lunes, 31 de julio de 2017

¿Mike Pence, presidente número 46 para sustituir a Trump?

Alfredo Jalife, La Jornada

Después de la humillante derrota de Trump y el Partido Republicano (PR) en el Senado para repeler el Obamacare, Rick Tyler –anterior jefe de prensa del senador Ted Cruz–sentenció, en el tóxico programa Morning Joe, que “la presidencia de Trump había terminado (https://goo.gl/WcZtfj)”.

El problema con estas perentorias exequias es que Rick Tyler carece de credibilidad al haber inventado una historia falsa sobre el senador Marco Rubio, por lo que fue fulminantemente despedido.

Si el medio es el mensaje, como sustentó el célebre comunicólogo Marshall McLuhan, tampoco los controvertidos conductores de Morning Joe –quienes padecen trumpofobia infinita– son muy creíbles.

Los múltiples intentos y fracasos de Trump y el Partido Republicano para repeler el Obamacare epitomizan su impericia política, que carcome la necesaria cohesión para la gobernabilidad, pero, como decía Yogi Berra –estrella beisbolista de los Yanquis de Nueva York–, el juego no se acaba, hasta que se acaba.

Apenas inicia la guerra intestina dentro del Partido Republicano mismo –donde el pugnaz senador John McCain, pese a su enfermedad terminal, le asestó un golpe brutal a Trump por encargo de George Soros– como entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata.

Stephan Richter (SR), editor en jefe de The Globalist (en Berlín) y su colaborador en Estados Unidos, Bill Humphrey (BH), formulan la posibilidad de que el tele-evangelista (literal) vicepresidente Mike Pence pueda sustituir al presidente 45, Donald Trump. (https://goo.gl/4uydd2).

A juicio de Stephan Richter y Bill Humphrey, donde Donald Trump es indisciplinado y divertido (sic), Mike Pence es muy disciplinado y aburrido. Pero tal disciplina no beneficiará a la mayoría de los estadounidenses.

Consideran que la selección de Mike Pence, de 58 años, por Paul Manafort, entonces jefe de campaña de Trump, puede atormen-tar después al pueblo estadounidense, ya que es mucho peor que Trump.

Según los autores, donde Trump adopta posiciones extremas para estar en las noticias, los puntos de vista de Mike Pence son fehacientemente construidos en convicciones que pueden ser ocultadas por su rústico comportamiento popular del Midwest.

Cuando Mike Pence fue representante por Indiana en 2006, introdujo una legislación para la “auto-deportación como parte de la reforma migratoria (https://goo.gl/Ta8aqZ)”.

De 90 enmiendas y resoluciones extremistas que apadrinó durante sus 12 años en el Congreso, ninguna fue aprobada, pero “subraya, como estadística devastadora, que es un conservador radical con modales suaves –un lobo disfrazado de oveja– y no un constructor de puentes ni buscador de consensos”.

Como gobernador de Indiana desde 2013, Mike Pence estableció un récord enajenante y polarizador que alejó a los donantes y seguidores del Partido Republicano, donde prevalecía su teopolítica cristiana fundamentalista.

La teopolítica de Mike Pence cohabita con el supremacismo protestante blanco (los célebres WASP): ha pasado del conservadurismo católico a la rencarnación espiritual evangelista – born again christian– al auto-definirse como cristiano, conservador y Republicano, en ese orden, y al exultar que nunca había cenado con otra mujer a menos que estuviese presente su esposa.

Ya en octubre de 2015 entabló un juicio contra la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) al oponerse al mito del calentamiento global, lo cual le congració con las empresas de servicios de electricidad/gas/agua.

A juicio de los autores, todavía Trump no concede a su vicepresidente Mike Pence los poderes que uno de los más recientes incompetentes (sic) presidentes, George W. Bush, otorgó a Dick Cheney, lo cual ha sido una fortuna, porque Mike Pence es más peligroso que Cheney en lo referente a la política doméstica, no se diga, en caso de convertirse en el presidente número 46, cuando pudiera anunciar el fin de muchas libertades.

En política exterior, y en contraste a Trump, Mike Pence parece más predecible y, por consecuente, más aceptable para otros países, sin perder de vista de que es adicto a los interrogatorios mejorados (léase: la tortura) y a las intervenciones militares.

Los autores pierden de vista que Trump llegó muy deslactosado cuando tuvo que negociar con varios polos de poder dentro del Partido Republicano, como es el caso del líder camaral, el friednamita Paul Ryan, influenciado por la embustera Ayn Rand (quien también influyó en Alan Greenspan, el zelote neoliberal monetarista y polémico ex-gobernador de la Reserva Federal).

Ryan colocó en el gabinete a su jefe de prensa, Sean Spicer, y a su jefe de gabinete, Reince Priebus (anterior líder del Partido Republicano), ambos defenestrados por Trump.

Los autores aducen que existe un plan y una agenda Pence/Ryan, que ya fue insinuado por el director del Presupuesto de la Casa Blanca, Mick Mulvaney, quien exige el recorte de los programas de seguridad social para ser privatizados.

Según Stephan Richter y Bill Humphrey, el dúo del Midwest (Pence/Ryan) luego codificará el extremismo religioso en las leyes de EEUU.

A mi juicio, quizá el feroz ataque de los portavoces de El Vaticano contra el fundamentalismo cristiano del trumpismo haya tenido también en la mira al apóstata dúo católico Pence/Ryan (https://goo.gl/DpX9nv).

Los autores concluyen que los gobiernos foráneos y el Partido Demócrata deberían estar consternados (sic) tanto con el prospecto de una presidencia de Pence como con el prospecto de la continuación de Trump en la Casa Blanca, ya que en el mejor de los casos, la asunción presidencial de Mike Pence sería un movimiento lateral en la mayoría de los temas.

En un artículo posterior, Stephan Richter y Alexei Bayer, editor de The Globalist en Europa oriental, aducen que el PD fracasa en su giro radical al volcarse en forma obsesiva en el Rusiagate y al no asimilar que el trumpismo, como la mayoría de los movimientos radicales de extrema derecha, está alimentado por el resentimiento, no por la economía.

Pues ni tanto, porque uno de los corolarios del trumpismo se centra en la reconstrucción de la infraestructura, la desregulación financierista, el mega-recorte de los impuestos y el combate militarizado de los déficits de EEUU con Alemania y China como reflejo de su rechazo al TPP formulado por Obama.

El trumpismo opera en forma híbrida en sus primeros seis meses de gobierno, en santa alianza con directivos de Goldman Sachs –que controla el Departameto del Tesoro y el Consejo Económico de la Casa Blanca– y la banca Rothschild, con su anterior director en Nueva York, Wilbur Ross, hoy secretario de Comercio (https://goo.gl/LF4GX4).

Stephan Richter y Alexei Bayer juzgan que, con su fallida estrategia, el Partido Demócrata no llega a ningún lado: “40 por ciento de todos los votantes apoyan en forma inquebrantable a Trump. Mas aún: en los 17 estados del sur (el Cinturón Bíblico) y el Cinturón Industrial (rust belt), que son cruciales para la próxima elección presidencial, así como para controlar el Senado, la aprobación de Trump se encuentra por encima de 50 por ciento, según Gallup (https://goo.gl/rKvPeQ)”.

Aunque aporta datos dignos de tomar en cuenta, el problema de The Globalist es su contumaz reduccionismo al colocar su economicismo en el lecho de Procusto, que desprecia el juego político y la correlación teopolítica y demográfica de fuerzas en el seno de una sociedad fracturada y en declive.

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