Bradford DeLong, Project Syndicate
En los últimos 25 años ha habido un acalorado debate entre los economistas más destacados del mundo sobre si la naturaleza del ciclo económico sufrió un cambio fundamental tras el fin de los “gloriosos 30 años” siguientes a la Segunda Guerra Mundial, en que la economía se caracterizó por un rápido crecimiento, pleno empleo y una cierta tendencia hacia una inflación moderada. Se han planteado tres visiones distintas al respecto.
El primero en exponer su punto de vista fue Larry Summers en 1991 con su influyente artículo titulado “¿Cómo se debería determinar la política monetaria de largo plazo?”. En él, manifiesta no estar convencido de que haya cambiado la realidad económica subyacente, por lo que plantearía un enfoque más bien técnico: un intento de llamada de atención para evitar que se repitan las perturbaciones inflacionarias ocurridas en los años 70 y que marcaron el fin de los años de gloria. Su recomendación era fortalecer la independencia tecnocrática de los bancos centrales. Los políticos tendrían a su cargo la tarea de fijar objetivos, pero evitando gestionar los detalles de la economía ni imponer reglas estrictas cuyo fracaso sería inevitable ante circunstancias inesperadas. Summers argumentaba que los tecnócratas estaban en una posición mucho mejor para llevar adelante las políticas, apuntando a un 2 a 3% de inflación anual.
El debate continuó con el artículo publicado por Paul Krugman en 1998, “Ha vuelto: la crisis japonesa y el regreso de la trampa de liquidez” y su libro “El retorno de la economía de la depresión”, editado al año siguiente. Krugman planteó que los bancos centrales ya habían logrado fijar las expectativas inflacionarias en niveles bajos, pero sin haber podido reactivar una economía que, en Europa y Estados Unidos, había vuelto al patrón de “economía de la depresión” anterior a la Segunda Guerra Mundial. Sus rasgos predominantes eran la escasez de demanda agregada, riesgos deflacionarios, crisis financieras y trampas de liquidez.
Entonces Ken Rogoff entró al ruedo con un comentario sobre el artículo de Krugman. Desde su punto de vista, lo que Krugman describía como un retorno de largo plazo a la “economía de la depresión” era una situación temporal producida por deficiencias en la capacidad de regular y limitar adecuadamente la acumulación de deuda. Este fenómeno, que identificó como la causa de las turbulencias económicas, acaba inevitablemente en catástrofe, y el único modo de evitar esto sería un doloroso desapalancamiento y quitas de deuda heterodoxas que los gobiernos habrían de aplicar.
Otros destacados economistas, como Joseph Stiglitz, Ben Bernanke y Martin Feldstein, han contribuido al debate, pero en su mayoría no han definido sus posturas claramente, manteniéndose más bien en una superposición “schroedingeriana”: algunas veces escribiendo como si creyesen que los años gloriosos de posguerra no hubieran acabado y otras veces argumentando opiniones que recuerdan a las de Krugman, Summers o Rogoff.
Hoy se ha llegado a un cierto grado de consenso. No tiene mucho sentido cuestionarse si han llegado a su fin o no esos días de gloria. En la actualidad son inútiles los modelos y enfoques desarrollados para entender el ciclo económico de posguerra y su tendencia hacia una inflación moderada. Los desacuerdos entre los economistas reflejan no tanto el estado de la economía sino la interrogante de si las políticas macroeconómicas pueden ofrecer remedios eficaces.
Summers ha abandonado más o menos su creencia de los bancos centrales pueden e incluso deben evitar el regreso de la economía de la depresión. Puede que, allá por 1991, los bancos centrales hubieran sido capaces de encarnar el ideal tecnocrático de gestión de los ciclos macroeconómicos que él esperaba, pero no lograron hacerlo. Y pocos banqueros centrales parecen tener buenas ideas sobre los cambios institucionales que podrían fortalecer su capacidad de lograr esa misión.
Desde el punto de vista de Summers, que comparto, los gobiernos tienen que asumir mayores responsabilidades en la toma de riesgos, la planificación de largo plazo y la inversión. De hecho, los gobiernos que tienen la suerte de emitir en las monedas de reserva mundiales pueden asumir este papel sin sobrecargar a los futuros contribuyentes con niveles de deuda excesivos.
Sin embargo, aunque Summers y Krugman crean ahora que las políticas fiscales más expansivas pueden hacer un gran bien, Rogoff sigue adhiriendo a la posición minskyniana que ha caracterizado su pensamiento desde por lo menos 1998: para alcanzar un buen desempeño macroeconómico es necesario regular las finanzas y limitar la acumulación de deuda en tiempos de auge. Resulta peligroso intentar remediar un exceso de deuda privada emitiendo grandes cantidades de deuda estatal “segura”. Después de todo, la deuda privada también se consideraba segura cuando se emitió.
Sean cuales sean las políticas (micro o macro) que acaben por funcionar mejor para abordar los problemas económicos actuales, hay algo que se ha vuelto muy claro: el optimismo ha dejado de estar en boga.
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