Sejo Vieira, Le Grand Soir
Por culpa de las políticas impuestas por la Unión Europea a sus miembros Europa se está convirtiendo en un barco en peligro de naufragio y, por desgracia, su naufragio es inevitable. A diferencia de las economías asiáticas que se industrializaron e innovaron a un ritmo más que sorprendente, Europa se estanca y recula. Europa es la gran perdedora en este siglo de promesas asombrosas.
Los nuevos países industriales (NPI) poseen hoy el 80% de las reservas planetarias de activos líquidos. En 2010 sus exportaciones ascendieron por encima del 50% del PIB mundial, frente al 30% hace veinte años. Sin lugar a dudas China es hoy la primera economía mundial y su influencia se extenderá a todos los continentes antes de que acabe el decenio.
Las consecuencias de las deslocalizaciones están a la vista de todos los análisis: la mayoría de los países desarrollados pasaron por un terrible proceso de desindustrialización que se tradujo en una caída generalizada del empleo.
La desindustrialización del espacio europeo no se siente de la misma manera en todos los países europeos pero el final de las grandes industrias europeas es un hecho indiscutible.
La parada del crecimiento en la economías de Europa, con excepción de Alemania, es la consecuencia de las políticas de los gobernantes europeos y de los tecnóctatas de Bruselas.
Todo empezó en la década de 1990, después de la caída del Muro de Berlín. La mano de obra de las antiguas repúblicas soviéticas hizo irrupción en el escenario de la economía global al penetrar en el espacio europeo. Los trabajadores de este, cualificados, baratos y sin derechos, se convirtieron muy rápidamente en los favoritos en la carrera por los puestos de trabajo. Para recortar los costes salariales y pensando únicamente en los beneficios, las empresas occidentales empezaron a deslocalizarse hacia la Europa de Este o a importar a su mano de obra. Pero muy rápido China y las nuevas economías asiáticas sustituyeron a las antiguas repúblicas soviéticas y se convirtieron en el nuevo El Dorado del capital rapaz.
Prácticamente todos los grandes grupos transnacionales instalaron ahí sus unidades de producción. Toda la producción mundial de bienes esenciales para la supervivencia de las naciones avanzadas se fabrica actualmente en Oriente.
La falta de una legislación internacional del trabajo que garantice a los trabajadores en todas partes del mundo un mismo salario mínimo y unos derechos laborales estimuló la explotación de las poblaciones asiáticas y precipitó para siempre al paro y a la pobreza a la mano de obra de Europa, de Estados Unidos y de muchos países occidentales.
Después de Grecia, España, Italia y Portugal, Gran Bretaña se sume también en la recesión. Su gobierno fiel a la doctrina neoliberal adoptó una política presupuestaria restrictiva. Resultado: desde el final de la Segunda Guerra Mundial nunca había habido un descenso semejante de las actividades productivas. Con los estragos causados por la austeridad volvieron los tiempos del martirio de los niños en la patria de Dickens: gracias a un estudio publicado por The Guardian tras una encuesta sobre las condiciones de vida de los pequeños colegiales se da a conocer que 600 maestros de las escuelas primarias llevan cada mañana comida destinada a los niños que llegan a clase con el estómago vacío; sus padres, parados o trabajadores precarios, ya no reciben ayudas sociales.
En cambio, la fortuna de las mil personas más ricas de Reino Unido aumentó un 4,7 % el año pasado y el país cuenta actualmente con 77 multimillonarios.
En Francia el paro alcanza a más de tres millones y medio de personas. En 2008 había una población de 7,8 millones de pobres. Hoy más de 12 millones de personas, que habitan sobre todo en las grandes ciudades, padecen pobreza, “privaciones materiales graves” o una “intensidad muy débil de trabajo”. En las regiones rurales, tan afectadas como el medio urbano, se observa un aumento constante del paro en la industria y la agricultura. En algunas regiones del centro y del sur las cifras del paro ascienden al 20%. EL ONPES (Observatorio Nacional de la Pobreza y de la Exclusión Social) llama la atención sobre el hecho de que los segmentos de la población pobre más vulnerables son las familias monoparentales (aproximadamente un 30%), los jóvenes (22,5%) y las personas mayores. Tener un empleo hoy en Francia ya no es una condición suficiente para librarse de la pobreza.
El aumento de la pobreza que empezó hacia finales de la década de 1990 con el aumento generalizado de las desigualdades de ingresos se acentuó con la crisis de 2008. Actualmente el abismo que separa las fortunas de los más ricos del conjunto de la población llega a unas proporciones indignantes.
Según la última edición de la clasificación de los 500 franceses más ricos publicada cada año por Challenges, la totalidad de la fortuna de las 500 personas más ricas aumentó un 25 % en un año. Los multimillonarios franceses poseen en este año 2013 el 10% del patrimonio total de los hogares. Su fortuna global se ha cuadruplicado en diez años. El patrimonio financiero de los franceses se evalúa en 3.400.000 millones de euros. Los 330.000 millones de euros en los bolsillos de los más ricos de Francia equivalen al 16% del PIB nacional.
Alemania parece haber logrado retirarse a tiempo. Se ha convertido en la locomotora económica de Europa en el contexto de las reglas impuestas por la Comisión Europea. Sin embargo, su “fórmula” es un auténtico atentado contra los derechos de los trabajadores alemanes.
