lunes, 17 de abril de 2017

Hiroshima y la madre de todas las bombas. La misma lógica para un final de época


Eduardo Di Cola, Buenos Aires

La última gran batalla desplegada en Europa durante la Segunda Guerra Mundial se conoce como la Batalla de Berlìn. La face final comienza el 20 de abril de 1945 con una gran ofensiva de la Unión Soviética sobre la ciudad capital del Tercer Reich. Días después, el 2 de mayo, los alemanes rinden la ciudad ante el Ejército Rojo. En el ínterin se habían suicidado Adolf Hitler y Eva Braun. También lo habían hecho Joseph Goebbles y su esposa Magdalena, conocida como "Magda, madre modelo del Tercer Reich", quien antes de suicidarse duerme y luego envenena a sus 6 hijos.

La histórica fotografía de la bandera roja con la hoz y el martillo flameando triunfante en el emblemático Reichstag, y el Desfile de la Victoria en Moscú del 24 de junio, en la que el Ejército Rojo aparece como gran vencedor con un enorme despliegue del poder militar, avisaba al mundo el nacimiento de una Unión Soviética que se plantaba como una superpotencia.

Estados Unidos necesitaba hacer lo propio. La rendición de las fuerzas alemanas ante británicos y estadounidenses en Reims el 7 de mayo y al día siguiente ante alemanes en Berlin, no le resultaba suficiente. La guerra había terminado, solo quedaba la resistencia de Japón intentando lograr una rendición más digna. Estados Unidos encontró la oportunidad para dar su aviso, y lo hizo mostrando su capacidad militar-destructiva. Así fue como el 6 de agosto, cuando ya habían transcurrido más de tres meses del suicidio de Hitler, la caída de Berlin y la rendición definitiva, el mundo se notifica del primer ataque nuclear realizado en Hiroshima y tres días después en Nagasaki. Se destruyeron dos ciudades. Había que probar dos bombas nucleares diferentes, una de uranio y la otra de plutonio.

Desde entonces no quedaron dudas, en el final de una época y en el amanecer de un nuevo orden mundial emergían dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.

Por estos tiempos también transitamos un final de época. El mundo cruje por la crisis provocada por el neoliberalismo. Las reacciones lo ponen en evidencia. Algunas sociedades se cierran señalando al extranjero y al diferente como culpable de sus males. En otras renacen nacionalismos independentistas, problemáticas que sumadas a la repetida presión ejercida por las potencias para forzar que mercados internos sean permeables a sus productos industriales, y a la inveterada voracidad por la apropiación de los recursos energéticos existentes en el mundo, llevan a una creciente tensión con enfrentamientos bélicos, no siendo ajenos los cada vez más frecuentes atentados terroristas. Al mismo tiempo, la disputa económica global posiciona a nuevos y poderosos jugadores a expensas de un retroceso de la economía norteamericana.

La incertidumbre global gana espacio. Las dudas crecen sobre el mundo que viene. Resulta difícil saber como quedará conformado el nuevo tablero del poder internacional. Resalta en la transición que las potencias no están dispuestas a retroceder ni a escatimar medios para hacer conocer sus fortalezas. Como lo hizo en Hiroshima en aquel agosto de 1945, Estados Unidos notifica todo lo que está dispuesto a hacer, y muestra su capacidad destructiva lanzando en acción bélica la "Madre de todas las bombas", la más poderosa bomba no nuclear utilizada a la fecha. La respuesta no se hizo esperar. Ya no con un poderoso desfile como en aquel junio de 1945. Con una simple fotografía Rusia muestra la tenencia del "Padre de todas las bombas", con una capacidad destructiva -según afirman- cuatro veces superior a la norteamericana.

Finalizada la Primera Gran Guerra se auguraba un largo período de paz. Un puñado de años después el mundo estaba inmerso en la Segunda Guerra Mundial, de la que han pasado siete décadas. En tanto el neoliberalismo con su lógica de acumulación continúa haciendo estragos, generando pobreza y conflictos en todos los rincones. Las grandes potencias lejos de explorar salidas diferentes, en el plano internacional se empeñan en recorrer caminos tristemente conocidos. En tanto, en el orden interno, no son pocos los gobiernos que con represión y violencia insisten en sostener un modelo y una lógica económica que genera exclusión, profundiza la crisis y agita la conflictividad social.

Lamentablemente, este final de época encuentra las mismas respuestas que en el pasado reciente condujeron a las etapas más oscuras y dolorosas de la humanidad.

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