Alejandro Nadal, La Jornada
Las manifestaciones en Brasil han desatado un debate de gran actualidad. Las posiciones se han polarizado y la derecha continental utiliza las manifestaciones para anunciar el fracaso del modelo populista brasileño. El desplome en los niveles de popularidad de Dilma Rouseff ha avivado las esperanzas de la derecha para recuperar la presidencia en 2014. El primer impulso de la izquierda consiste en señalar los logros económicos del programa del Partido de los Trabajadores desde la victoria de Lula en 2002.
La maniobra política de la derecha pasa por capitalizar la idea del fracaso del modelo económico del PT. Los términos del debate son los que le convienen a la derecha. Su ofensiva se basa en la falsificación: se presenta como populista o de izquierda utópica una estrategia de política económica que en el fondo conservó los elementos medulares del neoliberalismo y solamente añadió una política social reforzada. La falsificación en estos términos tiene una enorme desventaja para el PT y sus amigos. El PT tuvo que soportar largos años de gestión del modelo neoliberal y ahora que explotan las contradicciones, tiene que cargar con el descrédito de la crisis.
Cuando Lula asume el poder político, la estrategia del PT aceptó la arquitectura del neoliberalismo: apertura financiera y una férrea disciplina fiscal para generar un enorme superávit primario (para pagar las pesadas cargas financieras). Eran los años siguientes al desplome del neoliberalismo promovido por Cardoso y sus aliados en el FMI y en Estados Unidos. Lula aceptó la pretendida autonomía del banco central y designó como su gobernador a Henrique Meirelles, hasta entonces presidente del International Bank of Boston, uno de los principales acreedores de Brasil. El PT tampoco quiso echar marcha atrás en el gran tema de las privatizaciones y se opuso a las ocupaciones de tierras lanzadas por el Movimiento de los Sin Tierra. En síntesis, el PT asumió las restricciones que impone el neoliberalismo a un proyecto de desarrollo económico y social.
Hubo una importante excepción en el esquema del PT: la política de salarios y los programas. Bajo los gobiernos del PT los salarios comenzaron a repuntar y a recuperar algo de lo que habían perdido en las décadas anteriores. Mucho se habla de las políticas de corte asistencialista, como el programa Bolsa familia, pero lo que más impactó en el combate a la pobreza fue sin duda el incremento en los salarios.
El coeficiente de Gini, el indicador sobre desigualdad más utilizado, pasó de .599 a .539 entre 1995 y 2009. Para un lapso de catorce años no es lo más espectacular, pero no deja de ser un logro importante. El componente de política económica que más impactó esta evolución de la desigualdad fue el aumento de los salarios en los últimos diez años. Pero como se puede observar en mi artículo la semana pasada, la política fiscal es muy poco progresiva y contribuye a explicar la lenta evolución de la lucha contra la desigualdad. El aumento en los salarios no ha sido lo suficientemente fuerte y hoy está en peligro de revertirse.
La gran pregunta es si los logros del esquema brasileño son sustentables y permitirían seguir mejorando. La respuesta es muy probablemente en sentido negativo.
El crecimiento de la economía brasileña en los últimos seis años ha estado impulsado por el boom mundial de productos básicos (commodities). La demanda proveniente de China e India, así como el impacto de la especulación financiera en los mercados de futuros de algunos de estos productos, han sido el motor de este proceso. Esto le permitió a Brasil mantener un aposición holgada en el sector exportador.
Sin embargo, es bien sabido que descansar en un sector primario exportador no equivale a crear el motor de crecimiento que un buen proceso de desarrollo necesita. En cambio el sector exportador impulsado por un modelo de agro-negocios que fomenta la concentración de tierras y el endeudamiento de familias campesinas conlleva también un extraordinario costo ambiental. El mejor ejemplo es el de la soya transgénica que ha provocado el desastre en el cerrado brasileño, con la expulsión de la pequeña agricultura en una zona gigantesca y el desplazamiento de la ganadería hacia la zona de Amazonía legal.
El PT y la izquierda latinoamericana deben abrir los ojos frente a la evidencia. El modelo neoliberal no puede conducir al desarrollo económico y social. Simplemente no está diseñado para ese objetivo.
Las economías capitalistas son intrínsecamente inestables. Pero además, el modelo neoliberal de apertura financiera y comercial distorsiona profundamente el papel de las variables claves de cualquier economía capitalista, comenzando por la tasa de interés y el tipo de cambio. Estas distorsiones constituyen un gran obstáculo para la inversión productiva y el crecimiento. No es posible mitigar el daño de estas distorsiones en una sociedad con una política social sin tocar los pilares del neoliberalismo. Lo que está fracasando en Brasil es, una vez más, el neoliberalismo.
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