A costa de duras reformas estructurales (las famosas “Leyes Hartz” impuestas ya en tiempos de Gerhard Schröder, el anterior canciller) la economía alemana se volvió superexportadora de productos manufacturados y se dotó de un excelente excedente comercial. Desgraciadamente, estos aumentos de crecimiento ocultan la dura realidad que vive el mundo del trabajo ya que si existe un milagro, este solo beneficia a los grandes grupos alemanes y a las clases de la alta sociedad. Este crecimiento “milagroso” se ganó a costa de inmensos sacrificios consentidos por los trabajadores: no existe un salario mínimo nacional, descenso radical de las subvenciones a los parados de larga duración, creación de miniempleos cuya remuneración se limita a 400 euros al mes y puede descender hasta el irrisorio precio de ¡un euro por hora!
¡El crecimiento y la prosperidad alemanas solo benefician a los ricos! Los patrones y los ejecutivos de las grandes empresas que en 1987 ganaban de media 14 veces más que sus empleados de la base, ahora ganan 44 veces más.
“Estadísticamente” el paro está en regresión. Pero el aumento de puestos de trabajo concierne al trabajo a tiempo parcial, una ingeniosa argucia que prácticamente dispensa a los patronos de pagar las cargas sociales. Así, a diferencia de Francia que creó dos millones de empleos a tiempo completo y muy pocos a tiempo parcial, Alemania creó dos millones de empleos a tiempo parcial y muy pocos a tiempo completo. Mientras que en diez años el salario mensual ha aumentado en Francia un 11 %, en Alemania ha descendido, en valor nominal, un 7,5%, lo que significa un fuerte descenso de la capacidad adquisitiva de las clases medias.
No olvidemos que un 25% de sus asalariados trabajan a tiempo parcial, de los cuales 7 millones cobran unos salarios muy bajos, un 20% cobra salarios inferiores al salario mínimo interprofesional francés y un 40% tiene un salario neto inferior a mil euros.
En relación a Francia donde entre 2005 y 2010 hubo un 8% más de pobres, durante el mismo periodo en Alemania aumentaron un 50%.
“La política de deflación salarial llevada a cabo en Alemania provocó un aumento de las desigualdades de ingresos a una velocidad nunca vista, ni siquiera durante el shock de después de la unificación” (Informe de la OIT, 24/01/2012).
El modelo alemán, que nuestros analistas neoliberales ponen por las nubes, no es exportable al resto de Europa. Los ideales de libertad y solidaridad se asentaron definitivamente en el corazón y en el espíritu de la mayoría de los ciudadanos europeos.
A lo largo de las tres últimas décadas los capitalistas alemanes supieron estructurar su fortaleza económica rodeándose de naciones periféricas comercialmente dependientes y fácilmente explotables. Alemania acabará por pagar el precio de su guerra económica contra Europa llevada a cabo por su egoísmo y voluntad de hegemonía. Matando su gallina de los huevos de oro (los países de la Europa moribunda, sus principales clientes a los que va un 60% de las exportaciones) se ganará la enemistad de los mercados que la enriquecen y también acabará por conocer el gusto amargo del decrecimiento.
Angela Merkel, gran sacerdotisa de la austeridad, logra aniquilar toda esperanza en el corazón de millones de sus trabajadores. La dura realidad vivida por el pueblo alemán no cesará mientras este conserve sus viejos reflejos de autoinmolación respecto a sus dirigentes.
En Europa ya no habrá trabajo. La competencia asiática propulsada por el trabajo pagado miserablemente habrá vencido a la mano de obra europea. Nuestra producción industrial se irá a Oriente y privará definitivamente a nuestras poblaciones de su fuente de ingresos, ¡el trabajo!
Desde 2008 más de 30 millones de nuevos parados se inscriben en las oficinas del paro. Más del 35% de los jóvenes que han entrado en el mercado laboral son actualmente víctimas del paro. Desde la Segunda Guerra Mundial esta generación es la primera que se considera perdida y las que siguen también lo serán. Millones de personas sobreviven en Europa con las ayudas del Estado. Un tercio de las personas que todavía trabajan entraría en el círculo de la pobreza si sus ingresos dependieran únicamente de su salario. Muchos de los nuevos pobres son trabajadores cuyo salario extremadamente bajo no les permite pagar un alojamiento ni procurarse los bienes y servicios de primera necesidad.
En 2012 un informe de la Organización Mundial del Trabajo analizaba la dramática situación del empleo en el mundo: 200 millones de nuevos parados, seis millones más que en 2011, una gran parte de los cuales pertenecían a la Europa en crisis.
El colapso de Occidente demuestra claramente la importancia de la industrialización en la creación de empleo. Privadas de sus herramientas de trabajo y, por consiguiente, de la única manera de acceder a un mínimo de prosperidad, las poblaciones occidentales fueron sacrificadas a los imperativos de la globalización: el control total de las fuerzas de trabajo bajando al mínimo su coste y alargando los horarios, supresión de las leyes protectoras de lo trabajadores. En una palabra: esclavitud.
Todas las naciones de Europa se sumirán en la quiebra económica, preludio de un cataclismo social mucho más trágico que la Gran Depresión de 1929.
¿Se puede creer todavía que no existe un ingenioso plan concebido para echar por tierra la vieja Europa de las libertades y de la solidaridad? La crisis de la deuda soberana, hábilmente utilizada por el FMI, trazó las tres etapas que llevarán a nuestras poblaciones de rechazados hasta el infierno de la tercermundialización: ¡empobrecimiento, marginación y guetización!
Y, sin embargo, Europa constituye desde hace décadas una extraordinaria red económica, un frente de sectores de gran valor internacional que engloba un mercado de más de 500 millones de habitantes, 20 millones de empresas y más de 200 millones de trabajadores cualificados. Europa debe reafirmar el talento y los conocimientos de sus pueblos. Cultura, arte, ciencia, tecnologías de clase internacional, poblaciones con unas tradiciones y costumbres milenarias: un mundo entre los otros mundos, una plataforma determinante para el futuro de la humanidad.
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