Alejandro Nadal, La Jornada
La Unión Europea está hoy más desunida que nunca. La crisis sigue su rumbo, agravada por la obsesión de la austeridad fiscal. La desigualdad y el resentimiento destruyen los cimientos de la unión. La desafortunada situación económica ha puesto de relieve una pregunta fundamental: ¿qué aporta la Unión Europea a los valores fundamentales de la izquierda democrática en el continente europeo? ¿Ha contribuido a fortalecer los principios de la democracia republicana con un compromiso social o es una máquina para destruir esos valores?
Todas las medidas avaladas por el Consejo, la Comisión europea y el Banco central europeo desde que estalló la crisis han estado comprometidas ante todo con el modelo neoliberal, los bancos y el sistema financiero. Los habitantes de Europa vienen muy atrás en la lista de prioridades. La pregunta es si los privilegios otorgados a las grandes corporaciones y al sistema financiero es lo que define a la Unión Europea, o si es la democracia republicana y sus valores sociales.
La verdad es que la integración europea no ha sido moldeada por la participación ciudadana. El órgano más importante de la Unión Europea es el Consejo y ese órgano es una organización intergubernamental. La influencia de la ciudadanía europea sobre el Consejo está mediada por los resultados de las elecciones nacionales. En el mejor de los casos es de índole indirecta. Es cierto que se han presentado a referendo algunas iniciativas importantes. Pero los detalles han estado moldeados en las instancias tecnocráticas en las que las prioridades han sido las de los grandes grupos corporativos. Esta captura ideológica ha transmitido a la integración europea las prioridades estratégicas de una derecha subordinada al capital financiero.
El Parlamento europeo podría ser el único contrapeso en esta estructura. Pero, a pesar de que ese órgano legislativo y de supervisión ha ido ganando terreno, sigue estando sometido al derecho de veto que el Consejo tiene sobre sus decisiones. En síntesis, no existe en la actualidad un organismo que permita orientar el proceso de integración en función de las prioridades de los ciudadanos de Europa.
Para ello será necesario politizar el debate sobre la respuesta a la crisis. El colapso económico en Europa es engendro del neoliberalismo. La recuperación no puede estar basada en el salvamento del modelo que originó la crisis.
Se insiste hoy en Europa en que la recuperación ya comenzó y se irá fortaleciendo gradualmente. Se dice que la estrategia de corto plazo (es decir, la austeridad) está comenzando a dar frutos. ¿Es cierto?
La volatilidad en los mercados financieros y los diferenciales de tasas de interés sobre deuda soberana en Europa han disminuido sensiblemente. Y eso se debe a la estrategia del Banco central europeo (BCE) desde que Mario Draghi anunció en 2012 que el banco haría todo lo necesario para asegurar la supervivencia del euro. Solo que esa estrategia está basada en la promesa de realizar compras masivas de deuda soberana en los mercados secundarios y no es creíble en el largo plazo y tiene dos defectos importantes. Primero, sólo trabaja alrededor de los síntomas, no de la enfermedad. Si genera algo de estabilidad financiera, eso no se acompaña de crecimiento y bienestar. Es más, cualquier intervención del BCE debe estar acompañada de fuertes medidas de condicionalidad (bajo la supervisión de la troika) que actuarán como un freno sobre el crecimiento. Segundo, existen varias amenazas de choques externos que podrían hacer retornar la volatilidad en los mercados financieros europeos (por ejemplo, si la Reserva federal modifica su postura de política monetaria fácil y eleva el tipo de interés se podría generar una sacudida mayor).
Las señales sobre una pretendida ‘recuperación’ no se reducen a los indicadores sobre diferenciales de tasas de interés. En casi todos los rubros, el desempeño de las economías europeas es decepcionante. No es de sorprenderse: el efecto de la política de austeridad afecta en primer lugar tasas de crecimiento y genera desempleo, y la contracción económica golpea los ingresos fiscales y agrava el déficit público.
Además, los niveles de endeudamiento han seguido aumentando: en la eurozona la deuda pública con respecto al PIB pasó de 62 a 85 por ciento entre 2008 y 2012. Los pronósticos independientes sobre crecimiento del PIB en la eurozona no llevan buenas noticias: el crecimiento en 2014 y 2015 sería un raquítico 1.0 y 1.5 por ciento respectivamente. Finalmente, la desigualdad en Europa se ha convertido en uno de los problemas que marcarán el futuro de Europa.
El neoliberalismo construyó un castillo de naipes sobre los huesos y las vidas de la clase trabajadora en Europa. Las autoridades del proyecto neoliberal en Europa mantienen firme la subordinación a ese paradigma. Las elecciones del Parlamento europeo serán decisivas para empezar a cambiar este estado de cosas: ojalá permitan politizar el debate sobre la salida de la crisis y sus implicaciones para la integración europea.
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