La República Popular China no es la amenaza que nos pintan para el resto del mundo. Pekín no se ve a sí mismo como una potencia conquistadora sino como una nación de resistencia. Es ese el sentido de las ceremonias del 70º aniversario de la República Popular China, expresión actual de una nación que supo reponerse política y económicamente luego de la agresión sufrida en el siglo XIX
Manlio Dinucci, Voltaire
La República Popular China no es la amenaza que nos pintan para el resto del mundo. Pekín no se ve a sí mismo como una potencia conquistadora sino como una nación de resistencia. Es ese el sentido de las ceremonias del 70º aniversario de la República Popular China, expresión actual de una nación que supo reponerse política y económicamente luego de la agresión sufrida en el siglo XIX.
Hace 70 años, el 1º de octubre de 1949, el líder Mao Zedong proclamaba, desde la puerta de Tiananmén, el nacimiento de la República Popular China, que acaba de celebrar ese aniversario con un gran desfile militar ante ese histórico lugar. En Europa, Japón y Estados Unidos, los grandes medios de difusión presentan ese desfile como la ostentación de fuerza militar de una potencia amenazante. Prácticamente nadie se interesa por recordar los dramáticos momentos de la historia que condujeron al nacimiento de la Nueva China.
Así que nadie menciona la China que se vio reducida al estado de colonia o de semicolonia, que desde mediados del siglo XIX fue explotada y desmembrada por las potencias europeas (Reino Unido, Alemania, Francia, Bélgica, Austria e Italia), por la Rusia de los zares, por el Japón imperial y por Estados Unidos.
Nadie menciona el sangriento golpe de Estado perpetrado en 1927 por Chiang Kai-shek –con el respaldo de Estados Unidos–, quien casi exterminó a los miembros del Partido Comunista (fundado en 1921) y masacró cientos de miles de obreros y campesinos. Tampoco se habla de la Larga Marcha del Ejército Rojo, iniciada en 1934 como una desastrosa retirada y convertida por Mao Zedong en una de las mayores hazañas político-militares de la historia de la humanidad.
Igualmente se pasa por alto la guerra de agresión que Japón desató contra China en 1937. Se oculta el hecho que las tropas japonesas ocuparon Pekín, Shanghai y Nankín, que en esta última ciudad china masacraron a más de 300 000 civiles y que atacaron más de 10 ciudades chinas con armas biológicas.
Se silencia la historia del frente unido antijaponés que el Partido Comunista constituyó con el Kuomintang. Las tropas del Kuomintang, armadas por Estados Unidos, lucharon contra los invasores japoneses pero al mismo tiempo imponían un bloqueo a las zonas liberadas por el Ejército Rojo y hacían que la ofensiva japonesa se concentrara precisamente sobre esas zonas.
Desde 1937 hasta 1945, el Partido Comunista –que pasó de 40 000 miembros a 1,2 millones– dirigió las fuerzas populares chinas en una guerra de resistencia que acabó desgastando a las tropas japonesas. Pero no se reconoce que con esa guerra de resistencia, durante la cual 35 millones de chinos dieron sus vidas, China tuvo una contribución determinante en la derrota de Japón, que, ya derrotado en el Pacífico por Estados Unidos y en Manchuria por la URSS, acabó rindiéndose a Estados Unidos, en 1945, después de los bombardeos atómicos estadounidenses contra Hiroshima y Nagasaki.
También se esconde al público lo ocurrido inmediatamente después de la derrota japonesa. Siguiendo un plan trazado en Washington, Chiang Kai-shek trató de reeditar lo que ya había hecho en 1927. Pero sus fuerzas, armadas y apoyadas por Estados Unidos se encontraron frente al Ejército Popular de Liberación, que contaba alrededor de un millón de combatientes, y a una milicia de 2,5 millones de personas, que además gozaban de un enorme apoyo popular. Unos 8 millones de soldados del Kuomintang resultaron muertos o hechos prisioneros y Chiang Kai-shek huyó a Taiwan bajo la protección de Estados Unidos.
Los párrafos anteriores son sólo una pequeña síntesis de los hechos que llevaron al nacimiento de la República Popular China, hace 70 años. Pero de esa historia no se habla prácticamente nunca en los manuales escolares de historia, caracterizados por una visión del mundo eurocéntrica y extremadamente restringida, visión que se hace cada día más anacrónica. Es una historia que los políticos y la prensa occidentales ignoran deliberadamente… porque revela los crímenes del imperialismo, pone en el banquillo de los acusados, a las potencias europeas, a Japón y a Estados Unidos, a las «grandes democracias» occidentales que se erigen en jueces supremos con derecho a decidir qué países son democráticos y cuáles no.
Pero ya no estamos en la época de las «concesiones», aquellas zonas urbanas bajo administración extranjera en suelo chino, cuya creación había sido impuesta a China por las potencias extranjeras, cuando el parque Huanpu de Shanghai estaba «prohibido a los perros y los chinos».
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