por espacio de 78 días, causaron más de 2.500 muertos, incluidos 87 niños, y produjeron un daño estimado en más de 100.000 millones de dólares.
Se arrojaron 9.160 toneladas de explosivos contra las ciudades e infraestructuras del país, civiles en su mayor parte. Unas 15 toneladas de la munición empleada contenían uranio empobrecido, de efectos nocivos para el medio ambiente y la salud humana. Desde entonces, Serbia experimentó un auge de casos de enfermedades oncológicas. Casi 60.000 nuevos pacientes cada año, cifra muy alta para un país de poco más de siete millones de habitantes, sin contar la provincia de Kosovo. Y es el país europeo que presenta mayor porcentaje de muertes provocadas por cáncer.
En los tres meses que duró la agresión, los aviones de la alianza atlántica y los misiles lanzados desde sus buques en el mar Adriático atacaron depósitos de agua y combustible, puentes, fábricas de automóviles y electrodomésticos, trenes de pasajeros, plantas químicas y refinerías de petróleo, la embajada de la República Popular China en Belgrado, edificios de apartamentos, colegios, un rascacielos, aeródromos, hospitales y centros de maternidad, la sede del Ministerio de Defensa, el edificio de la Radio y Televisión de Yugoslavia e incluso columnas de refugiados albaneses. Las bajas en personal y material del Ejército Federal Yugoslavo, oculto y disperso en los bosques, fueron muy reducidas.
La llamada matanza de Racak, donde a juicio (sin pruebas) del jefe de la misión de la OSCE en la región, el estadounidense William Walker, 45 campesinos albanokosovares habían sido asesinados por fuerzas policiales serbias, fue la excusa que activó la Conferencia de Rambouillet, celebrada durante enero y febrero de 1999 en el castillo homónimo al suroeste de París, donde so pretexto de evitar una supuesta limpieza étnica en ciernes en la provincia de Kosovo y Metohija, la OTAN planteó unas condiciones leoninas que el Gobierno yugoslavo no podía aceptar, como la pérdida de soberanía y la presencia en el territorio de 30.000 militares de la alianza atlántica.
Los exámenes de dos comisiones forenses, una bielorrusa y otra finlandesa, no pudieron concluir que los cuerpos hallados en Racak hubieran sido masacrados a quemarropa y que la totalidad de los cadáveres fueran de civiles albaneses. Se sospechó que muchos fueran en realidad de militantes de la banda terrorista albanokosovar UCK caídos en combate. El incidente de Racak dio pie a la OTAN para plantear que las autoridades yugoslavas habían diseñado un plan para acometer una limpieza étnica, cuya existencia también se cuestionó.
A pesar de todas las dudas razonables frente a las acusaciones y pese a la disposición del Gobierno yugoslavo en el último momento de negociar la entrada de tropas de la OTAN en su territorio, el secretario general de la alianza atlántica, el español Javier Solana, instruyó el 23 de marzo al general estadounidense Wesley Clark para que cursara la orden de atacar a Yugoslavia al día siguiente.
El papel de los medios
Se suele admitir que el ataque de la OTAN contra Yugoslavia puso fin al último capítulo de las guerras -impulsadas por Occidente- que asolaron los Balcanes desde principios de los años noventa. Las tensiones separatistas en Kosovo se intensificaron tras la decisión de la banda narcotraficante más radical del separatismo albanés de emprender la lucha armada: el autodenominado Ejército de Liberación de Kosovo (UCK).
Para cuando llegó ese momento, el presidente serbio, Slobodan Milosevic, ya estaba completamente demonizado por los medios de comunicación de Occidente. Así lo estima el periodista y autor Alfredo Serrano, quien escribe que durante la crisis de Kosovo, esos medios se posicionaron a favor del UCK "con el objetivo de embestir contra Milosevic, a pesar de que hasta entonces esa organización había sido catalogada como organización terrorista por el propio Departamento de Estado norteamericano".
Así que, a ojos de la opinión pública española y occidental, cuando las bombas empezaron a caer sobre Yugoslavia, caían sobre un personaje maléfico y sobre los malévolos serbios, que buscaban perpetrar una limpieza étnica en Kosovo, aunque al final fueron ellos los expulsados. Las crónicas de los medios de comunicación asumían sin cuestionamiento ninguno los partes de guerra que distribuía el inglés Jamie Shea, entonces portavoz y jefe de Prensa de la OTAN, que aseguraba que solo se atacaban objetivos militares y con armamento "inteligente".
"Los partes informativos replicaban la verdad de la OTAN: los muertos kosovares siempre eran una masacre étnica de civiles, mientras que los civiles serbios muertos nunca existían. Las viudas y huérfanos entrevistados siempre eran albaneses o bosnios", recuerda Serrano, que explica que en España la OTAN tuvo más fácil difundir su mensaje "porque su secretario general era español y, para más inri, socialista: Javier Solana".
"Si la supuesta izquierda española estaba a favor del ataque al gobierno socialista de Yugoslavia, imagina la derecha", dice Serrano, que afirma que el amplio consenso entre casi todo el espectro político europeo obró que el establishment no cuestionara la destrucción y la matanza, llegándose a calificarlas de "intervención humanitaria".
