Mark Weisbrot, CEPR
Los medios de comunicación internacional nos han bombardeado desde hace tiempo con artículos y editoriales (muchas veces difíciles de distinguir entre ellos) sobre el “colapso” de la economía venezolana. Los reportajes han estado dominados por historias sobre la escasez de alimentos y de medicinas, las colas de horas para comprar productos básicos, los salarios que han sido erosionados por la inflación de tres dígitos e incluso de disturbios por la comida.
La sabiduría convencional ofrece una serie de argumentos predecibles para explicar el “caos económico” actual: el “socialismo” fracasó — sin importar que la gran mayoría de los empleos creados durante los años de Chávez (1999–2013) fueron en el sector privado y que el tamaño del Estado ha sido mucho menor que en Francia. Se dice que el experimento completo fue un fracaso desde sus inicios. Las nacionalizaciones, las políticas antiempresariales, el gasto excesivo durante los años de altos precios de petróleo y el colapso posterior de esos precios del petróleo en 2014 fueron los que definieron el destino de Venezuela. La espiral en descenso continuará hasta que los chavistas sean expulsados del poder, a través de elecciones o de un golpe de Estado (a la mayoría de los defensores de esta línea de pensamiento no parece importarles de cual manera).
La realidad es algo más complicada. Primero, el experimento bolivariano fue bastante exitoso hasta el 2014. A partir de 2004, después de que el Gobierno de Chávez tomó el control de la industria nacional de petróleo, hasta 2014, el ingreso per capita real subió un 2% al año. Esto significó un enorme cambio con respecto al horrendo declive de largo plazo que hubo durante los veinte años previos a Chávez, cuando el Producto Interior Bruto (PIB) per capita se contraía un promedio anual del 1,2%. Durante ese mismo periodo (2004–2014), la pobreza se redujo el 49% y la pobreza extrema el 63% — y esto es solo considerando los ingresos monetarios. Se triplicó el número de personas mayores de sesenta años perceptoras de jubilación, y millones de venezolanos obtuvieron acceso a servicios de sanidad y de educación. Son las ganancias percibidas durante esta década del chavismo las que explican como el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) pudo ganar 41% de los votos en las elecciones para la Asamblea Nacional en diciembre 2015, a pesar de la importante escasez de productos de consumo, una inflación del 180% y una profunda recesión.
En cuanto a la espiral de caída económica de los últimos tres años: ¿era inevitable? Y ¿es irreversible hasta que el PSUV pierde el poder? Para dar respuesta a estos interrogantes debemos evaluar cómo llegó a esta situación Venezuela y cómo podría salir de ella.
Durante el otoño de 2012, y nuevamente en febrero de 2013, el Gobierno redujo bruscamente la disponibilidad de divisas extranjeras. Fue durante este periodo que se disparó la escasez de productos básicos, al mismo tiempo que la inflación y el precio del dólar en el mercado negro. La tasa de cambio oficial, a la cual el Gobierno vendía la gran mayoría de los dólares generados por las ventas del petróleo, estaba en 6,3 bolívares fuertes (Bs) por dólar. Pero el mercado paralelo ya existía y la escasez de dólares a tasa oficial impulsó su alza en el mercado paralelo. Y al mismo tiempo, el precio más elevado del dólar en el mercado paralelo hizo subir la inflación dado que incrementa el precio de los bienes importados.
Y al subir la inflación, más personas quieren comprar dólares, porque perciben el dólar como un activo seguro que no perderá su valor ante la inflación. Pero esto presiona el precio del dólar al alza en el mercado paralelo, lo cual incrementa aún más la inflación. Este ciclo continúa, generando una espiral “inflacionaria-depreciativa”. En octubre de 2012, la inflación estaba en un 18% y el cambio en el mercado paralelo estaba en 13 Bs por dólar. Para finales de 2015 la inflación anual alcanzó un 180% y el cambio en el mercado paralelo 833 Bs por dólar. La escasez de bienes de consumo como de otros bienes también contribuyó a alimentar esta espiral, la cual a su vez acentuó la escasez.
A finales del primer trimestre de 2014, la economía venezolana ya estaba en recesión, a pesar de que el precio internacional del petróleo se ubicaba en más de 100 dólares por barril. En enero de 2015 el precio había caído a 48 dólares por barril y siguen más o menos igual hoy en día. Esto redujo los ingresos del Gobierno en un porcentaje similar y entonces el Gobierno acudió a imprimir dinero para cubrir sus gastos. Esta creación de dinero no tenía por qué acelerar la inflación necesariamente, pero en el contexto de la espiral inflacionaria-depreciativa ciertamente lo hizo. De esa manera la inflación aumentó aún más rápidamente.
