Jorge Durand, La Jornada
La reactivación económica en Estados Unidos está en marcha, la Bolsa sigue ganando a pesar de la pandemia, las tasas de interés bajan a cero y la inflación se dispara, dicen que temporalmente. El país está totalmente abierto, ya ni siquiera utilizan mascarillas, a pesar de que la vacunación no ha logrado el objetivo planteado.
Uno esperaría que las ideas conspirativas funcionen a escala electoral, esa es su salsa, pero no cuando se trata de la salud de uno mismo, familiares o cercanos. Pero la alucinante farsa de que con la vacuna te inyectan un chip, o quién sabe qué cosa, ha calado en el público estadounidense. Cada vez crece más el movimiento antivacuna y su impacto se nota en las dificultades que tienen las autoridades para cerrar la brecha de la inoculación, la única forma de contener la pandemia.
Ni siquiera la alarmante noticia de que en la actualidad, 99 por ciento de los muertos por el Covid-19 se concentran en los que no se han vacunado parece convencer a los estadounidenses indecisos y menos aún a los fanáticos. Y su parte de responsabilidad la tiene el inefable Donald Trump que se vacunó a escondidas antes de salir de la Casa Blanca, para que no le tomaran la foto.
A pesar de que hay una oferta amplísima y gratuita de antígenos, con la posibilidad de elegir el que les guste, decenas de millones de habitantes no piensan vacunarse. Aún hay 30 por ciento de adultos que no se ha vacunado y que posiblemente no lo hagan.
Es una paradoja preocupante, cientos de países y millones de personas suplican que les envíen biológicos y los que los tienen a mano no los quieren. Igual que la paradoja del hambre y la comida que se tira, a la que ya estamos acostumbrados.
Otra paradoja curiosa se da en el mercado de trabajo de Estados Unidos. La reapertura de su economía, industria, comercio y servicios demandan trabajadores de manera urgente, pero no hay brazos disponibles. Hace un año la tasa de desempleo estaba en 10.6 por ciento para las mujeres y 9.8 por ciento para los hombres y en la actualidad ha bajado a 6 por ciento, pero se ha estancado hace tres meses.
Ciertamente hay una reducción significativa en cuanto a las cifras, pero en los comercios, fábricas y establecimientos se ven anuncios de que se necesitan trabajadores. En algunos restaurantes y otros negocios están a media máquina por falta de personal. Hay demanda de mano de obra, pero la oferta está reticente. Y es algo que se nota en toda la nación y que está a la vista de todos en los letreros donde se anuncian vacantes.
El asunto parece ser más complejo y entran en juego una diversidad de factores. Para empezar hay cerca de medio millón de plazas que cubrir, de los 600 mil que murieron por Covid. Por otra parte, se ha constatado que muchos trabajadores y empleados optaron por un retiro anticipado, la pandemia ayudó a muchos a tomar decisiones postergadas. Hay un movimiento poblacional importante hacia zonas rurales, las casas de campo han cobrado nueva vida y los precios de este tipo de propiedades, no citadinas, han incrementado notablemente su precio. A su vez estos nuevos propietarios demandan trabajadores y son escasos.
De manera consecuente se han elevado las rentas en muchos lugares. Esto también afecta a muchos trabajadores que no pueden movilizarse a los lugares donde hay demanda debido al alto costo de la vivienda.
Otra explicación de este fenómeno puede estar en el nivel de ingresos que tienen hoy los desempleados y los beneficiados por los cheques del gobierno. Los subsidios pordesempleo son en algunos casos más redituables que estar contratado. En esas circunstancias, para muchas personas no hay incentivo para ir a trabajar, prefieren vivir en el paro, que deslomarse en el empleo.
Paradójicamente, la política extremista de Donald Trump desalentó la migración laboral irregular y alentó la migración de refugiados. Pero en términos generales llegaron mucho menos migrantes al mercado de trabajo. Y a esto hay que añadir un año defronteras cerradas y el colapso y cierrede muchas empresas por la pandemia. En cierto modo se rompió el equilibrio que existía entre oferta y demanda de mano de obra barata.
Es muy posible que se haya reactivado la correa de trasmisión que moviliza los flujos de trabajadores entre México y Estados Unidos. Son los migrantes los que informan a los mexicanos sobre las condiciones del mercado de trabajo y, cuando hay demanda, llaman a sus parientes y amigos.
En este contexto los salarios mínimos tienen necesariamente que subir, lo que provocará una inflación estructural, que ya se registra en varios indicadores. De hecho, el propio gobierno de Joe Biden incentiva que se aplique el salario mínimo de 15 dólares por hora, lo que daría unos 600 dólares brutos a la semana si se trabajan 40 horas. De este modo, se abriría la brecha entre el minisalario mexicano y el estadounidense, lo que alentaría la oferta.
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