Alex Lantier, wsws
Después del cuarto sábado de manifestaciones de los “chalecos amarillos” contra el presidente Emmanuel Macron, un movimiento de masas está emergiendo de forma clara entre los trabajadores contra el sistema capitalista. La decisión de Macron de retirar el regresivo impuesto sobre la gasolina que detonó inicialmente las protestas no resolvió nada. Entre los “chalecos amarillos”, están surgiendo a un primer plano las demandas de igualdad social, importantes aumentos salariales, la salida de Macron, la eliminación de los privilegios de los superricos, un fin al militarismo, huelgas generales y una revolución.
Las afirmaciones de que la disolución de la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista en 1991 marcó la abolición de la lucha de clases, el triunfo final de la democracia capitalista o el Fin de la Historia han quedado hechas añicos. Conforme las manifestaciones de los “chalecos amarillos” se propagaron de Francia a Bélgica y luego a Holanda, Bulgaria y tan lejos como Irak, donde los trabajadores en Basra se pusieron chalecos amarillos para protestar el régimen neocolonial de la OTAN, la clase obrera internacional está cada vez más ampliamente en pie de lucha contra los dictados de los bancos.
La represión masiva del sábado fue una lección clave sobre el carácter de la democracia burguesa: no bien acontezca una expresión de oposición popular auténtica, salen las armas. Después de que la policía antidisturbios, con el apoyo de vehículos acorazados militares y cañones de agua, acorralara y asaltara a los manifestantes pacíficos desde el comienzo del día, estallaron altercados violentos en todas las principales ciudades de Francia. Arrestaron una cifra récord de 1,385 personas.
Las protestas de los “chalecos amarillos” se encuentran en una etapa crítica. El movimiento ha provocado una confrontación tanto con el presidente de los ricos como con el régimen entero de los ricos. La mayoría de las principales figuras del movimiento de los “chalecos amarillos” continúa rechazando ofertas de negociaciones con la élite política: las concesiones simbólicas de Macron, conciliaciones vinculantes por medio de los burócratas sindicales o propuestas de una alianza con el partido Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Los manifestantes siguen siendo contundentemente populares.
No obstante, el peligro es que, sin una perspectiva política clara y una orientación a una lucha más amplia contra Macron, el movimiento pueda desperdiciarse en forma de acciones de protesta infructuosas o ser subordinado ante las maniobras de la élite gobernante.
La cuestión de dirección política es central. Es importante que algunos grupos de los “chalecos amarillos” como en Commercy estén llamando a formar comités populares para decidir y coordinar las actividades del movimiento. Lo que está en desarrollo, en una forma aún muy incipiente, es el poder dual. En oposición al Gobierno de los bancarios, protegido por hordas de policías antidisturbios, el espectro de instituciones separadas y opuestas que representan y organizan a los trabajadores en lucha, está comenzando a aparecer.
Estos eventos subrayan el significado contemporáneo del llamado de León Trotsky a formar comités de acción, justo antes de la huelga general francesa de 1936. Estos cuerpos pueden unificar las luchas huelguísticas y las protestas de los diferentes sectores de trabajadores y jóvenes, previniendo que queden aislados y sean traicionados por las burocracias sindicales, además de que pueden proveer una base para movilizar la profunda oposición en la clase obrera a la campaña de austeridad de Macron y la Unión Europea.
Trotsky subrayó que, para los trabajadores, tales comités constituían “los únicos medios para romper la oposición antirrevolucionaria de los sindicatos y el aparato estatal”. Esto es crítico hoy día, cuando los trabajadores se topan con una hostilidad feroz de los sindicatos y los partidos de los sectores pudientes de la clase media que son aliados de los sindicatos. Estas fuerzas procuran desesperadamente defender sus privilegios bloqueando una lucha independiente de la clase obrera contra Macron y su Gobierno de los ricos.
Ninguna tendencia política establecida en Francia ha respondido al movimiento de los “chalecos amarillos”, el cual plantea objetivamente un desafío al sistema capitalista, e una manera progresista. Daniel Cohn-Bendit, el exlíder estudiantil de clase media en mayo de 1968, lo calumnió descaradamente como fascistizante, declarando al diario alemán taz que “la mayoría del movimiento de los chalecos amarillos viene del Frente Nacional, de la reserva de la extrema derecha”.
El líder de la estalinista Confederación General del Trabajo (CGT), Philippe Martinez, insinuó lo mismo al declarar sombríamente que los “chalecos amarillos” son “personas con las que no nos pueden unidos”. Ahora, después de cancelar una huelga de camioneros, la CGT está llamando a una huelga simbólica de los trabajadores ferroviarios de un día el 14 de diciembre.
El Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de clase media busca utilizar esta maniobra cínica para empujar a los “chalecos amarillos” a las garras de los sindicatos. Llamó a los “chalecos amarillos” a pedirle a Martínez que se puedan unir a la huelga general controlada por la CGT: “Los sindicatos combativos y los chalecos amarillos deben pedir o incluso imponer esta perspectiva a las direcciones sindicales nacionales, comenzando por un llamado a una huelga general real para la protesta de los ‘chalecos amarillos’ el 14 de diciembre”.
Bajo la cubierta de tales maniobras, la clase gobernante espera subordinar las manifestaciones a los sindicatos y a la maquinaria estatal. “Todo el sistema político se encuentra estremecido”, escribió el Journal du dimanche, pero la represión policial del sábado “le ha dado al Gobierno un espacio para maniobrar, respirar aire fresco”. Aplaudió el hecho de que el primer ministro Edouard Philippe concluyera su breve discurso el sábado por la noche diciendo: “¡Y ahora al diálogo!”.
Las protestas de los “chalecos amarillos” tienen toda la razón en desconfiar de aquellos que buscan atarlos a reaccionarios e inútiles acuerdos con Macron. No hay nada sobre qué negociar con Macron, el despiadado representante de los bancos; cualquier súplica a los políticos capitalistas de la Asamblea Nacional también resultará solo en decepción.
La tarea crítica es una lucha política contra el Gobierno de Macron y el poder de los bancos. En esta era de capitalismo globalizado, de las finanzas internacional y las cadenas de producción y suministro, esto significa una lucha internacional con base en un programa auténticamente socialista: expropiar las fortunas obscenas de la aristocracia financiera y colocar los recursos de la economía global bajo el control democrático de la clase trabajadora.
Este programa se deriva de las tareas objetivas presentadas por el surgimiento de la lucha de clases: en todos los países de Europa, la expansión del enojo social y los movimientos huelguísticos tiende hacia el estallido de una huelga general.
La tarea de organizar una huelga general contra la Unión Europea, Macron y Gobiernos similares por todo el continente no se le puede dejar a los sindicatos, los cuales son hostiles a este movimiento y no la llevarán a cabo. El camino por seguir es la formación de comités de acción que puedan preparar y sentar la base en la clase obrera para una huelga general real, tanto en Francia como el resto de Europa, llevada a cabo en oposición a las maniobras de los sindicatos y los partidos pseudoizquierdistas.
El papel del Parti de l’égalité socialiste (PES) y las otras secciones europeas del Comité Internacional de la Cuarta Internacional en este movimiento será explicar y avanzar la necesidad de transferir el poder a las organizaciones políticas independientes creadas por los trabajadores. El PES llama a realizar una discusión lo más amplia posible sobre esta perspectiva en todas las fábricas, los centros de trabajo, universidades y escuelas en Francia y Europa.
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