Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
martes, 2 de enero de 2024
Un diagnóstico del desmantelamiento del orden mundial
Markus Siira, Euro Synergies
¿Podría derrumbarse el actual sistema social capitalista occidental? ¿Y puede una democracia liberal que se derrumba repararse a sí misma? ¿Están destinados Estados Unidos y el «Occidente colectivo» que lidera a experimentar algo similar al colapso de la Unión Soviética?
La década de 1990 fue un periodo oscuro para Rusia, marcado por la codicia de los oligarcas, la anarquía generalizada y el caos social. Sin embargo, el reinado clintoniano de Yeltsin llegó finalmente a su fin. Rusia no dejó de existir, aunque el sistema político y económico soviético se derrumbó, pero la Federación optó por reformar su economía y su política. A pesar de la guerra híbrida y de la política de sanciones de Occidente, la Rusia de Putin no muestra signos de colapso.
¿Qué nos depara el año que comienza? No hay duda de que la «permacrisis» (una era de inestabilidad marcada por guerras, crisis económicas y otras catástrofes interrelacionadas) continuará. Economistas, politólogos y astrólogos predicen que el ritmo no hará sino acelerarse en 2024. Incluso en Finlandia, miembro de la OTAN, las cosas serán difíciles hasta que nuestro país vuelva al modo «ciclo cósmico».
La región más cercana al conflicto, Ucrania, parece estar al borde del colapso tras dos largos años de guerra. Hay una lucha de poder entre las clases políticas y ya se especula con la destitución de Zelensky. Mientras tanto, el ejército ucraniano carece de hombres y equipo para hacer frente a los rusos. Estados Unidos y Europa son incapaces de proporcionar ayuda suficiente para resolver los problemas de Kiev.
Durante los dos últimos años, los (falsos) medios de comunicación del poder occidental y los neoconservadores que dominan la política exterior estadounidense, con sus think tanks, nos han hecho creer que Rusia perderá y que una Ucrania alineada con Occidente vencerá milagrosamente. Sin embargo, la realidad de la realpolitik no coincide con las ilusiones de los «expertos» belicistas y nos espera un duro despertar.
Cuando pensamos en el colapso de la sociedad, nos acordamos de que en una situación así, las cosas prácticas no funcionarán, será peligroso salir y pronto habrá escasez de todo lo que necesitamos. Sin embargo, como sugiere el bloguero estadounidense Z Man, el colapso también tiene que ver con marcos narrativos y creencias políticas arraigadas.
«Durante más de treinta años, el imperio global estadounidense se ha basado en suposiciones nacidas de una fuerza invisible. Cuando esta suposición deja de ser válida, hay consecuencias».
El año que viene se celebrarán elecciones presidenciales en la pequeña Finlandia, Rusia y Estados Unidos. Los atlantistas temen que continúe la revuelta en el seno del país y que Donald Trump, enfrentado a cargos criminales, vuelva a ser presidente estadounidense urdiendo una venganza contra sus enemigos.
No sé si el poder de los neoconservadores en Washington terminaría incluso si el imprevisible hombre de pelo naranja regresara a la Casa Blanca, pero quizás no todo seguiría el camino de los «kaganistas». No faltarán, sin embargo, los fenómenos más extraños de la presidencia de Trump, como la secta QAnon.
La política mundial se encuentra en un periodo de transición, entre lo viejo y lo nuevo. Si el sistema actual, construido tras las guerras mundiales, se derrumbara de forma tan espectacular, las consecuencias serían catastróficas para todos los implicados. Así que, a pesar de sus diferencias, los distintos actores están dispuestos a un aterrizaje suave. ¿Qué significa esto para el futuro?
En el contexto del gran juego geopolítico y de las sacudidas económicas, asistimos a un desmantelamiento ordenado del viejo orden, que se produce lentamente, paso a paso. El nuevo orden crece y evoluciona, en y a través de las crisis, mientras los ciudadanos siguen con su vida cotidiana. Este proyecto de construcción continuará a lo largo del año, nos guste o no.
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