Alejandro Nadal, La Jornada
En 1964 Nelson Mandela fue capturado, juzgado y condenado a cadena perpetua. El golpe dio la impresión de que el movimiento antiapartheid había sido aplastado definitivamente. Parecía que las fuerzas de seguridad del régimen racista en Sudáfrica podrían hacer frente a cualquier nuevo intento de rebelión. Los inversionistas del Reino Unido, Francia y Estados Unidos incrementaron su presencia en Sudáfrica.
Las cosas cambiaron en los años setenta. La resistencia antiapartheid recibió un nuevo impulso con el retiro de Portugal de Angola y Mozambique. Las fuerzas armadas de Sudáfrica y de Zaire (apoyadas por Estados Unidos) trataron de evitar que el izquierdista MPLA tomara el poder en Angola. Sólo la intervención de Cuba evitó la caída de Luanda en manos de los agentes de Estados Unidos y del régimen racista en Pretoria.
En lo interno, la desobediencia fue ganando terreno. En 1976 el régimen racista aprobó una ley prohibiendo toda enseñanza que no fuera en inglés y en afrikaans. En Soweto la protesta fue ahogada en sangre, pero su ejemplo condujo a mayores movilizaciones, sabotajes y huelgas. Para principios de la década de los ochenta era evidente que el costo de manejo de los bantustán era ya una carga insoportable. Dotados de una cierta autonomía, los bantustán concentraron a la población negra y funcionaron como centros de reproducción de la fuerza de trabajo, pero la necesidad de mantener altos niveles de vigilancia y control de la población les convirtieron en un estorbo para el desarrollo del capitalismo en Sudáfrica. El sistema de pasaportes internos para la población de color se transformó en una hipoteca insoportable.
Hasta la década de los sesenta la agricultura y la explotación minera en Sudáfrica necesitaron de una fuerte dotación de mano de obra barata y poco calificada. Pero hacia finales de los años 1970 el impulso a la industria manufacturera fue imponiendo la necesidad de contar con una mano de obra más calificada y un mercado doméstico en expansión. El choque con la política de segregación en los bantustán no podía ser más evidente.
El apartheid comenzó a agotar su capacidad de soportar un proceso de acumulación de capital basado en segregación racial. La gran contradicción es que la hiperexplotación basada en el apartheid comenzó a limitar de manera decisiva la expansión del capitalismo sudafricano. La minoría blanca comprendió las señales: era el principio del fin para el apartheid.
Entre 1989 y 1993 una complejo proceso de negociaciones abrió la puerta a la transición pacífica a un gobierno de las mayorías. En 1990 el CNA fue legalizado y Nelson Mandela liberado después de 27 años de cautiverio. Las primeras elecciones democráticas en Sudáfrica en 1993 resultaron en la victoria de Mandela.
Pero algo fundamental permaneció inalterado en Sudáfrica: la injusta distribución de la propiedad entre la minoría blanca y la mayoría negra. La tierra, las minas, las industrias y el control del sistema bancario y financiero, prácticamente todo quedó en posesión de la minoría blanca (hoy el 87 por ciento de la tierra en Sudáfrica está en manos de blancos). Los beneficiarios de décadas de apartheid conservaron sus activos. El segregación político-electoral desapareció, pero el apartheid económico permaneció intacto. Quizás el éxito de la minoría racista en Pretoria fue lograr separar la rebelión en contra del apartheid de la oposición al capitalismo rapaz.
En el interior del CNA las posiciones se polarizaron mientras avanzaban las negociaciones. Chris Hani, el carismático líder del brazo armado del CNA anunciaba una postura más radical en relación a la distribución de la riqueza. Sus discursos fueron alarmando a las potencias occidentales, como queda claro en un cable de la embajada estadounidense en Pretoria y divulgado en abril en el portal de Wikileaks. El contraste con las posiciones entreguistas de Thabo Mbeki no podía ser más claro. Ambos políticos estaban en la recta final para disputarse la herencia de Mandela y el ascenso al poder. Pero Chris Hani fue asesinado el 10 de abril y nunca se sabrá cómo habría sido su influencia sobre Sudáfrica de haber sobrevivido. A la fecha el motivo de su eliminación física es objeto de especulación.
En 1999 Mbeki accede a la presidencia de Sudáfrica y bajo su administración no sólo se afianza el régimen de injusta distribución, sino que se consolida el neoliberalismo (en parte con su absurda Nueva alianza para el desarrollo de África). Sus errores en materia de salud pública significaron la muerte de cientos de miles en la epidemia del VIH/Sida. Y por si fuera poco, bajo su mandato se fomentó el mito de los BRICs, una agrupación de cinco ‘países emergentes capaces de transformar la estructura económica mundial’. En realidad, los BRICs constituyen hoy un nuevo vehículo de penetración y saqueo de la base de recursos naturales de África. Con los BRICS estamos de regreso a la Conferencia de Berlín de 1885, cuando las potencias europeas se dividieron el continente para poder explotarlo mejor.
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