Alejandro Nadal, La Jornada
Hace un año el gobierno de Alexis Tsipras a través de su ministro de finanzas, Yannis Varoufakis, presentó a las organizaciones de la troika (Banco Central Europeo, Comisión de la UE en Bruselas y el Fondo Monetario Internacional) un paquete de política económica para la economía griega. Lo más importante del conjunto de propuestas era el plan para restructurar la deuda griega. El documento buscaba salir del círculo vicioso de extender nuevos créditos a Grecia para sobrellevar la crisis y pretender que en el futuro cercano el endeudamiento iría reduciéndose.
La propuesta de Varoufakis contemplaba la generación de un superávit primario que pasaría de 0.8 por ciento del PIB en 2015 a 2 por ciento a partir de 2018 para estabilizarse durante la siguiente década. El superávit primario es lo que queda cuando a los ingresos del estado le restamos los rubros del presupuesto programable (antes del servicio de la deuda). No es otra cosa que la métrica del abandono de los rubros necesarios para el desarrollo social y económico.
La tasa de crecimiento que proyectaba la propuesta del gobierno de Tsipras era modesta para los primeros años y después se estabilizaría alrededor de 3 por ciento en promedio durante la siguiente década. Esta combinación de medidas permitiría reducir la proporción de la deuda con respecto al PIB para llevarla de 180 por ciento en 2015 a 127 por ciento del PIB para 2025. Los pagos por servicio de la deuda se irían reduciendo del 18 por ciento del PIB a niveles mucho más manejables.
Pero la troika propuso un plan distinto: nuevo rescate pero acompañado de nuevas y más fuertes medidas de austeridad fiscal. El gobierno de Tsipras sometió el nuevo plan a un referéndum general. El resultado del histórico ejercicio democrático del 5 de julio fue clarísimo: 62 por ciento de la población se manifestó en contra del plan propuesto por la troika.
Pero las urnas para el referéndum no fueron los únicos lugares en los que la gente podía manifestarse. Al mismo tiempo que la población rechazaba el plan de austeridad acudía ansiosa ante los bancos y los cajeros automáticos para retirar lo que quedaba de sus cuentas.
La troika decidió castigar a Grecia: el BCE restringió sus líneas de crédito de emergencia (para los bancos) y la Comisión en Bruselas exigió todavía más reformas y más austeridad. Por su parte, el FMI jugaba un doble juego. En efecto, mientras la retórica de la señora Lagarde hacía alusiones a la inefectividad de las medidas de austeridad y al hecho de que la deuda era insostenible, el FMI siguió (y ha seguido) insistiendo en las privatizaciones y demás reformas estructurales. Al día siguiente del referéndum Varoufakis renunció y apenas cuatro días después Tsipras dio a conocer un paquete de medidas que esencialmente recogía las condiciones de la troika. La capitulación del gobierno de Syriza frente a los poderes de la troika fue total.
¿Cómo se ha desempeñado la economía de Grecia desde que Tsipras decidió acatar el diktat de la troika? Las medidas de austeridad impuestas por la troika no han permitido crecer y tampoco han conducido a una reducción de la carga de la deuda. El PIB griego sufrió una contracción de 1.2 por ciento en el primer trimestre de este año (con respecto al primer trimestre del año anterior) y Grecia acumula ya tres trimestres consecutivos de sufrir una contracción económica.
Es decir, las cosas siguen empeorando. Los pronósticos del propio FMI indican que la deuda permanecerá en el rango de 180 por ciento del PIB hasta 2020 y que a partir de ese año volverá a crecer hasta llegar a 250 por ciento del PIB en 2055. Los requerimientos financieros del sector público para hacer frente a esta masa de endeudamiento ascenderían a cerca de 70 por ciento del PIB. Esta es una cifra escandalosa: la economía griega estaría destinando más de dos tercera partes del producto para pagar deudas.
Estas son las razones por las cuales el FMI considera que la deuda en Grecia no es sustentable y por las cuales se necesita un programa de restructuración de la deuda que sea más realista. Sin embargo, y aquí está el meollo de la cuestión, el FMI sostiene que Grecia debe mantener las metas de superávit primario de 3.5 por ciento anual. De este modo, la propuesta del Fondo significa ahogar a la economía griega al mismo tiempo que habla un lenguaje en apariencia más realista sobre la deuda. Es un doble juego absurdo en sus negociaciones para decidir si forma parte del tercer paquete de rescate o se mantiene al margen. Pero ese paquete es otro capítulo más de esa política del avestruz que consiste en extender el martirio de la economía griega y pretender que algún día vendrá la solución.
La tragedia en Grecia se va a volver a repetir. Los vencimientos que enfrenta Grecia para los próximos meses y la insolvencia de facto que ya existe son la prueba fehaciente de que el camino impuesto por la troika y el FMI conduce a una espiral deflacionaria y a una crisis más prolongada en la que el pueblo griego perderá todo.
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