"Una diferencia con el panorama mediático actual es que entonces los únicos medios eran occidentales, no había acceso a medios internacionales rusos, latinoamericanos, iraníes, libaneses o chinos, como hay ahora. Es decir, éramos más fáciles de engañar", asegura.
Así pasó con el bombardeo el 22 de abril de las instalaciones de la Radio y Televisión de Yugoslavia (JRT), donde murieron 16 trabajadores. La OTAN, en palabras de Jamie Shea, justificó el ataque porque "su labor estaba más allá de la profesionalidad y la ética periodística". En realidad, desde la JRT se difundían todas las imágenes de los bombardeos, donde se podía ver que los objetivos no eran solo militares y que el armamento no era para nada inteligente.
Algunas asociaciones protestaron, como la Federación Internacional de Periodistas. "Pero fue un pequeño ruido de apenas dos días", lamenta Alfredo Serrano, que recuerda el "tremendo consenso" entre la derecha y la socialdemocracia en apoyo a los bombardeos. "Los Verdes alemanes, los primeros", subraya.
¿Un plan con Europa como primer objetivo?
Para perpetrar la agresión de la OTAN a Yugoslavia y la posterior sustracción de una parte de su territorio en aras de una supuesta protección humanitaria se obvió la falta de acuerdo en el Consejo de Seguridad de la ONU, conculcándose el Derecho Internacional. Las consecuencias derivadas se dejan sentir hoy en un mundo que es resultado del plan subyacente al ataque. En opinión del diplomático y ensayista nicaragüense Augusto Zamora, la agresión fue en realidad el "primer paso" de un plan que en EEUU gestó un grupo de presión que posteriormente llegó al poder con la presidencia de George W. Bush. "Preconizaban el New American Century, según el cual el siglo XXI, después de la destrucción de la URSS, debía ser un siglo estadounidense con EEUU como hiperpotencia", explica. Se quiso redibujar el mundo para acomodarlo a la visión unipolar de EEUU, "una visión mesiánica y que tiene no pocos elementos en común con el sueño de los 1.000 años del III Reich".
A juicio de Zamora, una vez desaparecida la URSS y con la influencia de Rusia en mínimos, EEUU consideró que la primera zona donde debía consolidar su dominación para obrar una reconfiguración mundial era Europa. Kosovo se presentó como un "pretexto ideal para disfrazar una guerra de agresión imperialista" y EEUU involucró a sus aliados en una aventura que en realidad menoscababa sus intereses, considera este diplomático.
En 1999 se creaba la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y el euro se acababa de aprobar como moneda común. "Y tanto el euro como la PESC eran considerados por EEUU como una amenaza a su proyecto", explica Zamora, que añade que Washington encontró en Kosovo "la ocasión para lanzar una guerra y alinear obligadamente a la UE con sus tesis".
"Después de la agresión -subraya-, la PESC desapareció. El euro nació golpeado. EEUU puso en marcha su objetivo estratégico: la ampliación de la OTAN hasta las fronteras de Rusia. Aquello no fue una guerra improvisada, jamás estuvieron en juego los DDHH. Pero la guerra cumplió con los objetivos de los impulsores del New American Century y esto llevó finalmente a la guerra de la OTAN en Ucrania".
Una caja de Pandora
"Uno puede iniciar una guerra, pero no puede saber las consecuencias que traerá", recalca Zamora, que recuerda que las agresiones que siguieron en Afganistán, Irak, Libia y Siria, terminaron por escapar del control de EEUU.
"Porque en sus planes, EEUU no consideraba que pudiera haber otras potencias que se les opusieran. Daban por hecho que Rusia estaba muerta, China domada y Europa bajo la bota de la OTAN; el campo estaba abierto para EEUU. Pero esa secuencia se rompe cuando Rusia empieza a reaccionar; primero en Georgia para parar el proyecto de incorporarla a la OTAN y luego, aún más determinante, en Siria, donde su acción fue efectiva y rápida", explica.
"La guerra contra Yugoslavia fue la primera guerra dictada por criterios geopolíticos imperiales de la era moderna. A partir de ahí, comenzaron una serie de guerras dictadas por intereses geopolíticos cuya culminación es Ucrania". Es decir, el plan aplicado por EEUU desde 1999 en Yugoslavia enfrentó sus primeras dificultades en 2008 y experimentó un freno en 2015, en palabras de Augusto Zamora.
Durante el proceso, entre Moscú y Pekín se ha venido tejiendo una sólida alianza a todos los niveles. Téngase en cuenta que durante el bombardeo de Belgrado incluso se atacó la Embajada de China, un hecho sin precedentes. "No fue una equivocación", recuerda Zamora, que describe la acción como intimidatoria, una señal de que EEUU "podía hacer lo que quisiera".
Pero es precisamente esta alianza estratégica entre Rusia y China lo que terminó por romper las aspiraciones del plan New American Century. "Tanto es así, que en 2018 Washington cambia de estrategia; el vector Asia-Pacífico lo denomina ya Indo-Pacífico y en 2021 se retira derrotado de Afganistán. Se olvida del plan de hiperpotencia y plantea una estrategia basada en la construcción de una red de alianzas vitales para hacer frente al resurgir de Rusia y a la emergencia contundente de China. Y en esas estamos", concluye.
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Ver también:
* De la destrucción de Yugoslavia a la muerte de Milosevic
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