Desde finales del pasado mes de marzo, el mercado paralelo ha caído de su máximo de más de 1.211 Bs por dólar a aproximadamente 1.025 al día de hoy, tras haber subido fuertemente durante más de tres años. Al mismo tiempo, el Gobierno permitió que subiera el precio del dólar en un tercer mercado, denominado SIMADI o DICOM. Éste se establece en la actualidad en aproximadamente 640 Bs por dólar, o sea más de 60% de la tasa del mercado paralelo.
Esto, sin embargo, no significa que la economía va por el camino de la estabilización. Primero, la tasa de cambio paralelo sigue siendo 100 veces superior a la tasa oficial de 10. Segundo, uno de los elementos fundamentales que ha frenado la espiral inflacionaria-depreciativa ha sido la profundización de la recesión. Hay mucha menos gente personas con recursos para adquirir dólares, y muchos están gastando sus ahorros en dólares para cubrir sus necesidades básicas. Lo cual ha empujado el precio del dólar, en el mercado paralelo, a la baja.
Esto significa que la economía venezolana no puede recuperarse con el sistema de cambio actual. Está atascada en la recesión. Adicionalmente, el sistema de cambios múltiples, con sus grandes diferencias entre las tasas, crea un incentivo inmenso para la corrupción. Cualquier persona que tenga acceso a dólares oficiales puede multiplicar sus ingresos por 100 simplemente vendiéndolos en el mercado paralelo, al cual casi todo el mundo tiene acceso.
El sistema de cambio oficial, sin embargo, es solo una de las maneras a través de las cuales se pierden los recursos en divisas del Gobierno. Incluso después del reciente incremento del precio de la gasolina, ésta sigue costando aproximadamente 6 Bs por litro — o sea, aproximadamente un centavo del dólar — a tasa SIMADI. La electricidad y el gas también están fuertemente subsidiados. Estos subsidios le cuestan al Gobierno más del 13% de su PIB. A modo de comparación, el ingreso total del Gobierno federal de Estados Unidos procedente de los impuestos sobre la renta (individual y corporativa) en 2015 fue aproximadamente del 10,6% del PIB. Al mismo tiempo, hay controles de precios que son difíciles o imposibles de mantener en la situación económica actual. En 2015, los precios de consumo en general subieron un 180%, pero los precios de los alimentos, que están controlados, subieron un 300%. Esto es una clara demostración de que los controles de precios no están funcionando.
Millones de venezolanos obtienen sus ingresos a través de algún tipo de arbitraje: por esperar horas en colas para obtener una pequeña asignación de alimentos subsidiados y luego revenderlos; por comercializar divisas en el mercado paralelo; por vender bienes robados. Incluso una dictadura que tuviera un poder considerable de represión para atacar todas las transacciones ilegales, tendría dificultades para mantener una economía que funcione bien con esta magnitud de distorsión en los precios. Pero Venezuela no es una dictadura; de hecho el Estado es muy débil en cuanto a la limitación de sus cuerpos policiales
Tomando en cuenta esta situación, está claro que son necesarias serias reformas para volver a activar la economía. La Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) congregó a un grupo de economistas, coordinados por el ex presidente de la República Dominicana Leonel Fernández, que presentó una serie de propuestas (revelación completa: yo soy uno de los miembros de este grupo).
La reforma necesaria más evidente es la unificación del sistema de múltiples tasas cambiarias. Esto se debe hacer muy rápidamente, de una sola vez. El Gobierno puede subastar una cantidad fija de dólares cada día, permitiendo que su precio sea establecido por la oferta y la demanda. Aunque esto pueda sonar preocupante a muchas personas, el precio del dólar sin duda se establecería considerablemente por debajo de la tasa del mercado paralelo actual de aproximadamente 1.000. Una tasa flotante es también la única manera de evitar el despilfarro de las escasas reservas de divisas por intentar mantener (en vano) una tasa fija sobreevaluada.
Tomando en cuenta que las devaluaciones generalmente provocan un incremento de los precios, sería necesario proteger a la gente de cualquier subida de precios de productos básicos, incluyendo los alimentos. Esto se podría lograr a través de la masificación del sistema gubernamental actual de “Tarjetas de Misiones Socialistas”, el cual podría ofrecer descuentos importantes que compensen cualquier aumento de precios. Este sistema tendría que activarse antes de la unificación de las tasas de cambio.
Los subsidios a la energía podrían luego ser eliminados gradualmente en el transcurso de los 18 meses siguientes. Para que sea aceptable económica y políticamente, la recaudación adicional del Estado por el incremento de los precios de la energía debería ser depositada en las tarjetas. Esto constituiría una ganancia neta para la gran mayoría de los venezolanos. Algunos controles de precios, incluyendo los que no permiten que los productores cubran sus gastos, serían eliminados.
Otras medidas para proteger la calidad de vida de las personas sería indexar los sueldos a la inflación y crear un programa temporal de obras públicas para generar empleo. Estas se podrían financiar con un impuesto sobre el lujo, parecido al que existe en Colombia, y un impuesto sobre las transacciones financieras.
El Gobierno puede vender parte de sus activos internacionales para ayudar a financiar esta transición. Al mismo tiempo deberá reestructurar su deuda para reducir los 17.000 millones de dólares que le corresponde pagar en el transcurso de los próximos dieciocho meses (intereses y principal).
Todo esto se puede hacer, incluso con los precios actuales del petróleo, porque Venezuela ya ajustó su nivel de importaciones a la caída de los precios del petróleo, que proveen más del 90% de los ingresos en divisas del país. Esto ha sido un ajuste enorme; las importaciones cayeron en más del 50% desde 2012. A modo comparativo, Grecia redujo sus importaciones en un 28% después de más de seis años de depresión.
Esto significa que la parte difícil del ajuste — que le exige a la gente que rebaje su estándar de vida para poder reducir fuertemente las importaciones — ya se ejecutó. Ahora hay que ajustar los precios relativos para lograr la recuperación. El resultado es que Venezuela podría volver bastante rápidamente al crecimiento económico sin necesidad de pasar por la recesión prolongada que crea normalmente un ajuste neoliberal.
Una parte de la izquierda, incluyendo a miembros del Gobierno y de la base del partido del Gobierno, el PSUV, rechazan estas reformas económicas. Estiman que se trata de un “paquetazo”, parecido al del FMI u otras reformas neoliberales que en el pasado han incrementado la pobreza. Estiman que mantener una tasa de cambio fija es “socialista” y que una tasa de cambio flotante es una reforma de “libre mercado”. Pero en realidad, el mercado negro es uno de los mercados más destructivos que existen; es el “capitalismo salvaje” que Hugo Chávez denunciaba. (El mismo Chávez permitió que la moneda venezolana flotase en febrero 2002, y las reservas de divisas subieron a pesar de la fuerte inestabilidad política de la época). Y recordemos el apoyo del FMI a tipos de cambio fijos y sobreevaluados con resultados desastrosos en Argentina, Brasil, Rusia y varios países asiáticos en los últimos años del siglo XX.
No hay nada de neoliberal en un programa de Gobierno que genera empleo, protege los sueldos de la inflación (algo que no ha sucedido desde que la inflación comenzó a dispararse hace casi cuatro años), ofrece subsidios a gran escala para los alimentos y productos básicos y protege a la población de la carga asociada generalmente al ajuste de los precios relativos.
Aún así existen personas en la izquierda que piensan que Venezuela se puede recuperar sin arreglar sus desequilibrios más fundamentales y destructivos. El 1 de septiembre, Alfredo Serano, un asesor del Gobierno, publicó un artículo con ocho “tesis económicas” sobre Venezuela. En 2700 palabras, no se menciona ni una sola vez el sistema de cambio disfuncional de Venezuela.
Al mismo tiempo, el Gobierno de EEUU — que lleva 15 años promoviendo un “cambio de régimen” en Venezuela — busca desestabilizar aún más la economía. En marzo de 2016, el presidente Obama declaró nuevamente que Venezuela presentaba una “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional” de Estados Unidos e impuso sanciones económicas. Las sanciones en sí no son importantes económicamente, pero sí envían un mensaje a los inversionistas que saben lo que le pasa a los países que son etiquetados como amenazas a Estados Unidos. La administración de Obama también ha presionado a las instituciones financieras estadounidenses a no hacer negocios con Venezuela.
Los medios de comunicación internacionales y sus fuentes habituales también están jugando su papel de siempre, y algunos reportes ampliamente difundidos resultaron ser falsos. En 2015, se difundieron informes que reportaban que la tasa de pobreza se había incrementado en un 76%, cuando esto era prácticamente imposible. El FMI, que tiene una larga historia de generar pronósticos influenciados políticamente, predijo que el PIB se contraería en un 10% el año pasado, cuando en realidad fue solo de un 5,7%. Los medios de comunicación han reportado que las proyecciones de inflación del FMI estarán en el orden del 720% este año, aunque es probable que estas estén lejos de esa cifra. El hecho de que los periodistas sientan la necesidad de exagerar la situación, incluso en medio de la peor crisis económica a la que Venezuela se ha enfrentado en décadas, es una indicio más de la hostilidad de los medios de comunicación hacia el país. No obstante, incluso durante gran parte del crecimiento económico entre 2003 y 2008, cuando el empleo estaba aumentando rápidamente y la pobreza se estaba desplomando, era difícil encontrar alguna publicación positiva sobre Venezuela en los principales medios de comunicación.
Debe quedar claro, sin embargo, que la economía venezolana no se recuperará, incluso si los precios del petróleo llegasen a subir rápidamente, sin importantes reformas para resolver los más graves desequilibrios económicos.
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